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Análisis y propuestas para una transformación democrática

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05 de Abr 2016
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Una reflexión sobre lo nuevo en política, la uniformalización y la diversificación de los sistemas de convivencia.

Antón Fernández de Rota (@AntonFdezdeRota)

 
1. Como sostiene Oesterhamell, posiblemente el siglo XIX fue a nivel planetario el más diverso en cuando a sistemas políticos se refiere, además de una centuria plagada de los más pintorescos experimentos y diseños políticos, utópicos o no. Sin embargo, fruto del universalismo dieciochesco, tanto propuso la universalización de un único modelo (parlamentarismo ciudadano + libre mercado) como aseveró que esta era la tendencia inevitable hacia la que se dirigía el mundo (hacia el comunismo, según Marx).

2. Como en una profecía auto-cumplida, las décadas alrededor del ecuador del siglo XX consolidaron un proceso uniformalizador culminado tras la caída del Muro de Berlín. Entre los años 30 y 60, la crítica política fue la crítica de esa homogeneización supuestamente inevitable que había vaticinado el siglo anterior. Esto es así tanto para la crítica neoliberal -que veía en el llamado "colectivismo", socialista, welfarista o fascista, una fuerza expansiva de la misma naturaleza- como para la crítica de izquierdas -Escuela de Frankfurt et al- que consideraba que todo se volvía idéntico o equivalente bajo el imperio espectral de la mercancía, colonizador incluso de los afectos y de la vida cotidiana. Para estos últimos, en este sentido, el 1989 no hubiese significado un cambio considerable. El planeta no se había homogeneizado en torno a dos polos distintos -los de la Guerra Fría- pues la polaridad era falsa. De Horkheimer a Illich, consideraron que los dos mundos no eran más que dos versiones de una misma forma: el "Capitalismo de Estado".

3. Pero algo ocurrió a la vuelta del 1968 global. Tanto a la hora de pensar lo político-económico como la naturaleza, se dio una transición desde los sistemas en equilibrio (balance of nature) o para el equilibrio (keynesianismo), a los sistemas complejos y en situaciones de no-equilibrio, donde el orden no es más que un momento del caos estructurado. El error se convirtió en normativo. La emergencia o fluctuación turbulenta, fue entendida como un estado normal en los asuntos físicos y biosféricos. El gobierno dejó de ser para el equilibrio, y comenzó a establecer su práctica sobre los usos del desorden, asegurando el inestable paso entre estabilidades cambiantes. Esto fue así tanto para la ingeniería de ecosistemas como para la política económica y la reorganización empresarial postfordista.

4. Por su parte, la crítica devino entonces composicionista (operaismo), molecular (Deleuze y Guattari) y micropolítica (Foucault). Surgieron o se consolidaron las historias desde abajo -historia de la vida cotidiana, de la vida privada, de las mentalidades, del cuerpo, etc.- y se activaron todos los sujetos que hasta entonces eran vistos como más o menos pasivos; los consumidores, por ejemplo, devinieron un activo “capital humano”, inversor en sí mismo mediante el consumo que realiza (Escuela de Chicago), o decodificadores semióticos y bricoleurs igualmente creativos (de la “obra abierta” de Eco y la “muerte del autor” de Barthes a los Escuela de Birmingham). El sujeto político antagonista se diversificó a lo largo de las "minorías". Su existencia cobró realidad experiencial en las subculturas (Estudios Culturales), y también una realidad institucional alternativa en tanto que contra-públicos (Kluge y Negt), o partícipes de unas de las varias economías que siempre coexisten en tensión, más allá de la pretendida uniformidad del llamado sistema capitalista (J.K. Gibson-Graham). Nunca existe una sola esfera pública, ni una sola economía.

5. Desde entonces comenzó a brotar de nuevo la imaginación política. Los neoliberales llevaban tiempo diseñando sus sistemas, espoleados por la exhortación de Hayek a emprender una “aventura intelectual” que en “un acto de valentía” recuperase el carácter utópico que había impregnado el primer liberalismo. Llegado el momento estaban preparados y pudieron seducir a los políticos. Desde la mitad del siglo XIX hasta Keynes la izquierda se había hecho con la imaginación utópica, pero al llegar a los sesenta la había perdido. Autores como Marcuse incluso la consideraban imposible. Pero a la vuelta del 68 el predominio en el seno de la izquierda de las distopías (1984, Un mundo feliz, etc.) dejó sitio al tímido renacimiento utópico: primero, con las utopías de la automatización con autogestión y de las comunas hippie-cibernéticas californianas, que con el advenimiento de lo digital se metamorfosearon en las del general intellect, del Aceleracionismo, de la sociabilidad peer-to-peer y de los comunes abiertos; también las utopías ecologistas, de Ernest Callenbach y Ursula K. Le Guin a Kim Stanley Robinson; y más recientemente los afrofuturismos.

6. El renacimiento de la izquierda en el siglo XXI, cuando menos en el Atlántico Norte, pero no sólo, ha tenido dos detonantes: el llamado “movimiento alterglobal” y, a raíz de la crisis financiera y de la Primavera Árabe, los movimientos que eclosionaron en el 2011 semi-global: Indignados, Occupy y similares. De estos dos procesos difusamente conectados surgieron partidos políticos, o al menos auparon a viejos líderes, que se han declarado por igual refundadores de la izquierda: Syriza en Grecia, Podemos en España, Corbin en el Reino Unido, Sanders en los Estados Unidos. Por debajo y fuera de Syriza el medio social griego ha experimentado con formas a pequeña escala de economía y protección social colaborativa. Más ambiciosas, las acampadas en España fueron configuradas como ágoras-think tank para el reseteo y diseño de nuevo de la política. En los Estados Unidos y el Reino Unido tampoco han faltado procesos y redes activas en el ámbito del pensamiento. Sin embargo, los cuatro notables o partidos, quizás más Sanders que Corbin, y Syriza que Podemos, han replegado las velas de la imaginación para volverse sobre posiciones más tímidas, menos exigentes para el intelecto, en apariencia más seguras, versionando, en una mezcla de nostalgia y realpolitik conservadora, el viejo welfare keynesiano. El mantra conformista “hay que ser realistas”, parece más bien una excusa. Paradójicamente, mientras se resignan, futurólogos no muy serios como Jeremy Rifkin y Paul Mason se convierten en best sellers, profetizando el advenimiento de la sociedad postcapitalista e imaginando sus contenidos.

7. Entretanto, el poder constituyente sigue avivando por abajo las utopías. Éste tendrá que hacer frente a la nostalgia idealizadora de los “mejores tiempos pasados” y a la distopía del presente, estilo William Gibson y Black Mirror: la pesadilla del Big Data que reemplaza al Big Brother; del Imperio del Internet de las Cosas; de las plataformas tecno-convivenciales monopolizadas; de la existencia endeudada y del comando de las finanzas cibernéticas. En el mismo momento en el que esta última distopía ascendía, un poeta del anarquismo ontológico, desengañado de los sueños de una utopía digital que comenzaba a convertirse en pesadilla, y aún sin renegar de la potencia de la imaginación utópica, escribía el elogio de su locura: “bloque primordial sin esculpir, único excelentísimo monstruo, inerte y espontáneo, más ultravioleta que ninguna ideología (como las sombras antes de Babilonia), la homogénea unidad original del ser todavía irradia serena como los negros pendones de los Asesinos, perpetua y azarosamente ebria”. Caos nunca murió, decía, tampoco la utopía, que se compone molecularmente, al nivel del suelo y en el subsuelo, cobrando vida con las bifurcaciones que se alejan de lo –precariamente- establecido.
 

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