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13 a 22 de 22
22 de Jul 2016
funda

Segundo resumen de los ejes de discusión del Encuentro Munipalista MAC1 tal y como nos han sido enviados por los responsables de dinamizar los ejes, por tanto no serían unas conclusiones definitivas, sino que apuntan a unas líneas de debate todavía abierto.

Taller de sindicalismo social

Necesitamos repensar el papel de los sindicatos. Los sindicatos de principios del siglo XX actuaban en fábricas y empresas pero también tenían cooperativas de vivienda, economatos, ateneos culturales, mútuas, etc. Combinaban acción directa, consecución de derechos y construcción de comunidades. Al irse desarrollando el Estado del bienestar, estos mecanismos de seguridad colectiva para el sostenimiento de la vida se universalizaron pero su organización quedó alejada de la gente. Los sindicatos, después de la II Guerra Mundial en Europa y después de la Transición en el Estado español, se centraron en cuestiones laborales y salariales, y en su su nuevo papel de concertación entre Estado, patronal y trabajadores.

En la actualidad, la degradación del Estado del bienestar, las políticas neoliberales, la finaciarización y las políticas de austeridad han hecho que muchos tengamos que organizarnos colectivamente para asegurarnos esos derechos sociales básicos que necesitamos para vivir: casa, sanidad, comida, papeles, renta. Las iniciativas que han surgido, como la PAH, Yo Sí Sanidad Universal, las Despensas Solidarias o Territorio Doméstico comparten muchas formas de acción con aquel sindicato de principios del XX que llamamos sindicalismo social.

No son los nombres lo que importa, sino las prácticas capaces de generar auto-organización y derechos. En el taller vimos que se basan en una política en primera persona, de gente que se junta para actuar en su nombre, y que al encontrase con otros se da cuenta de que sus problemas son comunes y no individuales. En estos procesos se produce una colectivización y una politización de los problemas comunes y ahí se empieza a perder la vergüenza, la soledad y, por lo tanto, el miedo. Se organizan a partir del apoyo mutuo, de acciones pensadas y realizadas por el conjunto del grupo, lo que genera lazos afectivos que traspasan el conflicto puntual y se comparten más cosas: otros recursos, cuidados, espacios de ocio. En cuanto a que atañen a necesidades vitales, se acercan diferentes tipos de personas, muchos que nunca habían participado antes en procesos colectivos, muchos que no tienen empleo o lo tiene precario e intermitente, personas que no han encontrado acogida en estructuras organizativas más clásicas. 

La pregunta que lanzaba el taller era por la posibilidad de aumentar de escala y federar iniciativas de este tipo. Mezclar las organizaciones por la vivienda con aquellas que luchan por una sanidad universal o por el derecho a la alimentación o el trabajo, dotarlas de una comunicación común; generar bases territoriales de defensa compartidas. En un horizonte incierto en cuanto a lo laboral, se prevee una tendencia a la escasez del empleo formal y a su continua precarización, cabe pensar que los lugares de trabajo perderán centralidad y podemos imaginar nuevos espacios, quizá barriales, donde organizar este tipo de iniciativas sindicales, sociales y laborales.

Se ha discutido mucho de la nueva forma-partido en los últimos años; es hora de discutir también qué nueva forma-sindicato necesitamos. No importa el nombre, importa tener estructuras colectivas que nos permitan asegurar nuestros derechos y nuestras vidas.
 

Eje de municipalismo europeo: La Europa de las ciudades rebeldes

Sobre todo en Italia, pero en breve en más países, se están llevando a cabo iniciativas inspiradas en el impulso municipalista en España. Las ciudades del cambio están siendo las primeras en alzar su voz contra el tratamiento intolerable a las personas migrantes y refugiadas, y en la práctica de la paz activa contra las fuerzas de la guerra y la desigualdad que están creciendo en el seno de la UE.

Esta instancia del municipalismo nos permite vislumbrar una geometría a varios niveles del espacio político europeo, basada en las democracias municipales y en los circuitos de la producción del común metropolitano. En la perspectiva de estas jornadas está la apuesta por un contrapoder político, fiscal y económico de las ciudades y pueblos rebeldes. Pero se trata también de las ciudades y metrópolis como fábricas del común dentro y contra la financiarización privatizadora y el corporativismo público que excluye a las y los subalternos.

No ha sido la primera vez que, junto a Reinos e imperios, en Europa se han planteado e iniciado federaciones y confederaciones de ciudades, desde la Liga Hanseática a las Comunas italianas, pasando por las comunidades de Castilla. Sin nostalgia alguna, y en plena debacle del diseño institucional de la UE, la imaginación constituyente de las ciudades permite pensar una salida emancipadora y democrática del marasmo europeo.

El taller comenzó con el planteamiento de una relación no circunstancial entre el municipalismo y la construcción de una Europa contra la austeridad y el autoritarismo financiero, pero también contra los racismos y fascismos en auge en distintos países de la UE. Por ejemplo, la llamada crisis de los refugiados y la tragedia humana en la que los Estados de la UE y la Comisión europea están provocando. Aquí el municipalismo está jugando un papel relevante, aunque notablemente insuficiente. Las iniciativas del ayuntamiento de Barcelona han servido de estandarte de una posibilidad, pero que ha de traducirse en procesos y desafíos sustantivos.

Pudimos escuchar las exposiciones de Alberto de Nicola, Mauro Pinto y Gerald Raunig sobre el incipiente municipalismo romano; la dinámica exitosa del municipalismo napolitano en torno al alcalde Luigi de Magistris y los problemas estratégicos del municipalismo respectivamente.

En Nápoles la victoria de Luigi de Magistris, con una candidatura de consenso de todas las fuerzas activas de base de la ciudad, es una ocasión de poner a prueba la potencia del municipalismo. La primera prueba será la constitución efectiva de sedes formales de contrapoder mediante los consejos ciudadanos de distrito y de barrio, con los que efectivamente se tratará de ejercer el proceso de gobierno fuera de un esquema de arriba-abajo. ¿Cuánta "soberanía" se quiere ceder? Al mismo tiempo, el proyecto del nuevo gobierno de Nápoles se coloca expresamente en el plano europeo de la apuesta municipalista.

En el caso de Roma, tras la desarticulación del ayuntamiento debido a la corrupción y el posterior periodo de administración judicial, el vacío político creado se ha traducido, en el plano electoral, en la victoria de la candidata del Movimiento V Estrellas, con un programa bastante escorado hacia los temas sociales y de participación, así como de rechazo de los poderes oligárquicos de la ciudad. En el plano de iniciativas de base, ha nacido Roma Comune, red transversal quiere llevar a la práctica las temáticas de radicalidad democrática y del derecho a la ciudad en diálogo/conflicto con el nuevo gobierno local y con los principales actores de la ciudad.

 

19 de Jul 2016
funda

Publicamos una serie de resúmenes de los ejes de discusión del Encuentro Munipalista MAC1 tal y como nos han sido enviados por los responsables de dinamizar los ejes, por tanto no serían unas conclusiones definitivas, sino que apuntan a unas líneas de debate todavía abierto.

El movimiento municipalista y la cuestión de la organización

1. Construir un movimiento municipalista -dar forma a una organización híbrida, movimentista y electoral- pasa por dotarse de una agenda propia, colectiva, capaz de impulsar una hipótesis política que desborde los marcos del régimen del 78. ¿Qué significa esto? Además de eludir las inercias gobernistas, ello implica que las candidaturas y los movimientos forjen una política de alianzas condicionales, un proceso de apertura que incluya nuevos sujetos, al tiempo que se constituye un espacio político más amplio y diverso: una red federal de municipios rebeldes capaces de mirar más allá de los límites de clase (y no sólo) que han dado vida al ciclo 15-M. Para materializar esta apuesta, es necesario compartir los conflictos que atraviesan la escala municipal, adoptando una posición antagónica y concertada frente a ellos: la Ley Montoro, el problema del agua, la urgencia habitacional de los territorios, la deuda municipal y los procesos de remunicipalización son algunos de estos conflictos centrales.

2. Para construir una red federada la comunicación es fundamental. Es urgente alumbrar un medio que permita al movimiento mantenerse conectado, compartiendo saberes, dudas, debates, estrategias y estrechando vínculos entre los diferentes territorios. Pero no sólo. También es necesario generar una máquina de difusión potente que visibilice la apuesta municipalista como tal, es decir, una máquina que permita aumentar el radio de impacto y marcar la agenda política. De este modo el municipalismo democrático se convertirá en una realidad orgánica insoslayable.

3. Finalmente, habría que potenciar una dinámica de contrapoderes, de manera que las candidaturas en gobierno o en oposición se puedan ver obligadas a romper con un marco encerrado en la gestión -propiciado por las dinámicas inherentes al Estado-; así, con unos ayuntamientos amparados y azuzados por un movimiento municipalista, las costuras del modelo institucional podrían tensionarse y esbozar los rasgos de una incipiente nueva institucionalidad. En este sentido, en pos de un nuevo modelo de instituciones, la red de municipios tendrá que imaginar estrategias para dotar de recursos a un nuevo ecosistema movilizado y federado, evitando caer en las trampas de la cooptación y la vieja política, esto es, preservando la agenda autónoma de los movimientos".
 

Espacios sociales y centros de gestión ciudadana

1. Uno de los retos de las candidaturas municipalistas ha de ser el reconocimiento explícito de la institucionalidad que representan los espacios y centros sociales de gestión ciudadana. Existe una demanda concreta de "centros sociales" que operan como dispositivos experimentales de prácticas urbanas y también como un nuevo marco de relaciones dentro de la metrópolis actual. Si no hay entendimiento, diálogo y escucha permanente entre el frente institucional y el frente puramente movimentístico no vamos a salir del estancamiento que a día de hoy está imposibilitando articular de manera definitiva dicha demanda.

2. La reivindicación de esta nueva institucionalidad, de las formas "monstruosas" –híbridas, experimentales– de institución, es anterior e independiente a la actual fase política. La homogenización y el gobernismo de intentar atender a todas las realidades sociales en su conjunto, difumina la singularidad de "nuestras" iniciativas y no respeta diferencias. Reclamamos el derecho a luchar por nuevas instituciones que atiendan a la multiplicidad de perfiles que habitan la ciudad.

3. El derecho a la ciudad no es una colección de derechos. Es un derecho en sí mismo. Intervenir en la ciudad es una necesidad urbana. En el contexto neoliberal es preciso poder desarrollar modelos culturales, políticos y económicos alternativos. La apropiación de la ciudad es uno de los caminos que nosotras consideramos para ello. Además, el "derecho a la ciudad" desde esta conceptualización pone en tela de juico las formas limitadas de "participación democrática" que hoy existen. En paralelo, tenemos claro que este derecho del que hablamos se genera y potencia mediante la práctica, de ahí que no deba está supeditado por completo a la exigencia resolutiva hacia las compas de la institución.

4. Los espacios y centros sociales de gestión ciudadana son dispositivos generadores de "lo común" y elementos esenciales a la hora de producir reequilibrios urbanos. Van unidos, por tanto, a las problemáticas urbanas actuales.

5. El escenario en el que se enmarca la discusión de este eje es complejo. Las relaciones entre el adentro y el afuera de la institución son cada vez más problemáticas y se mantienen dentro de una lógica de polarización. La potencialidad del frente institucional es que desde los ayuntamientos se puede brindar la oportunidad de aportar recursos e infraestructuras públicas al uso ciudadano. Ahora bien, hay serios obstáculos que se tienen que superar: limitaciones de la acción institucional, falta de espacios de coordinación, riesgo de un exceso de gobernismo, miedo al conflicto político... Esto hace que estemos ante una colección de derrotas culturales constante. Por otro lado, para dar batalla cultural desde la institución se necesita apoyo desde los movimientos.

6. Hay que afrontar el reto municipalista de blindar los espacios sociales conquistados a la vez que nos hemos de dotar de herramientas que nos permitan la reproducción autónoma de iniciativas. ¿Cómo? Con la creación de lugares de encuentro híbridos que permita a las compañeras del frente institucional tener un espacio político de discusión, acompañamiento, reflexión y apoyo que se enriquezca constantemente desde ambos lados. En todo caso, no podemos limitar la acción de los movimientos con discursos normativistas. El frente institucional debe también significar un respaldo a la desobediencia de los movimientos. De igual manera, entendemos que los centros sociales de gestión ciudadana son a día de hoy la forma más extendida de liberación de espacios urbanos, de ahí que su legitimidad ya está consolidada.

13 de Jul 2016
funda
 

Este texto es una síntesis de algunas líneas de discusión surgidas en los talleres y espacios de trabajo de las Primeras Jornadas de Municipalismo, Autogobierno y Contrapoder, celebradas en Málaga los días 1, 2, y 3 de julio y con la participación de más de 200 personas de 30 ciudades del Estado español y otros países como Italia, Inglaterra, Austria y Alemania. Pretende servir menos como resumen de todo lo hablado que como apuntes compartidos por la mayoría para seguir pensando juntas en la construcción del movimiento municipalista.

El movimiento municipalista y la cuestión de la organización

1. El movimiento municipalista reivindica su autonomía respecto de cualquier partido o instancia centralizada, su método de construcción democrática y sus raíces en las ciudades y localidades en las que han crecido las iniciativas municipalistas.

2. No obstante, las candidaturas y movimientos municipalistas se emplazan a forjar una política de alianzas diversas capaz de acompañar y empujar los conflictos centrales que atraviesan la escala municipal: la oposición a la Ley de estabilidad presupuestaria –Ley Montoro–, la urgencia habitacional, la deuda municipal y los procesos de remunicipalización de servicios públicos/comunes como el agua o la creación de nuevos servicios municipales como las operadoras eléctricas.

3. Un horizonte deseable podría consistir en la articulación de una red de candidaturas y movimientos. A fin de construir esta red federada se recomienda apoyar el sostenimiento de medios de comunicación autónomos y la creación de otros nuevos, capaces de acompañar estos procesos, marcar agenda pública y elaborar discursos orientado a generar un nuevo sentido común social.

4. El municipalismo consiste también en imaginar estrategias para dotar de recursos e impulsar desde las instituciones un nuevo ecosistema de movimientos y experimentos institucionales –una nueva institucionalidad–, preservando a su vez la agenda autónoma de los propios movimientos.

Espacios sociales y centros de gestión ciudadana

5. Uno de los retos del municipalismo reside en conseguir el reconocimiento social e institucional de la entidad y la autonomía de los espacios y centros sociales de gestión ciudadana que hacen efectivo el derecho a la ciudad y a la participación democrática.

6. De este reconocimiento explícito se extrae la necesidad de que los ayuntamientos aporten recursos e infraestructuras públicas de uso común de acuerdo con una agenda social que, o bien ya ocupa y gestiona espacios, o reclama activamente la cesión de otros: nuevas normativas, cesiones, etc.

7. También se quiere promover la generación de espacios de encuentro entre los compañeros activos en el frente institucional y en los movimientos que gestionan espacios sociales. El objetivo es la elaboración de un discurso propio capaz de extender su legitimidad y posicionar el conflicto en el corazón del derecho a la ciudad.

Sindicalism social y derechos sociales

8. El desmantelamiento del Estado del bienestar hace cada vez más imprescindible la autoorganización social a fin de hacer efectivos los derechos sociales. Esto es básicamente lo que llamamos sindicalismo social. En un horizonte de precarización e informalidad crecientes, los lugares de trabajo pierden centralidad como espacios de conflicto, por eso hay que imaginar nuevas formas de lucha capaces de producir derechos. Es hora de discutir colectivamente qué nuevas formas de sindicato necesitamos.

9. El movimiento municipalista debe ser un lugar privilegiado para el apoyo, impulso y acompañamiento de iniciativas como la PAH, Yo Sí Sanidad Universal, los comedores autónomos, etc., donde se genere autoorganización a partir de la politización de los problemas colectivos y la construcción de estructuras de ayuda mutua.

10. El barrio puede ser un lugar privilegiado de coordinación de experiencias a escala territorial, pero también se pretente apostar por aumentar la escala y la capacidad de la red municipalista. Se propone, también, experimentar con formas de sindicalismo social que combinen distintos aspecto ahora separados: vivienda con sanidad, cuestiones laborales o de alimentación. También se quiere generar estructuras de comunicación común y de defensa compartidas.

Trabajo, cooperativismo y remunicipalización

11. El mantenimiento de la calidad y la universalidad de los servicios públicos resulta esencial en la batalla contra el neoliberalismo y en la propia redefinición de lo público; se trata de un terreno que permite ensayar experimentos de democratización, autogestión o cogestión. Por eso instamos al movimiento municipalista a encontrar vías comunes para la recuperación/creación de nuevos servicios públicos y para abrir procesos de conflicto capaces de activar y apoyarse en la movilización ciudadana.

12. Para ello, conviene federar esfuerzos y socializar la información generada en los distintos municipios donde existen tanto ejemplos exitosos de remunicipalización como de creación de nuevos servicios. Esto incluye otras herramientas que permitan mejorar la calidad del trabajo en externalizaciones o subcontratas –cláusulas sociales, resquicios legales– y también experiencias de cesión a cooperativas de trabajo, así como los nuevos modelos de cogestión que seamos capaces de inventar.

13. Hacemos un llamamiento a pensar la posible desobediencia coordinada entre distintos municipios a las leyes que limitan la capacidad económica, de endeudamiento o de contratación de estos ayuntamientos, principal escollo a la recuperación de los servicios públicos/comunes.

14. Es necesario lanzar líneas de actuación que permitan reforzar el tejido cooperativo a medio/largo plazo utilizando las instituciones públicas como socios privilegiados. Las instituciones deben servir también de apoyo para acometer apuestas de creación de cooperativas en sectores avanzados con mayor necesidad de inversión. Este apoyo se hará respetando la autonomía del movimiento cooperativo.

La Europa de las ciudades rebeldes

15. En Italia y otros países se están llevando a cabo iniciativas inspiradas en el impulso municipalista que se está produciendo en el Estado Español. El municipalismo y la federación de ciudades a escala europea tiene que ser un espacio privilegiado para la construcción de una Europa contra la austeridad, pero también contra los racismos y fascismos en auge en distintos países del continente, tal y como se evidencia con la tragedia humana de los refugiados.

16. Los gobiernos municipales "del cambio" han sido los primeros en alzar la voz contra el tratamiento intolerable a las personas migrantes y refugiadas y la desigualdad creciente en el seno de la UE. No obstante, estas protestas han de traducirse en procesos y desafíos sustantivos, no solo retóricos. En la perspectiva de estas jornadas está la apuesta por una red de contrapoderes políticos, fiscales y económicos de las ciudades y pueblos rebeldes. Un contrapoder que no ha de entenderse solo como contraparte o contrapeso del "verdadero" poder, sino como un nuevo poder que transforma el poder, un poder constituyente.

17. Este contrapoder es una de las vías abiertas para desbloquear las luchas sociales y políticas del Sur europeo y hacer que estas tengan impacto en la dinámica de la UE. El eje municipalista es uno de los capítulos faltantes que más se hace notar en el drama europeo, paralizado por la dialéctica entre los Estados nación y entre estos y las instituciones de la UE (Eurogrupo, Comisión, Consejo europeo). Una red de ciudades rebeldes puede hacer materialmente otra Europa, al mismo tiempo que combate y destruye la Europa de la austeridad, el autoritarismo financiero, la xenofobia y la oportunidad para el fascismo y la guerra.

Hasta el próximo encuentro que está previsto que sea en Iruñea-Pamplona en noviembre/diciembre. ¡Allí nos encontraremos para seguir trabajando! ¡Municipalistas del mundo, uníos!

 
22 de Jun 2016
funda

Marisa Pérez Colina (@alfanhuisa), Fundación de los Comunes
¿El movimiento municipalista tiene sujeto?

Desde mi perspectiva, sí. Su sujeto debería ser la multitud, pero una multitud organizada en torno a una estrategia de transformación compartida. Hablar de multitud significa que no se trata de sumar, por ejemplo, estructuras partidarias o sindicales, sino de construir una estructura cuyos componentes no sean portavoces o defensores de intereses ajenos, sino edificadores de un propósito propio, común. En teoría, que las personas pertenezcan o no a otras estructuras no debería ser obstáculo a su inserción en la organización del movimiento. En la práctica, no todas las estructuras son iguales y las de partido, por su naturaleza de máquina jerárquica, pueden dificultar en gran medida la confluencia real imprescindible a un proyecto verdaderamente colectivo. Un espacio mestizo, al menos tendencialmente, debe buscar los mecanismos de proteger esa priorización de lo colectivo.

Lo mestizo, además, no se ajusta, como forma de agregación y de cruce, a los términos medios. No intenta buscar ningún centro ni responder a una mayoría social imaginaria. El envite consiste más bien en componerse como la mayoría social real y en definir nuestros intereses. La mayoría social real, cada vez más precarizada y empobrecida, somos potencialmente todos y todas. El centro imaginario del consenso, del café para todos, es falso y reproduce, desde su mentira, los mecanismos de precarización y generación de desigualdad ya existentes. La mayoría social real está compuesta, eso sí, de culturas vitales, políticas y sociales aparentemente incompatibles. Clase media desclasada, clases populares cada vez más más desprotegidas y excluidas por las políticas de la acumulación, migrantes etc. Cabría llamarla “precariado” si este nombre hubiera tenido algún éxito compositivo. Como, a mi juicio, no ha sido así, pensemos mejor, antes que en un nuevo sujeto (una nueva clase obrera), en un movimiento compuesto de alianzas flexibles y un cuerpo mutante y poroso en su capacidad de incorporar y generar alianzas.

En busca de una estructura organizativa flexible, porosa, sólida y combinante

Una estructura organizada no equivale necesariamente a un partido como los que conocemos con órganos funcional y jerárquicamente diferenciados para separar, en especial, los espacios de pensamiento y decisiones estratégicas, de acceso restringido, de los espacios más ejecutivos. Nuestra tarea sería generar estructuras no jerárquicas. Espacios formales, abiertos y estables de toma de decisiones, para empezar. Estos órganos habrían de conjugar la capacidad de agregación con la de consolidación de un proyecto común compartido. La capacidad de acumular fuerza y consistencia a lo largo del tiempo con la de combinación puntual, con otros movimientos, peleas concretas e iniciativas otras cuyos fines se compartan. En este sentido, es preciso adoptar métodos que atiendan a la porosidad del espacio (convocatorias abiertas, metodologías para que las personas recién incorporadas se apropien lo antes posible del espacio común, etc.) y, al mismo tiempo, normas garantizadoras de una línea común. Medidas sencillas como proteger las asambleas abiertas de ataques organizados de partidos o de oportunistas transitoriamente interesados en alguna cuestión en particular, restringiendo, por ejemplo, el derecho a participar de las decisiones a las personas que formen parte de un espacio de trabajo concreto, que hayan participado durante un determinado tiempo de las asambleas y/o que aporten las cuotas de mantenimiento de la organización.

Y para que las estructuras no solo se mantengan, sino que crezcan y se multipliquen, se ha de hacer hincapié en los recursos materiales. No hacen falta sedes, pero sí espacios físicos, compartidos con otras iniciativas, donde desarrollar actividades fundamentales para el desarrollo de iniciativas de contrapoder. Espacios híbridos donde organizar programas de autoformación, donde generar nuevas realidades productivas (cooperativas de consumo y de producción). Espacios de producción cultural, de organización política y de socialización. Espacios de cooperación que mantengan su autonomía en relación a la institución, pero protegidos por la misma mediante reconocimiento de su contribución social. Las personas del movimiento temporalmente designadas para defender los fines del mismo en el plano institucional, han de aportar una parte de sus ingresos a la constitución material de estas estructuras. Y para que todo esto se defienda de la tendencia a la dispersión, al acercamiento más consumista o turístico a lo colectivo (o como se prefiera llamar a esa suerte de maldición generacional que huye de la lealtad y del compromiso como si fueran de derechas, cuando hoy no hay nada más funcional al sistema capitalista que el usar y tirar, el cambio constante de proyectos y la movilidad oportunista), crear las condiciones materiales de una estabilidad irreductible en su compromiso con un proyecto emancipador. Retribuir, por lo tanto, determinadas tareas: como la secretaría técnica, los trabajos de comunicación, la organización de cursos, la elaboración de informes y de discurso, etc... Funciones siempre condicionadas a la obligación de rendir cuentas en los espacios de decisión colectivos, sujetos a normas que regulen formas de rotación sensatas así como nuevas incorporaciones, sobre todo, en los espacios de delegación institucionales. La rotación aquí debería ser algo prioritario si de verdad queremos romper con la acumulación de poder y la tendencia a la autonomización de lo político-institucional.

Pero la organización no trabaja, evidentemente, para sí misma, sino que sus estructuras y recursos (cursos, locales, personas militantes) han de ponerse al servicio de cualquier iniciativa que aumente la potencia de actuar del contrapoder. El objetivo es desarrollar dinámicas de autogobierno y todo lo que densifique el tejido social, articule conflicto y alimente procesos de empoderamiento, formación y politización, son su tarea. Ahora bien, la vocación del movimiento municipalista no es la de convertirse en paraguas de todas las luchas luchas, no se trata de un movimiento de movimientos. Es tan solo de un actor que está atento y da aliento a lo que ya respira con fuerza en tal o cual demanda, o contribuye a que surjan nuevas iniciativas.

Cuestión de escalas: el municipalismo será continental o la revolución no será

Otra cuestión fundamental para una organización que sostenga un movimiento municipalista es el trenzado de una red que tienda a desbordar lo local. Este plano es, como sabemos, en el que más fácilmente nos ha sido posible imaginar y comenzar a desarrollar prácticas de autogobierno, por razones ya mil veces enunciadas: los problemas de cercanía facilitan la implicación, lo próximo hace posible procesos de politización que convocan lo afectivo y la creación de comunidad. En definitiva, lo local tiene una dimensión de complejidad abordable.

Esto es así, obvio, pero también es cierto que en un mundo donde el capital se organiza de forma global, una transformación realmente revolucionaria debería aspirar a pelear en la misma escala. Las constricciones de lo local a nivel institucional son muchas. La mayor parte de los cambios legislativos que permitirían dar un vuelco profundo al sistema de distribución de la riqueza (políticas fiscales, acceso a recursos, nuevas legislaciones que prioricen el valor de uso sobre el de cambio de bienes y servicios básicos, en un proceso de desmercantilización de la economía), se sitúan en otras escalas institucionales. Así, pues, la profundización en un sentido democratizador de nuestras sociedades debería trabajar en una construcción de movimiento que supere, por un lado, las fronteras municipales y autonómicas y, a la vez, se piense y organice en una dimensión continental.

Democratizar Europa es, aunque suene paradójico y grandilocuente, la finalidad del movimiento municipalista.

A modo de conclusión

La prueba del algodón de un movimiento municipalista es que sea cada vez más radical y no lo contrario. La radicalidad, ese concepto a arrebatar de las mistificaciones interesadas de los medios de comunicación que lo equiparan o aproximan semánticamente todo lo que pueden a ilegalidad, terrorismo o irracionalidad, es, simplemente, la ética política de acudir a la raíz de los problemas como única forma, si no de solucionarlos, sí, al menos, de intentarlo honestamente. Cada vez más rojos y menos socialdemócratas. Cada vez más autogobernados y menos representados. Cada vez menos nacionalistas y más internacionalistas. Cada vez más feministas y menos patriarcocapitalistas.

20 de Jun 2016
funda

Mario Espinoza Pino / InstitutoDM

Ha pasado un año desde la llegada del nuevo municipalismo a las instituciones, un año difícil y plagado de contratiempos que representa, no lo olvidemos, un punto de partida más que una meta. Por decirlo esquemáticamente: si bien era esencial asaltar los gobiernos locales para transformar la agenda institucional -ese era uno de los objetivos centrales de la apuesta municipalista-, no menos importante era abrir los ayuntamientos a un afuera rico en experiencias democráticas, demandas sociales y autoorganización. Se trataba de hacer que entidades políticas sometidas a décadas de prácticas clientelares y corrupción, diseñadas a golpe de burbuja inmobiliaria, obedeciesen a los imperativos del ciclo de movilizaciones iniciado con el 15M: democracia radical, participación ciudadana, justicia social, derecho a la ciudad y a la vivienda, redistribución de la riqueza, transparencia, transición hacia modelos cooperativos de producción, porosidad ante las demandas de agentes sociales movilizados, etc. Se trataba y se trata, en definitiva, de construir una verdadera "democracia de proximidad" en confrontación con los propios límites -muchos, sin duda- de las administraciones locales del régimen del 78. Pero no resulta fácil tratar cara a cara con el poder y las propias contradicciones.

Afrontar el salto "de las calles a las instituciones", con todo lo que ello conlleva, sigue siendo uno de los problemas más sensibles para las candidaturas y el entorno municipalista. A las contradicciones básicas que plantean los municipios -merma estructural de financiación, deuda y competencias recortadas- hay que sumar las asimetrías del acceso al espacio institucional, resultado de la contienda electoral -gobiernos en minoría, en coalición (formal o informal) u oposición-. Aunque quizá sea todavía más importante reparar en los contratiempos que genera la "división del trabajo" en el marco de las candidaturas: una división que separa a los cargos de sus propias asambleas y del tejido social organizado. A raíz de esto último, podríamos decir -amparándonos en una frase manoseada hasta la saciedad- que el "gobernismo" se ha instalado como la "enfermedad infantil del municipalismo".

El gobernismo

Quizá el término "infantil" -por lo condescendiente y paternalista del mismo- sea inadecuado, pero no deja de señalar cierta verdad: por una parte refleja la falta de experiencia, el no haber sido capaces de elaborar un discurso más sólido sobre el poder y resortes políticos contra las inercias de la gestión; por otra, la confianza ciega en una ética compartida -el ethos de los movimientos- cuya densidad en materia de vínculos parecía capaz de acompañar colectivamente el "salto" hacia lo institucional. Vemos que no es así. O que lo es a duras penas. Si el sujeto político hegemónico del 15M fueron unas clases medias precarizadas, la entrada en la institución ha supuesto el ingreso de estas clases en un espacio que garantizaba retribuciones económicas, simbólicas y prestigio, algo que en no pocas ocasiones ha sido capitalizado como "empresa personal", apartándose de lo colectivo. Ello ha fragmentando las candidaturas -también sacudidas por las dinámicas partidarias de las confluencias- e impulsado un proceso de burocratización a toda velocidad.

El "gobernismo" -como "tipo ideal"- se estructuraría en torno a tres características: primacía de la gestión por encima de la política, concepción de la institución como espacio neutral -se juega al gobierno para todos rehuyendo el conflicto- y cierre del espacio municipal en torno a ciertas figuras que constituyen, si no lo son ya, el embrión de una nueva élite política. El "gobierno para todos" introduce, además, cierto vector progre y moderado en la orientación de las políticas, algo que -como hemos podido comprobar- hace que el nuevo municipalismo sea presa fácil de la derecha movilizada. El caso de Ahora Madrid es, en este sentido, paradigmático -¡dichosas batallas culturales!-. Sin embargo, incluso en las candidaturas donde el gobernismo ha sido criticado y limitado -donde se ha hecho gala de valentía institucional más que de responsabilidad institucional- la división entre institución y movimiento municipalista sigue siendo un problema de base.

Un municipalismo desde abajo

Construir un movimiento municipalista capaz de desbordar el marco institucional, una multitud que tensione los límites de los ayuntamientos, pugne por ampliar derechos y materialice las demandas sociales del ciclo resulta prioritario. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Nos encontramos con tres instancias conectadas al tiempo que separadas: una serie de cargos institucionales, las asambleas de las candidaturas y un exterior movilizado (o no) en horas bajas, mermado por el cansancio y las consecuencias del "efecto delegación" que ha provocado la llegada del nuevo municipalismo a los ayuntamientos -ese "ahora gobiernan los nuestros"-. A la luz de las experiencias que nos ha dejado el año, cabe plantear algunas hipótesis y perspectivas para intentar hacer florecer ese movimiento.

Por aterrizar los problemas de golpe: resulta imposible construir un movimiento municipalista si tanto las asambleas de las candidaturas como los movimientos sociales acaban siendo absorbidos por la agenda institucional. Cuando se focaliza el contenido de asambleas y foros en torno a los problemas gestionarios, diferentes de los problemas políticos y sociales, el entorno movilizado que circunda las candidaturas termina por burocratizarse (o agostarse). Es fundamental que los cargos institucionales rindan cuentas ante sus asambleas, incluso que promuevan espacios para hacer pedagogía política (no marketing), pero asumir que ese -y sólo ese- es el campo de batalla condena el ciclo a su cierre. ¿Qué quedará para sostenerlo más allá de lo instituido? Poco o nada.

Las asambleas municipalistas, habitualmente formadas por activistas, cuadros de partidos y ciudadanas de a pie, tienen un papel bisagra complicado en esta coyuntura. Por una parte, y más allá de sus diferencias, se ven obligadas a sostener y tensionar el enclave político en el que participan, frenando la autonomización de los cargos, nutriendo políticamente el espacio y entrando en conflicto cuando es necesario. No es una posición sencilla y no hay recetas. Lo que resulta esencial es la capacidad de estas asambleas para crear vínculos con un afuera que no se encuentra incluido en el entorno del muncipalismo. No se trata de absorber lo que hay fuera, al contrario: se trata de potenciar lazos y construir una red difusa con iniciativas autónomas o asociativas que están alejadas de la instituciones. Fomentar una lógica de contrapoderes y apoyos condicionales. Ahora bien, si las asambleas se convierten únicamente en una "asesoría" para cargos o en meras correas de transmisión, poco habremos avanzado. Las asambleas y en entorno municipalista deben dar forma a algo más que un partido-movimiento, deben hibridarse con el exterior y producir sinergias de orden distribuido, potenciando el ecosistema movilizado y evitando su cooptación.

¿Pero cómo conectar estas realidades? ¿Cómo producir una "noción común" que permita establecer nexos entre estas tres caras del municipalismo (institución, asambleas, movimientos) e incluirlas en un movimiento más amplio, un movimiento municipalista? Para empezar, son necesarios espacios de encuentro, lugares descentralizados -ajenos a la institución- donde estas realidades puedan entrar en diálogo. También es necesario que estos espacios –sean foros sobre problemas candentes, Centros Sociales u otras iniciativas colectivas con carácter aglutinador- eviten formas verticales de jerarquización, privilegiando una agenda autónoma enmarcada en lo social. Lo que no significa que no puedan estar sustentados, en parte, por las candidaturas. Destinar renta y recursos a nuevas formas institucionalidad puede ser una salidad innovadora y eficaz: si se mantiene la autonomía de los distintos enclaves, estaremos ante un feedback productivo entre lo institucional y su afuera. Estaremos dando pasos hacia el autogobierno.

Restan muchas preguntas y no pocas dificultades. ¿Cómo conciliar -al menos de un modo más productivo- los diferentes ritmos de la institución y los movimientos? ¿Cómo poner un dique frente a las tendencias gobernistas? ¿Cómo hacer los muros de los ayuntamientos porosos ante las demandas y soluciones trabajadas por agentes movilizados (desde la PAH hasta los colectivos de que defienden una Auditoría Ciudadana de la deuda)? ¿Cómo ampliar el sujeto político del municipalismo -esto es, hacerlo viajar más allá de las clases medias a las periferias-? ¿Cómo construir dinámicas de participación capaces de hackear la burocracia y evitar tentaciones clientelares? ¿Cómo plantear el municipalismo en términos de federación preservando la autonomía y potenciando redes desde abajo? ¿Cómo pensar en clave europea la importancia de la apuesta municipalista? Si bien es difícil responder a todas estas cuestiones, plantearlas ya es un primer paso para pensarlas en común.

17 de Jun 2016
funda

 

Publicamos una serie de textos para preparar los debates de las Primeras jornadas de municipalismo, autogobierno y contrapoder.

 

 

Marisa Pérez Colina (@alfanhuisa) / Fundación de los Comunes

Porque no es verdad que un año no es nada

Un año ha pasado ya desde que se iniciara, para muchos y muchas de nosotros, el proceso de pérdida de la inocencia latente en el tránsito de una política movimentista y autónoma a una apuesta política que apunta, también, al plano institucional. Otras militantes más experimentadas ya vivieron, en otros momentos de desafío revolucionario, los riesgos y obstáculos de las iniciativas políticas que cruzan esa frontera. Problemas como, por ejemplo, la estructura burocrática de la institución y el agujero negro de sus urgencias gestionarias, la fuerza despiadada del verdadero poder, esto es, de los poderes fácticos o la fascinación representativa, es decir, la cooptación institucional de muchas compañeras y compañeros que, olvidando la consigna fundamental del autogobierno (nada sobre nosotros sin nosotros), terminan confundiendo el mandato colectivo de delegación con el espejismo de haber sido elegidos para hacer lo que es mejor para los demás pero sin contar con ellos.

Pero muchos y muchas de quienes apostamos por salir del impasse de la increíble movilización colectiva post-15M dándose una y otra vez de bruces con la inexistencia de una contraparte institucional, de quienes nos lanzamos a pensar un movimiento municipalista posible, a confeccionar candidaturas municipalistas que se presentaran a los comicios locales y, finalmente, “ganamos”, somos absolutamente neófitas en este tipo de aventuras y, aun comprendiendo lo que ocurre a medida que va pasando, nos sigue costando, creo, anticiparnos.

Ahora ya sabemos mucho más que hace un año. Es el momento, pues, de volvernos a armar con el arrojo de unas memorias aún libres de derrotas pasadas, para pensar, lo más lúcidamente posible, en el nuevo desafío: el de construir una organización municipalista que sea movimiento y contrapoder, y participe, al mismo tiempo, de la institución.

Espejismos falsos, tareas concretas

Para acometer la nueva apuesta, la del movimiento municipalista, tocaría, en primer lugar, salir del espejismo de la victoria. Ganar no era entrar en las instituciones (y mucho menos gobernar): esto es solo parte del juego, una parte fundamental, eso sí, la imprescindible colocación de las piezas en un tablero del que antes no formaban ni siquiera parte. Pero solo estamos en la casilla de salida de una partida cuyo propósito real no es alcanzar ninguna meta cumpliendo las reglas que encontramos, sino algo mucho más complicado. Algo que realmente merece la pena, al menos, intentar: cambiar, en el camino, las reglas del juego inicial.

Por salir de la metáfora y aterrizar en lo concreto. El objetivo de la apropiación de las instituciones es usarlas como instrumento de transformación emancipadora, como vehículos que faciliten la multiplicación y extensión de prácticas de autogobierno. Lo que en su día denominamos “poner el poder en manos de la gente”. Esto va mucho más allá de un compromiso de escucha, por mucho que esta se realice mediante muy bien intencionadas y, sin duda, útiles metodologías de encuestas y dinámicas de participación. ¿Por qué? Porque el poder es algo evidentemente muy mal repartido entre ese genérico “gente” a la que se lo queremos devolver. De esta forma, más que preguntar a personas supuestamente capaces de responder en las mismas condiciones, lo necesario sería, dicho así a bote pronto y sintetizando al máximo: 1º atacar las relaciones de poder que impiden que respondamos en las mismas condiciones de partida a lo que la institución nos pueda preguntar; 2º fortalecer los espacios/iniciativas/grupos que, sin necesidad de ser preguntados, ya están proponiendo respuestas a posibilidades de reparto del poder y la riqueza; 3º transferir recursos de lo público a lo común como jaque mate al centro de producción y reproducción de las relaciones desiguales de poder.

La primera tarea es deconstruir el término de ciudadanía tal y como los hemos venido empleando de forma indiscriminada y profusa desde las fuerzas del cambio en general, municipalistas o no. Sin meternos en larguras históricas ni honduras filosóficas, la ciudadanía no conforma un conjunto homogéneo de personas, sino una abstracción, tendencialmente más excluyente que incluyente, con la que denominamos a la reunión de personas con derechos que habita un determinado territorio. En una situación de precarización y empobrecimiento crecientes de las poblaciones, la “ciudadanía” está cada vez más rota, más agrietada de desigualdades, más sujeta a conflictos entre quienes todavía acceden a derechos y quienes no. A las clásicas relaciones de poder de clase, raza o género, debemos añadir las menos mencionadas de edad, diversidad funcional o identidad sexual. Todas ellas agudizadas en esta etapa neoliberal, que se caracteriza, precisamente, por su pulsión suicida, en el sentido de disolvente de todos los pactos que hacían posible la hasta ahora aceptación (relativa) de esas desiguales posiciones de poder (poder de decir, de hacer, de vivir): los famosos pactos de los Estados del bienestar. Todo esto son cuestiones muy básicas, muy obvias. Pero conviene recordarlas para abandonar la idea de una democracia mal entendida como gobierno a través de la participación (esto es, dar voz a todos y a cualquiera desde preguntas formuladas desde una institución que interpela a un falso “todo” homogéneo para terminar validando lo que ya hay), y dirigirnos hacia la materialización de una democracia real: que reparta poder, que distribuya de forma equitativa los recursos generados por todos y todas, y donde participe, claro, pero desde la organización social. Se trata de meter mano a las políticas fiscales para repartir la riqueza que ya hay; de cambiar el modelo de producción actual, articulado en torno a la acumulación de beneficio, en pos de unas economías más centradas en la sostenibilidad de las vidas; de reformular los sistemas de acceso y gestión de los bienes y servicios básicos: los considerados básicos hasta el momento, como comer y dormir bajo techo, la salud o la educación, pero también otros derechos fundamentales como el acceso a la energía, la comunicación, la movilidad o la cultura.

La segunda tarea de un movimiento municipalista es dar cauce a la aplicación de medidas y propuestas que colectivos afectados por cuestiones particulares y, por lo tanto, directamente implicados y fuertemente interesados en su resolución, ya han pensado e, incluso, probado. Propuestas que tienden a repartir el poder y la riqueza, que obstaculizan su acumulación en pocas manos. El ejemplo más popular y conocido por todos es, seguramente, el de los colectivos de defensa del derecho a la vivienda. Sin embargo, otros muchos espacios tienen miles de mejoras sociales que aportar: los colectivos que trabajan contra las políticas excluyentes y letales de las fronteras pueden poner sobre la mesa mecanismos que favorecen una pluralidad social refractaria a la jerarquización de las diferencias. Los feminismos tienen mucho que decir sobre otras formas de pensar/hacer economías, poniéndolas al servicio de unas vidas más dignas, ricas y emancipadas, y que, además, valgan lo mismo. Los colectivos ecologistas nunca han dejado de proponer medidas para evitar el destrozo de todo aquello que nos permite vivir. Las personas diversas funcionales conocen, por su parte, cómo hacer que la autonomía no sea un privilegio de algunas, sino un derecho de todas las personas, se desplacen como se desplacen, hablen como hablen, oigan o no oigan, vean o no vean. Cabría seguir así hasta el infinito, pero la idea fundamental es que existen perspectivas concretas, situadas (en general, desde posiciones de discriminación de partida) que aportan, desde el saber de la experiencia propia, mejoras democratizantes para la sociedad en su conjunto. Y estas perspectivas han de hallar cauce de expresión y ejecución de sus propuestas.

Por último, la tercera tarea consiste en transferir recursos de lo público a lo común. En otras palabras, desestatalizar los bienes y servicios que consideramos imprescindibles para llevar a cabo unas vidas individuales y colectivas lo más dignas posibles. ¿Por qué desestatalizar? Porque lo público entendido como hasta ahora desde un poder jerárquico y representativo no es funcional respecto a la defensa del interés general, es decir, la restitución de la igualdad de partida entre las personas y el ataque frontal a toda aquella institución que produzca jerarquías en la capacidad de decidir y desigualdades en la posibilidad de disfrutar de las riquezas producidas socialmente. Todas las administraciones de poder, desde las locales a la UE, trabajan actualmente al servicio de los intereses de un puñado de corporaciones y oligarquías financieras. Esta es, finalmente, la gran transformación neoliberal y la victoria de una subjetividad capitalista funcional a esta mutación.

Para contrarrestar este estado de cosas habría que potenciar, por ende, tanto unos regímenes de acceso a bienes y servicios básicos (alimento, hogar, agua, aire limpio, salud, educación, socialización de los cuidados, etc), capaces de desplazar, por ejemplo, el régimen de propiedad en pos de otras formas de disfrutar y compartir lo que necesitamos, como sus formas de gestión: el objetivo es que no se representen nuestros intereses, sino que tengamos la oportunidad de manifestarlos y sostenerlos en todos los ámbitos (comunidades educativas, de salud, de crianza, de gestión comunal del agua, de protección y resolución de conflictos en los barrios, etc.). Y como laboratorios de politización y de generación de ideas, como espacios de fortalecimiento de un tejido social capaz de materializarlas, como espacio de cooperación, apoyo mutuo y empoderamiento social, un común urbano fundamental a respaldar, también institucionalmente, son, por supuesto, los centros sociales. Los muchos centros sociales ya existentes y los mil y uno potencialmente posibles, como lugares de cruce de iniciativas y de transversalización de luchas.
 

01 de Abr 2016
funda

Joan Miquel Gual (@joanomada)

Hace pocos días el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya (TSJC) ha declarado nula la concesión a la empresa mixta formada por Aguas de Barcelona (70%), Área Metropolitana de Barcelona (15%) y Criteria-La Caixa (15%); con la cual la empresa gestiona el agua de más de 3 millones de personas sin haber pasado previamente por concurso público. La decisión del Ayuntamiento de no recurrir la sentencia resulta un paso muy importante hacia la municipalización de un recurso fundamental que no para de encarecerse. En este escrito se repasan las luchas por el acceso al agua que han tenido lugar en Barcelona a lo largo del siglo XX y XXI. Quizá estamos hoy ante un contexto en el que las movilizaciones pueden revertir la privatización de un bien común que ha marcado de manera férrea la historia de la lucha de clases metropolitana.
 


Albores de la guerra

Para comenzar, una imagen obscena de desigualdad. La que hoy es una de las principales atracciones turísticas de la ciudad, la Font Màgica, con sus espectáculos de luces y colores chorreantes, fue inaugurada en los albores de la Exposición Universal de 1929. Ésta dejaría en una crisis profunda de deuda al gobierno municipal poco antes de la caída de la dictadura de Primo de Rivera y el inicio de la República. Entonces, el acceso al agua no estaba garantizado para la mayoría y de hecho era muy escaso el caudal disponible en los depósitos de los precarios edificios de viviendas. En este contexto, y para proyectarse como una metrópolis rica hacia fuera, la fuente dio pié a un espectáculo de injusticia disfrazado de prosperidad.

    La situación durante los tiempos de la República no fue mucho más halagüeña. En los años 30 alrededor de 20.000 hogares no contaban con acceso al agua, lo cual implicaba a más de 100.000 personas. La excepción, tal y como lo han descrito Gorostiza, March y Sauri, llegó con las colectivizaciones de la Guerra Civil. En la línea de la efectividad conseguida durante la Revolución social en muchos ámbitos productivos, se ganó eficiencia económica y mayor gestión racional que cuando el agua había estado en manos privadas. La autogestión de Sociedad General de Aguas de Barcelona (Sgab), germen de la actual Aguas de Barcelona (Agbar), permitió en 1937 el aumento del consumo colectivo con respecto a niveles anteriores a la guerra hasta los 10.000m3. Las reservas disponibles en ese momento permitían todavía más del doble de ese consumo. El agua llegó también hasta los barrios obreros menos acondicionados, pero el problema fue que bien pronto la mayor parte de la población dejó de pagar por la tarifa debido a la escasez de moneda. En todo caso, la colectivización demostraba que la gestión privada previa se podía mejorar y que con una cierta distribución de la riqueza se podía garantizar el accesso al bien común a toda la población si existía intención política.

Franquismo y tardofranquismo

Más tarde, uno de los elementos de la crisis urbana de los 70 tuvo que ver también con el abastecimiento de agua. Si bien el aprovechamiento del caudal del Llobregat y el Ter en los años 50 y 60 permitió superar la “pertinaz sequía” -tal como la definía un documento del gobierno de la época- que caracterizó la Barcelona superpoblada de la autarquía, el caudal se dirigía solamente hasta los depósitos municipales de Barcelona y las ciudades colindantes. La inexistencia de una infraestructura básica de distribución y el elevado número de chabolas o viviendas sin las condiciones necesarias causaron que el acceso al agua tuviese lugar en fuentes situadas en las calles, muchas veces situadas lejos de los hogares, y el transporte de la misma se hiciese a pié y cargando a peso las garrafas. En los años 70 se calcula que el 40% de las 460.000 casas existentes en el área de Barcelona no tenía baño, pero la problemática del agua no se limitó solamente al abastecimiento sino también a las duras inundaciones que en 1962 y 1971 provocaron un elevado número de muertos, destrucción de muchas casas y unas pérdidas económicas de miles de millones. Finalmente, si bien el movimiento vecinal lograría materializar el abastecimiento de agua potable en todas las viviendas de la ciudad, en 1966 se firmaron las “Bases para el convenio con la Sgab para la organización del servicio de abastecimiento de aguas”, documento vigente hasta 2010, a pesar de su carácter temporal, cuando los juzgados de Barcelona declararon que “no existía contrato de concesión de aguas” entre Agbar y el Ayuntamiento. Durante todos estos años se consolidó un modelo público privado de acceso al agua en el que la ciudadanía paga los costes de las infraestructuras y la compañía se hace con todo el negocio de la distribución, aumentando los precios, ejecutando cortes y despidiendo plantillas en función de su criterio económico.
 


Agua y neoliberalismo

Y así llegamos al presente. Uno de los mitos que está cayendo es el de la eficiencia neoliberal. En las principales ciudades europeas se está procediendo a la remunicipalización de servicios como reversión a una situación de “externalización de servicios” iniciada en los años 80. El agua, pero también la electricidad, el transporte público, la gestión de residuos, la limpieza y la vivienda están siendo recuperados obteniendo un mejor servicio, a un coste más barato y manteniendo o incluso ampliando el número de puestos de trabajo. Así pues, Londres disolvió pocos años atrás dos grandes asociaciones público privadas de transporte  mediante cancelación de contrato, y la autoridad municipal se ha hecho cargo de buena parte de la gestión del servicio; París, en 2010, sustituyó las compañías privadas que proveían agua a la ciudad logrando ahorrar solamente en el primer año 35 millones de €, bajando la tarifa usuaria en un 8%; en Alemania, en 2012 habían vuelto a manos públicas más de 100 concesiones de redes de distribución energética y prestación de servicios y se habían construído 44 nuevas instalaciones públicas. Todos estos datos los ofrece el estudio Remunicipalización de los servicios municipales en Europa, realizado por David Hall (Universidad Internacional de Investigación de Servicios Públicos, Universidad de Greenwich).

    Como afirman Janet Sanz y Eloi Badia, “Hoy la gestión pública abastece aproximadamente el 90% de la población mundial y son centenares los municipios que han apostado por la remunicipalización. Seguramente, París y Berlín son casos paradigmáticos. Pero también lo son Nueva York, Tokio, Toronto, Estocolmo, Oslo, Helsinki, San Francisco, Los Ángeles, Melbourne, Roma, Kioto, Múnich, Milán, Glasgow, Boston, Medellín, Bogotá, Quito, Atlanta, Copenhague, Buenos Aires, Río de Janeiro... El denominador común: grandes ciudades y gestión pública del agua.”. Bien al contrario, el proceso privatizador ha crecido en el Estado español y en Catalunya. Tal y como explica la plataforma Aigua és Vida, uno de los efectos de esta privatización es que el 56% del coste total de la tarifa de agua resultan gastos no asociados, es decir, en la tarifa que paga cada usuaria o usuario solamente el 44% es un gasto asociado al agua. En total, de los 324 millones de € que costó el consumo de agua en 2012, 143 millones resultan el cómputo total de gastos necesarios por el consumo colectivo, mientras que los 181 millones restantes se podrían ahorrar vía municipalización.

    El primer paso hacia la municipalización ya ha sido dado: la resolución del TSJC sobre la constitución de la empresa mixta del agua del AMB resulta una sentencia demoledora que no cuestiona el procedimiento, sino que declara la nulidad de todo lo que justificó que Agbar obtuviera la gestión del agua de casi tres millones de personas, sin pasar por un concurso público, hasta el 2047 y con una participación del 85% en la empresa mixta que se creó. Existe la posibilidad, a día de hoy, de equiparar la ciudad a lo que ya es normal en la mayoría del resto de municipios importantes del mundo. Agbar recurrirá ante el Tribunal Supremo la sentencia. A la espera del resultado, la batalla que se abre es la reivindicada desde hace tiempo por Aigua és vida: la conversión de la empresa mixta en pública, abriendo el debate a las nuevas formas de participación y control ciudadano para garantizar la buena gestión.   
 

 

07 de Mar 2016
funda

Seguimos con esta serie en la que trazamos algunas líneas fundamentales de reflexión sobre las candidaturas municipalistas. En este artículo escriben Raúl Sánchez Cedillo (Madrid), Juan Díaz Ramos (Málaga) y Pablo Lópiz (Zaragoza) que nos hablan, entre otras cosas, de un municipalismo constituyente y su dimensión europea; de la apuesta por la cooperación y los comunes como palanca para quebrar la hegemonía individualista del mercado y de la apuesta por retomar herramientas de organización como los centros sociales que está abriendo Málaga Ahora en sus barrios –Colmenas– pero que tienen vocación de autonomía. Así como las Oficinas de Apoyo Social-Laboral-Habitacional que quieren constituirse en espacios de sindicalismo social o redes de apoyo mútuo.

Desde la Fundación de los Comunes lanzamos una serie de artículos para preguntarnos colectivamente por las líneas que definen el momento presente. Pensar desde los movimientos, sin cortapisas, desde dentro de los procesos es para nosotros, la base imprescindible de toda política.

Raúl Sánchez Cedillo

¿Cuáles son los principales retos del municipalismo representado en las candidaturas del cambio?

Habría que añadir: representado, cierto, pero no en exclusiva y no necesariamente expresado. La representación puede ser tergiversadora. Por ejemplo, el municipalismo no puede ser o limitarse a ser un ámbito de contrapoder político e institucional de las principales ciudades del Estado respecto al gobierno central o los gobiernos autonómicos, en menoscabo de los municipios pequeños y las regiones menores. El papel del municipalismo en este momento consiste en expresar, construyendo instituciones y procesos adecuados, el derecho a la ciudad como una acción constituyente de las y los ciudadanos. Este derecho a la ciudad no puede expresarse si los nuevos municipios no dan saltos cuánticos en dirección a la reapropiación de la administración por parte de la ciudadanía organizada, conforme a un diagrama en el que los nudos principales son la participación decisoria desde abajo (que incluye las consultas sobre las cuestiones importantes), las empresas del común como concreciones productivas de la cooperación ciudadana en el plano municipal (desde la producción cultural al trabajo de cuidado, pasando por la agricultura ecológica y los centros sociales autogestionados) y el control democrático desde abajo y desde arriba de la producción de espacio urbano por parte de las corporaciones inmobiliarias, organizaciones financieras, grandes empresas y administraciones. Los programas de participación ciudadana puestos en marcha en Madrid y Barcelona son un instrumento, pero solo van a funcionar si sirven para que las minorías activas por el derecho a la ciudad las utilicen como palanca de construcción de contrapoderes ciudadanos capaz de afectar a las mayorías, obligando al gobierno municipal a mandar obedeciendo.

              Federalismo europeo municipalista

Solo en la medida en que estos contenidos constituyentes marquen el paso del agonismo o del conflicto de intereses colectivos (si no queremos hablar de luchas de clases urbanas) el municipalismo podrá funcionar como un espacio-tiempo de condensación de contrapoderes reales en el proceso de transformación de la forma Estado y de las formas de gobierno en el plano español y europeo. De esta manera, el municipalismo constituyente estaría en condiciones de dar la vuelta a la estructura de poder financiero y político realmente existente entre los nudos metropolitanos. Cuando por dar la vuelta entendamos traducir, mediante una reapropiación radicalmente democrática, esa estructura de poder en una estructura de interdependencias entre las ciudades, que constituye la base de un federalismo constituyente. A su vez, este federalismo de las ciudades es la estructura topológica de la organización del poder que corresponde de la mejor manera a una realidad política que vaya más allá del Estado nacional y de espacialidad abstracta de la nación. Y, en esa misma medida, es una de las claves de bóveda de una federación europea de contrapoderes autónomos. Toda vez que el fracaso europeo se debe en gran medida a la resistencia de las elites políticas del Estado nación a traspasar su soberanía a otros cuerpos de poder político. Al mismo tiempo, sin embargo, una Unión o Federación europea no puede concebirse como una federación como la estadounidense, puesto que está compuesta de varias naciones, ni como una especie de megaconfederación helvética, puesto que carece de toda consistencia estructural y de toda capacidad de consensuar la decisión política. Pero sí puede construirse como una federación de metrópolis, regiones y países (que no naciones), en las que la multiplicidad garantiza el ejercicio de contrapoderes respecto a la tendencia monárquica del poder, mientras que la homogeneidad estructural del espacio de las metrópolis y ciudades en el plano europeo permite una capacidad cooperativa y asociativa completamente nueva.

Juan Díaz Ramos

El ciclo institucional-electoral nos ha condicionado considerablemente, nos obligó a entrar en terrenos ajenos, con nuevos aprendizajes, prácticas, y retos. Después de unos meses iniciales que denominamos de “aterrizaje forzoso” en la institución, con un logro modesto, pero muy valioso de cuatro concejalías y una representante en la Diputación, hemos tenido margen para aclimatarnos al nuevo medio. La llegada a las instituciones, con gobiernos del PP en minoría pero bien apoyados en su muleta C's, nos ha permitido aglutinar mayorías para buenas propuestas políticas con la mayor parte de nuestras mociones, pero también constatar los límites de las instituciones, cuando dichas mociones apenas se cumplen. Todo ello y tras esta primera etapa, nos lleva a plantearnos la necesidad de pasar a una nueva fase.

Una nueva fase caracterizada por el retorno a nuestro origen: la calle y la autoorganización. Pero inevitablemente desde una nueva realidad, con la potencia de los recursos y empoderamiento que te da la presencia institucional, pero también las limitaciones y amenazas del trabajo institucional. Amenazas como vernos absorbidas por la Institución y olvidarnos de dónde venimos; el espejismo de que todo se puede resolver desde ella; el acomodarse y depender de las facilidades y recursos que te aportan; los delirios de vanguardia tomando iniciativas y acelerones, sin contar con las personas afectadas, y fagocitando los procesos autorganizativos.

Nuestra hipótesis-Reto en esta nueva etapa es abordar las problemáticas de la ciudad: su economía, su gobierno democrático y transparente, la sostenibilidad de la vida y cuidados de sus habitantes y entorno, su cultura, su patrimonio, etc. Todo ello aportando los recursos y mecanismos que te facilita la institución a la vertebración y autoorganización de la sociedad civil. Tomarnos en serio la premisa Zapatista del “Mandar obedeciendo”.

Evidentemente dicho reto no es pequeño, ni fácil, nos encontramos con múltiples dificultades para ello. En primer lugar el marco de una sociedad (y unos barrios) muy desestructurada y atomizada, donde los lazos sociales están muy rotos tras el largo ciclo neoliberal y los procesos de gentrificación. Donde a veces hay mas vínculos por la vía virtual, que por la física. O el vínculo viene dado más por compartir una afición, o un tipo de ocio, que por la condición de vecindad. En dicho contexto, recuperar el vínculo desde lo territorial, desde el barrio, es un desafío y a la vez entendemos que una gran potencia por explorar. Recuperar la comunidad no es fácil cuando se ha perdido el habito de compartir, de construir en común, de cooperar. Ese construir comunidad suena bien, pero también nos lleva a romper nuestra zona de confort. Fuera de ella hay muchas sorpresas positivas, pero también negativas, está la sociedad en toda su diversidad: con sus hábitos competitivos, con su machismo, con su individualismo... con muchos “ismos” que no nos gustan, que llevábamos año deconstruyendo con muchas dificultades y desigual éxito en nosotras mismas y nuestros espacios organizativos.

La comunidad esta llena de problemas individuales, concretos, cotidianos, urgentes... Que te pueden hacer perder la perspectiva de lo colectivo, global, y estratégico. Lo micro que nos puede hacer caer en el asistencialismo de urgencia, y la individualización de los que debiera devenir en colectivo. Para empezar a abordar dicho reto, hemos pensado recurrir y experimentar con dos dispositivos concretos, que suponen un retorno a experiencias de los Movimientos de la Autonomía de finales del XX e inicios del XXI, con la novedad en este caso del complemento que supone el trabajo institucional.

En primer lugar el dispositivo del Centro Social-Cultural-Vecinal, que el caso de Málaga hemos denominado “Colmenas”. Su sentido es el de constituirse en espacios de atracción, encuentro, agregación, experimentación, y autoorganización para la construcción de comunidad –de enjambre–. Las Colmenas se configuran pues como focos atractores para la comunidad, independientes del vínculo a Málaga Ahora. La amenaza es que el espacio nos absorba con su gestión, sus conflictos grupales, la comodidad de un punto de referencia... Y nos haga perder su sentido y utilidad, que es salir fuera a promover comunidad. Pero también, que no logremos permear a la comunidad, y se nos perciba como un Partido más y su sede.

El segundo de los dispositivos, también supone recuperar prácticas recientes, como las de las Oficinas de Derechos Sociales, las Oficinas de Vivienda, o los propios nodos de la PAH. Están aun por iniciar y definir su nombre, pero consiste en Oficinas de Apoyo Social-Laboral-Habitacional. Este dispositivo nos ha de permitir salir al “afuera”, a la comunidad. Como en los ejemplos precedentes, el objetivo es pasar del problema individual, a la problemática colectiva, y de ahí al proceso de autoorganización de personas afectadas. Los resultados podrán ser muy diversos según la problemática y devenir de los procesos: sindicalismo social, corralas de viviendas, redes de apoyo mutuo, redes de consumo, huertos urbanos, moneda local, cooperativismo...

Así, podríamos pensar que "para este viaje no hacía falta estas alforjas” si lo que proponemos es recuperar lo que veníamos haciendo antes del asalto a las Instituciones. Sin embargo no podemos obviar el aporte de recursos, empoderamiento, legitimidad, incidencia comunicativa, y potencial de crecimiento que nos ha aportado el acceso a las instituciones. El objetivo pues es el configurar un partido-movimiento a escala de ciudad. Sin olvidarnos de otro de los grandes desafíos por abordar: la construcción de redes de movimiento a escala andaluza, estatal, y europea.

Pablo Lópiz

Las candidaturas municipalistas están atravesadas por fuertes tensiones y, por tanto, cuáles son sus principales retos está sujeto a discusión. Desde una perspectiva de mínimos, al menos desde Zaragoza en Común, parece que se trata de resistir al deterioro de los derechos sociales, ampliar la participación ciudadana y llevar a cabo una gestión más transparente. En resumen, intentar detener el expolio al que está siendo sometida la ciudad. Desde una perspectiva más ambiciosa, que excede la instancia institucional, un movimiento municipalista debiera apuntar a conformar un polo de resistencia al neoliberalismo a escala ciudad, cambiando el modelo productivo en dirección a una economía social del conocimiento de base cooperativa, con mecanismos de redistribución de la riqueza —renta básica municipal— y fomento de los comunes metropolitanos. Esto había necesariamente de ir acompañado de un nuevo marco político caracterizado por la creación de dispositivos democratizadores, el refuerzo de la autonomía de lo social y la articulación solidaria con otros municipios al margen de las estructuras del Estado-Nación.
 

 

27 de Feb 2016
funda
Desde la Fundación de los Comunes lanzamos una serie de artículos para preguntarnos colectivamente por las líneas que definen el momento presente. Pensar desde los movimientos, sin cortapisas, desde dentro de los procesos es para nosotros, la base imprescindible de toda política.
 

Hace casi un año de las elecciones municipales, dos, si contemplamos el nacimiento de las primeras candidaturas municipalistas, aquellas destinadas a llevar la “revolución democrática” a las instituciones. Las que han conseguido gobernar han tenido que enfrentarse a la guerra mediática y los poderes establecidos que imponen límites a su acción transformadora, pero también a la constatación de cómo esa rápida creación de organizaciones conlleva una cierta fragilidad. Las que no están en el gobierno han tenido que inventarse una nueva forma de hacer oposición.

En la serie de artículos que comenzamos tratamos de dibujar los principales retos del municipalismo. En el primero escriben Rubén Martínez (Barcelona), Marisa Pérez Colina (Madrid) y Félix Ribas (Zaragoza).

Rubén Martínez (@RubenMartinez)

El principal reto del municipalismo representado en las candidaturas municipalistas es sobrepasar los límites institucionales que determinan la producción de cambios. Eso, sin contrapoder, sin dosis de desobediencia institucional y sin una continua y creciente correlación de fuerzas, es del todo imposible. 

El “mandar obedeciendo” zapatista que ha formado parte del compromiso de este mandato parece un buen plan. No hay que dejar de escuchar y ceder poder teniendo en cuenta las proclamas de los movimientos ciudadanos amplios que han conducido este cambio. Las acusaciones de “gobernar para una minoría” o de que “solo se tiene en cuenta el papel de las fuerzas políticas afines” va a ser continua por parte de los grupos opositores en los diferentes consistorios. Pero es obvio que esas demandas (derecho a la vivienda, reapropiación del espacio público, municipalización de servicios básicos) cuentan hoy con amplios consensos sociales. Acompañar con intervenciones institucionales esa fuerza de la calle sin poner en peligro su autonomía, asegura tener más fuerza en las instituciones. De hecho, esas acusaciones de “gobernar para los vuestros” ya está ocurriendo en los plenos ordinarios y extraordinarios de, por ejemplo, Barcelona y Madrid. En Barcelona, la derecha nacionalista lanza acusaciones ridículas sobre la privatización de la participación por parte del Ayuntamiento. Lo que ocurre realmente es que se contratan vía concurso público a los colectivos que justo son los que han producido las formas de colaboración y de alianzas de diferentes segmentos sociales. Son esas prácticas de organización política al margen de la representación las que nos ha traído a este escenario político nuevo. 

No deja de ser significativo que CIU, partido durante su anterior alcaldía en el Ayuntamiento de Barcelona vendió el espacio público y legados populares como el Port Vell a empresas privadas, quiera dar lecciones desde esa moral mafiosa. Este debate político sobre la democracia participativa vs la democracia de los chiringuitos privados hay que tenerlo fuera de los plenos y de los titulares mediáticos. Hay que seguir organizando espacios autónomos y masa crítica desde fuera de la institución –analizando la economía política de la ciudad– a la vez que, desde dentro de la institución, se realizan auditorías públicas, mapa de las élites y de las concesiones corruptas así como espacios de interacción entre institución y movimientos sociales. Hay que dejar claro que la democracia participativa sirve para contrarrestar la acumulación de poder de las oligarquías urbanas. La democracia participativa no sirve para que “todos los actores sociales y privados” se relacionen en igualdad de condiciones. No existe ni es deseable igualdad alguna entre la PAH y las promotoras inmobiliarias. Una ampliación de la democracia a través de mecanismos institucionales tiene que servir para visualizar los disensos, el exceso de poder de quienes marcan el presente y el futuro de la ciudad desde espacios no democráticos y para empoderar a quienes padecen directamente los azotes de la crisis. 

Los límites de la institución para resolver problemas estructurales son profundos. Con suficiente voluntad política –y consenso en el consistorio– un Ayuntamiento  permite compensar los efectos de las crecientes desigualdades sociales, pero no hacerlas desaparecer. El bajo techo con el que topan las acciones de gobierno deja claro que no existe nada parecido a unas palancas institucionales que eliminan automáticamente los problemas estructurales. Lo que sí existen son varias capas funcionariales dispuestas a reproducir una y otra vez el rumbo institucional acumulado. Esa inercia institucional lleva adjunta una invitación al 'gestionalismo' que amenaza con absorber el trabajo cotidiano del gobierno local. No hay democracia sin el pueblo-vigilante, sin el pueblo-veto, sin el pueblo-juez. No hay democracia sin contrapoderes. El reto, una vez más, es cómo articular poder institucional y contrapoderes ciudadanos. Manolo Monereo decía hace poco que los Ayuntamientos del cambio no deberían ser mediadores que gestionan el conflicto, sino máquinas que organizan el conflicto. Organizar el conflicto desde los Ayuntamientos requiere, no solo más competencias sino mayor contrapoder. Acompañar procesos que ejercen democracia desde abajo, cediendo poder a colectivos movilizados que a su vez deben generar alianzas con segmentos sociales no movilizados o excluidos. 
 

Marisa Pérez Colina (@alfanhuisa)

Para el municipalismo todo son retos. No hay camino hecho, todo es desafío. Y para poder afrontarlo sin naufragar en las primeras tormentas, la nave de esta locura posible —cuyos locos y locas pretenden recuperar la política como herramienta de transformación estructural profunda— necesita, de forma muy urgente, echar miedos por la borda, cargarse de formas de hacer democráticas y no perder nunca el rumbo.

Porque el rumbo siempre es el mismo: arrebatar los municipios a la rapiña mercantilizadora, liberarlos de la competencia interterritorial y frenar la desposesión privatizadora de los bienes comunes vía remunicipalización comunitaria. Las ciudades y pueblos no pueden ser negocio de unos pocos, sino espacios de convivencia cuyas poblaciones recuperen los recursos que les pertenecen: bienes básicos como la vivienda, el agua, el aire, espacios públicos empezando por la calle, servicios como la sanidad, la educación, los transportes, la cultura, etc. Así como las propiedades sociales inalienables —no privatizables—, accesibles —alcanzables por todos y todas, independientemente del nivel de renta, género, diversidad funcional, origen étnico, etc.—, democráticas —gestionadas por organismos con fuerte implicación/capacidad de decisión de la sociedad— y sostenibles —se trata de mejorar la vida presente garantizando la futura.

Las rutas de experimentación democrática son, sin embargo, múltiples. Ahora bien, dejar de ser sociedades representadas —autonomía de lo político— para convertirnos en poblaciones implicadas en el diseño de nuestras políticas públicas —autogobierno— no es tanto el cometido de las denominadas candidaturas del cambio como la ingente faena del movimiento municipalista. Y el movimiento se construye, principalmente, por fuera de la institución. El papel de esta, allí donde las fuerzas del cambio tengan poder —poder de hacer, no de imponerse a los habitantes— no es tanto mediar o escuchar, como difuminarse, dar voz y pasar el testigo de la capacidad de decidir. Estimular, allí donde haga falta, procesos de organización y determinación de la gente —barrios, comunidades educativas, asociaciones o iniciativas articuladas en torno a múltiples intereses—, asignando recursos, generando nuevos marcos jurídicos, implementando verdaderos dispositivos —informados, colectivos, plurales— de toma de decisiones .

Y, sobre todo, no tener miedo. Las personas transitoriamente delegadas como correas de transmisión de la sociedad deben, desde sus cargos institucionales, defender, sin complejos, el proyecto emancipador para el que fueron mandatadas, mirando hacia abajo. Su mirada ha de dirigirse siempre hacia la gente que apostó por estas candidaturas como herramienta de recuperación de la ciudad, hacia el tejido social potencialmente organizable que es su base y su único apoyo verdadero, en vez de hacia arriba, hacia los poderes fácticos, ya sean las oligarquías económicas o los partidos políticos corruptos con todo su entramando de grandes manipuladores mediáticos.

Félix Ribas

Cuatro años después de la retirada de las últimas tiendas de la acampada del 15M en la plaza del Pilar, la apuesta municipalista de Zaragoza en Común se abocaba el verano pasado a enfrentarse al mismo reto que su antepasado quincemayero: el despliegue territorial. En el 2011, la apuesta del 15M por las asambleas de barrio fracasaba, salvo notables excepciones, en nuestra ciudad. A día de hoy, el resultado de la puesta en marcha de los grupos motores, las asambleas de barrio y la participación de las personas vocales de ZeC en las juntas municipales descentralizadas resulta todavía una incógnita. Aunque cabría esperar que gracias a la combinación entre personas con experiencia en estas lides, la nueva incorporación de otras y la existencia de respaldo institucional desde el propio ayuntamiento, esta apuesta por la democratización de los barrios llegue a tener cierto recorrido.

“Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo”, decía un conocido físico. Y en ZeC lo intentan llevar a la práctica a juzgar por algunas opciones valientes y costosas, incluso carentes de cualquier apoyo entre las demás fuerzas políticas del consistorio, como la reciente y exitosa elección directa de alcaldes y vocales en los barrios rurales de la ciudad.

Otro despliegue territorial que se intuye en el horizonte, y que unas elecciones generales anticipadas seguramente desencadenaría, podría ser la constitución de una candidatura electoral a nivel aragonés impulsada desde el propio Zaragoza en Común y basada en su método de trabajo. Parece que en esto, la senda iniciada por Barcelona En Comú, otra vez, se mira con especial interés desde las orillas del Ebro.https://twitter.com/RubenMartinez

18 de Ene 2016
funda

El Partido para la Ciudad Futura –el nombre proviene de un periódico editado por Antonio Gramsci– ha sido impulsado por el Movimiento Giros y el Movimiento 26 de Junio, ambos con una trayectoria de más de 10 años de trabajo social y político en barriadas populares de Rosario, la tercera ciudad más poblada de Argentina. En las pasadas elecciones municipales dieron la sorpresa al situarse como tercera fuerza política, por arriba del oficialista Frente para la Victoria, consiguiendo más de noventa mil votos y tres concejales. En la presente entrevista analizamos las claves de su éxito y el método de trabajo de lo que llaman Partido-Movimiento.

La entrevista ha sido realizada por Nico Sguiglia (Málaga Ahora y Podemos) con Juan Monteverde, Alejandro Gelfuso y Franco Ingrassia, miembros del partido.
 

En las últimas elecciones municipales Ciudad Futura consiguió noventa mil votos en Rosario, consiguiendo tres concejales y situándose como tercera fuerza de la ciudad (incluso por encima del Frente para la Victoria). ¿Cuáles creen que fueron los principales factores de este éxito electoral?

Juan Monteverde: Influyeron varios factores, pero quizás uno de los principales fue la ausencia de un proyecto de ciudad por parte de las otras fuerzas. Desde la crisis y el levantamiento de 2001 y con todo lo que pasó en estos años hubo un cambio de época que no se registró en la ciudad y en los espacios políticos existentes. Seguía latiendo la necesidad y el deseo de un proyecto político esperanzador y de renovación política, más aún con la crisis del socialismo en la ciudad de Rosario.

Otra cuestión fundamental es que conseguimos transmitir una lógica de construcción política diferente, desarrollando una militancia e innumerables proyectos por fuera del Estado. Creo que esas prácticas por afuera demostraban con claridad la posibilidad concreta de otras formas de construcción política y no solamente la pelea por el cargo para desde ahí pretender transformar la realidad. Creo que conseguimos trasladar a las prácticas lo que era un debate teórico propio de la militancia: la relación entre la autonomía de los movimientos y su relación con el Estado. Por eso cuando centramos la campaña a nivel comunicativo en la palabra ‘Hacer’ la gente pudo percibir que no era un simple eslogan sino que realmente estaba sustentado en prácticas de movimiento que veníamos desarrollando desde hace más de 10 años.

Si bien uno nunca sabe los motivos exactos por los que te votan casi 100mil personas, cuando uno hablaba con gente de fuera de nuestros ámbitos muy cercanos se podía percibir que una de las cuestiones que más valoraban era justamente esas prácticas que sintetizaban un modelo de construcción y de ética política o militante distinta.

Alejandro Gelfuso: Cuando terminaron las elecciones hicimos un análisis y balance en donde debatíamos justamente los motivos por los que nos había votado tanta gente y lo sintetizábamos con una pequeña fórmula que unía los 10 años de movimiento con el instrumento político. Se resumía del siguiente modo: pasar de lo ideológico a lo material y de lo material a lo afectivo. En parte esa discusión la retomábamos desde debates que se estaban dando en España sobre Podemos y las hipótesis hegemonistas, era evidente que había que conseguir que las practicas materiales sean capaces de afectar, de movilizar afectivamente al otro. Cuando la gente por ejemplo se acercaba para ser fiscal (apoderado), no se acercaba por una cuestión clásica de línea política sino porque veía nuestros proyectos o lo escuchaba a Juan en la tele hablando del Tambo y le llamaba la atención ver a un candidato a concejal hablando de la producción cooperativa de dulce de leche.

Pasar de lo ideológico a lo material significa que las discusiones que se venían dando en el seno de la izquierda o el campo popular no tenían ningún correlato en prácticas, es decir que la gente discutía sin ningún proyecto detrás que sostenga y muestre con hechos sus hipótesis. Creo que nosotros pudimos superar eso que es de por sí un gran salto para todo proyecto político. Discutir otro modelo de educación construyendo otras escuelas, discutir otro modelo de cultura abriendo un gran Centro Cultural, discutir otros modelos productivos poniendo en marcha emprendimientos que funcionen. Esa experiencia y capacidad de gestión concreta y material de alternativas son mucho más potentes que cualquier hipótesis teórica en vacío.

Pasar de lo material a lo afectivo supone que estas prácticas y sostener esos proyectos consigue que la gente crea y se emocione con la posibilidad del cambio. Esa emoción se percibía por ejemplo en la primera Asamblea tras las elecciones donde entre las más de 400 personas te encontrabas a un hombre de 70 años que te decía ‘yo militaba en el peronismo y esto me hace acordar a aquella época’ o una chica de 17 años que decía ‘nunca en mi vida me imaginé que esto era posible’. Creo que esta cuestión de sostener nuestras hipótesis en prácticas y no tanto en debates ideológicos (aunque los hay) y esa capacidad de emocionar son quizás las cuestiones principales que nos diferenciaron de otras opciones de izquierda.

Me llamó la atención una conversación que tuve con un familiar de acá de Rosario, bastante fóbico o cínico ante el izquierdismo, que cuando les dije que conocía a gente de Ciudad Futura me dijo ‘¿Ves? Esos pibes me gustan, porque se nota que laburan (trabajan)’. Creo que puede ser una buena síntesis del valor que tienen los proyectos y el trabajo militante más allá de la cuestión de la ideología o las identidades.

AG: Me hace acordar a un taxista que cuando un compañero le dijo que venía acá al Distrito 7 le dijo ‘Yo estoy afiliado a ese partido. Ojo que yo no soy de izquierda, eh? Pero estos pibes a mí me convencieron’. Nos parece interesante que la gente nos juzgue por lo que hacemos y no por identidades que muchísima gente ya no asume. Ahí es donde encontramos familiaridad con lo que decía tanto el 15M como Podemos en España: ‘No somos de izquierda, somos mayoría’. Y el que te está hablando no es de derecha, sólo te está diciendo que nos valora porque ve en nosotros otra cosa, lejos del político profesional.

Cuando terminaron las elecciones municipales en España nos pusimos a hacer el típico análisis de datos en función del voto por distritos y barrios. Nos preguntábamos sobre la composición social de nuestros votantes y buscábamos encontrar, con esa mirada sociológica, cierto peso del factor de clase. Y lo que encontramos no cuadraba del todo con ese análisis, si bien es cierto que obtuvimos mayor volumen de votos en los barrios populares había algo que se nos quedaba afuera, y que no tenía tanto que ver con la composición social sino con la composición de los deseos y anhelos de renovación política, algo que atravesaba a muchos sectores de la ciudad. ¿Cómo caracterizan ustedes la composición de los votantes a Ciudad Futura?

JM: Creemos que los votos hacia Ciudad Futura se caracterizan de una gran transversalidad, no sólo en términos socioeconómicos sino también en cuanto a lo ideológico, a cuestiones de identidad, al tipo de búsqueda. Para mí se trata de algo muy interesante y positivo y tiene que ver con cómo definimos la cuestión sobre la que discutir. Cuando decidís presentarte a las elecciones tenés que saber que el voto vale igual seas un militante de izquierda o un taxista. Es importante tenerlo en cuenta porque vos tenés que saber dialogar con todos. Nosotros salimos segundos por ejemplo en zonas de clase media y si queremos analizar por qué nos votó esa gente en clave socioeconómica nos equivocaríamos. Creo que es importante que nuestra virtud, eso que nombrábamos como la importancia del ‘hacer’, es algo que se puede valorar transversalmente, desde un estudiante hasta un laburante. Creo que pudimos tocar una fibra que no tiene tanto que ver con la realidad inmediata de cada sector sino con el horizonte que proponemos y eso es lo que hace que nuestro voto sea tan transversal. Nosotros no hacemos una campaña de pliegos reivindicativos donde agregas los reclamos de los distintos sectores sociales, sino que optamos por proponer un horizonte de ciudad capaz de convencer a muchos sectores. Para ganar las elecciones necesitás que tu voto sea lo más transversal posible, un proyecto en el que muchos sectores se sientan convocados, vengan de donde vengan.

¿Esta cuestión de la transversalidad puede tener relación con el problema de los significantes vacíos o los significantes flotantes tal y como lo expone Laclau y lo recogen ciertos sectores de Podemos? Al fin y al cabo ese proyecto capaz de convocar a distintos sectores no deja de sostenerse en cierto virtuosismo a la hora de condensar horizontes y deseos en palabras o expresiones, más aún en una lógica electoral. Cuando hablamos de una nueva gestión pública basada en la honestidad, la democracia y la dignidad, ¿no estamos haciendo uso de significantes capaces de convocar o movilizar a distintos sectores sociales?

Franco Ingrassia: Yo creo que hay que diferenciar entre los significantes flotantes, donde la operación sobre ellos pareciera ser ante todo discursiva, y los significantes con anclaje, es decir anclados o vinculados de forma clara con determinadas prácticas o construcciones. En nuestro caso el significante Ciudad Futura está ligado a los proyectos productivos, escuelas, centros culturales, etc. Es importante en este caso lo prefigurativo, es decir el uso de las nociones pasa a ser tangible. Ciudad Futura no es un significante en el cual puede entrar cualquier cosa y a la vez no es una mera promesa, ya existe Ciudad Futura, a una escala menor y prefigurativamente, pero hablar de Ciudad Futura es decir ‘queremos más de esto, que crezca, que se expanda y se multiplique’. Otra de las cuestiones que creo importante es que hay una sensación muy generalizada de que Rosario así como está no va más, el modelo Rosario que fue promovido durante décadas está en crisis.

JM: Creo que ha sido importante que ante la crisis de un modelo nuestra propuesta no es agudizar o profundizar la crisis, sino mostrar la salida, y hacerlo mediante prácticas, lo cual es único. Por ejemplo con el tema de la violencia policial, nosotros podríamos ir a Tribunales a intentar salir en las fotos con algún caso y denunciar lo mal que está todo, y sin embargo no hacemos eso. ¿De qué sirve seguir reafirmando lo mal que estamos? No sirve de nada. Si tenés la capacidad de mostrar que se puede hacer ciudad de otra manera, y a través de prácticas concretas, ahí radica la potencia de tu proyecto. Todo lo otro es accesorio, eso es lo único irrepetible nuestro, el ir mostrando desde ya una alternativa, que cada vez tiene mayor escala. Y nuestra posición política, nuestra forma de declarar y discutir políticamente es desde una lógica ‘gubernamental’, es decir, como si ya estuviéramos en el gobierno. Cada vez que nosotros opinamos o entramos en alguna discusión es porque podemos sostener esas posiciones a través de las prácticas y la experiencia, no vamos a estar opinando sobre todo porque sí. Y eso hace volver a darle peso a la palabra, tan bastardeada hoy en día. Nos parece más importante más que lo que se dice fijarnos en quién lo dice y con qué tipo de prácticas se está sustentando lo que se dice. Y eso nos permite movernos con más claridad a la hora de analizar los discursos que se suelen hacer, más si tenemos en cuenta que en la izquierda pero en la argentina actual en general existe una abundancia de discursos, pero que la gran mayoría no se sostienen en práctica alguna, son mera retórica. El diferencial son las prácticas.
Otra cosa importante que descubrimos es que los poderosos no son tan buenos, les podemos ganar, cosa que parece obvio pero es toda una lección para la izquierda. No es que los demás sean tan buenos, es que nosotros, la izquierda, somos horribles, no hemos sido capaces de articular nada, ninguna alternativa. Los hemos agrandado nosotros por nuestra propia incapacidad. Es normal que tantas veces desde el poder se caguen de risa, porque estamos tan lejos de donde pasan las cosas y tus posturas son tantas veces funcionales a que todo siga funcionando así…

AG: Hay un tipo de izquierda, anclada a la protesta, a lo minoritario y las consignas fijas que se ha mostrado muy funcional al poder, es fácil de gobernar. La preocupación de las élites empieza cuando te movés de esos esquemas y ya no te pueden encajar en ese margen. Para nosotros el punto de partida fue justamente darnos cuenta de eso y empezar a buscar otros horizontes. Partimos un poco de la lógica zapatista de salir a construir puentes con la sociedad civil. Nos dábamos cuenta que entre las organizaciones de izquierda y sus plataformas no estaba el cambio, dijimos ‘salgamos de acá, somos 40 personas metidos en debates eternos, salgamos afuera’.
 

 

Hay un lado oscuro en la izquierda, un pozo de tragedia y de derrota que se ha transformado en un agujero negro, una fuerza centrípeta  que ha absorbido una cantidad ingente de tiempo y energía en debates estériles sobre la ‘unidad’ y en sumas de organizaciones que no eran más que juegos de espejos. Creo que todas las organizaciones y procesos políticos más interesantes de los últimos tiempos han encontrado en esa crítica o autocrítica su punto de arranque, ese alejamiento de una izquierda que ya no se sostiene ni identifica tanto con ciertas prácticas sino con ese lenguaje barroco lleno de ecos y frases vacías.

JM: Lo cierto es que ese espacio se ha transformado en un lugar muy cómodo, es un espacio gregario donde se reconocen unos a otros y sólo se relacionan con el afuera para ganar adeptos a una secta. Y siempre la culpa de tu marginalidad la tienen los malos, y no tus propios errores. Si vos querés cambiar las cosas tenés que estar incómodo, porque el afuera es incómodo y contradictorio. Creo que una vez que te das cuenta de esto das un paso del que ya no se vuelve, y a nosotros nos pasó. Y si bien tenemos amigos y compartimos ciertos rasgos con esa izquierda, decimos ‘dejémoslos ahí con sus reuniones y peleas menores y vámonos a construir, ni nos van a convencer ni los vamos a convencer, así que no perdamos mas el tiempo que hay mucho por hacer’.

Me parece muy sugerente la centralidad que le dan en su trabajo a la cuestión del hacer y de las prácticas prefigurativas. Me parece que supone una aportación muy importante para algunos de los debates que se están dando en el seno de Podemos, donde se ha apostado, con mucho virtuosismo, por el blitz electoral y hacer de la organización una ‘máquina de guerra’ orientada de forma casi exclusiva a las elecciones. Creo que si bien es lógico al haber formado el partido en un proceso electoral, esta decisión puede esconder un problema mayor, que es el situar la construcción de un movimiento popular siempre en una posición subalterna con respecto a la ‘autonomía de lo político’. Este problema se manifiesta en una tendencia a minusvalorar la experiencia, los métodos y la ‘ética militante’ propios de los movimientos y a sobrevalorar por otro lado las ‘operaciones discursivas’ a la hora de pensar la construcción de hegemonía. Es curioso porque tanto Laclau como Gramsci destacan la importancia de lo que podemos llamar ‘prácticas instituyentes’ y la necesidad de organizar capilarmente la sociedad para lograr una hegemonía política, cuestión muy reconocible por otro lado, y con obvias diferencias, en el peronismo y la forma del PCI de posguerra. Sin embargo, y pese a contar un enorme potencial de círculos y activistas, Podemos optó por secuenciar su desarrollo y decir ‘primero la máquina de guerra electoral y después el movimiento popular’, lo que ha hecho que de la sensación de no haber aprovechado el desborde y la energía social que se había desplegado y que se traducía en miles de personas justamente preguntando en sus círculos ‘¿Qué hacemos? ¿Cuál es el plan?’ y han encontrado cierto vacío a la hora de poner hipótesis de trabajo y construcción política a nivel territorial. Ni mucho menos se trata de un potencial desaprovechado y lo cierto es que la ‘máquina de guerra electoral’ está funcionando muy bien, pero no deja de ser un problema vivo que hay que afrontar con cierta urgencia una vez pasadas las elecciones. Pero les comento este debate en Podemos porque me da la sensación que en el caso de Ciudad Futura ese problema no se da o se manifiesta de otra forma, no solo no se prioriza ‘lo político’ a la construcción social sino justamente la centralidad se la otorgan al hacer en el territorio y a lo que nombran ‘practicas prefigurativas’.

JM: Entiendo el problema. Creo que es importante pensar en organizaciones que se despliegan de diversas formas, más cuando contás con gente y con un mínimo de recursos, que creo que es el caso de Podemos. Lo que tiene la prefiguración en los términos en los que lo planteamos nosotros es que políticamente ayuda en dos dimensiones. Por un lado la construcción real de iniciativas en el territorio y su gestión te da un gran aprendizaje y te permite anticipar problemas que vas a encontrar en lo institucional, ya sea en el gobierno o en la oposición, problemas reales tales como la burocratización, los saltos de escala, la eficiencia en la gestión, etc. Te permite dotar de un gran realismo a tus planes y vislumbrar la diferencia entre lo que querés hacer y lo que finalmente podés hacer, y como gestionarlo. En definitiva te anticipa problemas y te ayuda a ir dotándote de experiencia e instrumentos prácticos para afrontarlos. Por otro lado hay que entender que no hay nada más potente y convincente que las prácticas. No hay experto en comunicación que pueda con unas prácticas exitosas que permitan demostrar de forma material y concreta lo que se propone. Sostener un discurso con las prácticas es algo de una potencia enorme. Las prácticas y proyectos autónomos te permiten a su vez atravesar con mayor fuerza las distintas coyunturas, tanto las buenas como las malas, y te permiten afrontar lo institucionalidad con una correlación de fuerzas mucho mayor. Y a su vez tiene un efecto contagio descomunal, no hay mejor manera de contagiar el ‘Sí Se Puede!’ que a través de prácticas que efectivamente demuestren que es posible. Y es evidente que esto no es contradictorio con la búsqueda de una ‘hegemonía discursiva’, se tiene que complementar.

AG: Creo que a veces se parte de un error muy frecuente, que es pensar que los procesos de cambio en Latinoamérica se dieron de arriba hacia abajo, es decir desde el Estado hacia la sociedad civil, lo que se utiliza muchas veces para plantear una fórmula que en nuestra opinión es errónea: primero llegar al Estado, primero lo político, y después articulamos lo social. Si uno piensa los distintos procesos se da cuenta que no hay una fórmula clara pero hay algo común: la convivencia y complementariedad entre lo institucional y lo social, lo que se produce desde el Estado y lo que proviene de dinámicas de organización social y comunitaria, que en el caso por ejemplo de Bolivia ha sido absolutamente clave. Lo que sí creo que es un aporte clave de lo que ha demostrado Podemos, y nosotros lo hemos replicado acá en otra escala, es la necesidad de tener incidencia a nivel comunicativo en los espacios que forman opinión a nivel mayoritario. Eso pasa a ser clave si se quiere salir de la escala pequeña y se pretende llegar a mayorías y ganar.
 

 

JM: Creo que el caso del Kirchnerismo en Argentina puede servir también para ver la fragilidad que tiene sostenerte exclusivamente desde el aparato estatal  y descuidar la construcción social y territorial. Que el mejor candidato que encuentren para afrontar unas elecciones tan importantes sea Scioli es reflejo en buena medida de esto. No ha habido durante todo el proceso una apuesta por una vertebración organizativa a nivel territorial.

La centralidad de la comunicación y la necesidad de disputar el sentido y la orientación de determinados significantes no está en duda. El problema es sostener en exceso los procesos de cambio y la construcción organizativa sobre eso. Más cuando si hay algo que se ha demostrado por parte del capitalismo contemporáneo es sus capacidad de metabolizar e incluso transformar en fuente de innovación en las formas de gobierno de los discursos críticos. Ahí queda la contrarrevolución tras Mayo del 68 o para venirnos a un escenario más reciente el crecimiento de la ‘nueva derecha’ con el caso de Ciudadanos en España y del Macrismo en Argentina. Sin construcción territorial y una disputa hegemónica sostenida en prácticas instituyentes que permitan vertebrar otras formas de vida los procesos de cambio pueden mostrar una excesiva fragilidad. En el caso español por ejemplo Ciudadanos ha salido a disputarle a Podemos los significantes de ‘cambio’, ‘regeneración democrática’ y ‘nueva política’ y lo ha hecho, obviamente sostenido por los poderes fácticos, con bastante éxito.  Esa pelea es clave y hay que sostenerla y ganarla, pero el diferencial de las prácticas y de la construcción de unas bases expansivas y activas y lo que Linera llama una ‘sociedad abigarrada’ puede ser el factor clave para desbloquear un impasse o un ‘empate’ de significantes. No nos deberíamos confiar en exceso del virtuosismo comunicativo.

JM: Creo que otro factor diferencial de contar con una construcción social y desplegar prácticas en el territorio es que te permite conflictuar con los límites de lo posible que son consustanciales a la institución. Porque es evidente que en el trabajo institucional lo primero que te vas a encontrar son límites y problemas para poder aplicar otro tipo de medidas y lo posible tiende cada vez a achicarse más. Poner en conflicto esos límites y abrir el espacio de lo posible necesita de conflicto y de dinámicas de movimiento que acompañen o protagonicen ese conflicto. No hay que ser ingenuo en esto, la institución en buena medida está hecha para gestionar o gobernar el conflicto, reduciéndolo al mínimo posible, y las prácticas territoriales te garantizan que el conflicto siga vivo, porque sin conflicto no hay cambio. Otra característica de lo institucional es el escenario de acuerdos, alianzas y pactos que permanentemente te propone. Y, una vez más, si tu organización además de la lógica institucional tiene todo un mundo fuera, con sus prácticas, sus movimientos, su construcción territorial, vas a afrontar ese escenario de pactos o posibles alianzas con mayor fortaleza y con muchos menos condicionantes. La autonomía no como identidad sino como realidad material es clave: autonomía de recursos, autonomía de candidatos, autonomía de discursos y compromisos, etc. Creo que si bien es clave operar en la producción discursiva y disputar de algún modo la hegemonía del ‘sentido común’ y la ‘opinión pública’, hay que tener en cuenta que hoy la ‘opinión pública’ es algo tremendamente volátil y cambiante, por lo que si dependés en exceso de eso te podés encontrar que de repente una campaña comunicativa en contra tuya te puede hacer tambalear el proyecto y los niveles de apoyo, y por eso también es importante que la gente te vea en el cotidiano, en la calle, te reconozca y permita contrarrestar esos intentos con un conocimiento cercano de la experiencia que vos estás haciendo. A día de hoy te pueden hacer una operación mediática, te inventan un caso, se prende fuego en las redes y tenés una movilización de 3mil personas pidiendo tu cabeza. Si vos no sos capaz de a los 2 días hacer una marcha más grande y te mostras débil ante esto perdiste. Lo simbólico y comunicativo es clave, nadie niega eso, pero no olvidemos que la disputa política se juega en términos de fuerza real, material.

Le agregaría otra cuestión, que tiene que ver con la capacidad de incorporar gente a una dinámica organizativa abierta y flexible en la que los afectos, simpatías y ganas de colaborar encuentran un cauce concreto y material para vincularse a la trama organizativa. Las campañas electorales como saben son un buen sensor de los niveles de complicidad y simpatía de la gente y al celebrar infinidad de visitas, recorridos por zonas, actos, etc uno encuentra un pulso directo con muchísima gente con ganas de sumarse y sentirse parte del proyecto. En la campaña a las elecciones andaluzas de Podemos encontramos esto, llegar a barrios donde la gente al ver que eras de Podemos te saludaba, te tocaba la bocina, se acercaba y te preguntaba cómo podía participar en la organización. Y si bien en numerosos territorios existen círculos, lo cierto es que en muchos casos estos círculos de compañeros no cuentan con un plan de trabajo territorial claro y eso hace que para la gente sea muy difícil visualizar a Podemos en el territorio y mucho menos sumarse a participar. Recuerdo la sensación extraña que me producía despedirme de esa gente con ganas de participar pensando que la única opción que les quedaba para vincularse con Podemos era compartir información en las redes sociales o esperar la próxima aparición de Pablo en la televisión. Es decir, nos estaba faltando, pese a contar con un enorme potencial,  una trama organizativa y unas prácticas concretas mediante las cuales seguir sumando gente y dotar a la organización de ese carácter expansivo y capilar.

JM: Eso es lo que le ha pasado en algún modo al kirchnerismo en Argentina, donde la ausencia de una apuesta por una vertebración organizativa por abajo, pegada al territorio, ha hecho que el contacto con el proyecto se dé fundamentalmente viendo a Cristina en la televisión. Nadie duda de la fuerza que tienen los liderazgos para conmover, afectar y movilizar a la gente, y obviamente Cristina producía eso, pero el tema es que el no contar con canales claros y concretos a los que sumarse generó un vacío, una distancia excesiva entre los simpatizantes y los protagonistas del proyecto. Hay que reconocer que en algunos ámbitos se pudo haber intentado poner en marcha una construcción más de base, como plantea el Movimiento Evita, pero tenemos visiones distintas sobre cómo se materializa eso en lo territorial. Había una intención clara en Néstor Kirchner de desbordar al PJ y construir una hipótesis de transversalidad que suponía una apuesta de construcción propia y que quizás hubiera dado más fuerza y protagonismo también a las organizaciones populares. Lamentablemente se vió truncada rápidamente y eso forzó a que el proyecto kirchnerista vuelva a sustentarse a nivel territorial en el aparato histórico del PJ, lo que a nivel territorial se traduce en una dinámica de punteros, estructuras clientelares y una ética del poder que no posibilita ningún desborde, más bien lo contrario. En buena medida esa ausencia de proyecto propio es lo que explica que hoy el mejor candidato que hayan encontrado sea Scioli. Cristina puede apelar una y mil veces a la ‘juventud maravillosa’ y a la politización de la sociedad argentina en abstracto, pero si eso no se traduce en una realidad organizativa no queda otra que volver al PJ, los gobernadores, los intendentes y punto.

Hay otra cara de este problema, y que tiene que ver con las diferencias que encontramos en el desarrollo histórico, los métodos de construcción y la presencia pública de los movimientos en América Latina y en Europa o España. Existen claras diferencias entre los llamados movimientos populares latinoamericanos y los movimientos sociales europeos y españoles. En el debate sobre las formas de concebir la organización, que se dan también en el seno de Podemos, parece de algún modo lógico que se señalen los límites del ‘movimentismo’ en la medida en que los movimientos sociales han mostrado innumerables problemas para presentarse como un instrumento útil para las mayorías. Es de justicia reconocer que han introducido grandes innovaciones y una galaxia de experiencias que han jugado un papel relevante en la renovación de los discursos y  las formas de hacer política, pero también hay que reconocer que siempre han tenido una inclinación sectorial y minoritaria y salvo excepciones han sido derrotados una y otra vez. Creo que la genealogía y el método de trabajo de los movimientos populares latinoamericanos ha sido otra y creo que es interesante profundizar sobre ello. No se trata tanto de actualizar una dicotomía ya superada entre partido y movimiento sino de pensar que elementos de los movimientos populares pueden o deben ser incorporados a una nueva concepción de la forma-partido.  Ustedes se presentan como un ‘partido de movimiento’, ¿qué pretenden nombrar con eso? ¿Qué tipo de prácticas o modos de hacer propia de los movimientos populares consideran claves para reinventar la forma-partido?

AG: Es cierto, pero ojo que esa épica de la derrota está también presente en muchos de los movimientos que surgieron acá al calor del 2001. Para nosotros fue fundamental entrar en conflicto con esto y volcarnos a la construcción territorial, buscando pequeñas victorias que nos permitan ir creciendo. Creemos que la idea de movimiento es literal, moverse, salir afuera, ir a buscar la política con la gente, y no quedarse encerrado en pequeños grupos. Y buscar siempre victorias, por eso en un congreso nuestro de 2010 decíamos ‘que este movimiento llene de victorias y no de años nuestras vidas’. Tenemos que ir ganando cosas, buscar siempre la victoria, por más pequeña que sea. Tal vez en nuestro caso eso estuvo siempre muy marcado por que en las luchas concretas en los barrios o ganábamos o desparecíamos, no había otra opción.

JM: Es importante, más allá de los elementos comunes y la tentación de unificar, entender que los procesos y las realidades de las experiencias latinoamericanas y los nuevos gobiernos son muy diferentes entre sí. Los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador son muy distintos y ni hablar con respecto a Brasil o Argentina. Si bien obviamente tienen cosas comunes, lo interesante es conocer más en detalle cada uno de ellos porque dejan aprendizajes distintos y en general transmiten una idea de heterodoxia y primacía de las prácticas, es decir que no hay modelos que se puedan aplicar de un país a otro, siempre hay que hacer una adaptación y una traducción en función de muchos factores. Una de las características del siglo XXI es para mí la puesta en crisis de todas las palabras y los significantes, ‘Movimiento popular’, ‘frente popular’ hoy no definen nada en términos prácticos, pueden nutrir debates teóricos pero no ayudan de por sí a definir el tipo de prácticas. Hay que retomar cosas básicas. La idea de la revolución en términos de trabajar en torno a una sola victoria, la toma del poder, es como decir que todo gira alrededor de la tierra, una teoría refutada sobre la que no hay que volver. La otra opción, el asedio, la guerra de posiciones, la construcción de hegemonía, te lleva por el camino de la construcción en distintos niveles, te exige buscar e ir acumulando múltiples victorias, te dice que no pongas todas las fichas en lo electoral. Desde ese punto de vista la idea de Partido-Movimiento no deja de ser simple, huir de las lógicas de la política clásica, no quedarte encerrado en la institución, desplegarte por el conjunto de la sociedad. La propuesta es ir a la política institucional de forma distinta, y no porque tengamos barba, pelo largo o hablemos raro, sino porque construimos de forma diferente.

Estoy de acuerdo, pero me interesa profundizar en la idea de ‘lo popular’, una cuestión que tiene una fuerte raigambre en los métodos de construcción en los estilos de militancia en América Latina. Obviamente el desarrollo económico y social es radicalmente distinto con respecto a Europa y la presencia de lo popular, las clases populares, lo plebeyo tiene una centralidad acá que en Europa fue de alguna medida desplazado por la construcción de las sociedades de clases medias, siempre inacabada y construida en muchos casos de forma artificial desde los poderes. En Europa, y hablando de guerra de posiciones, lo popular fue disputado y ganado por la derecha y el neoliberalismo, desplazando la presencia del comunismo y la socialdemocracia de un territorio que de algún modo era su ecosistema natural. Creo que esa búsqueda de lo popular, de ir al encuentro con lo plebeyo, marca una apuesta política y configura un estilo de militancia y de organización. ¿Por qué deciden ustedes centrar el grueso de su trabajo en barriadas populares y que nos señala esa decisión sobre el modelo de construcción por el que apuestan?

JM: Sí, en los comienzos de nuestro movimiento tomamos una decisión y dijimos ‘No vamos a ir a la Universidad a construir, vamos a ir a los barrios’, porque entendíamos que era ahí donde más se necesitaba la política, porque la política hay que hacerla con la gente común, con el pueblo, y aunque obviamente sea matizable el pueblo se parece más a la vida en los barrios que a los pasillos de la Universidad. Esto no quiere decir ni negar el carácter popular ni la necesidad de hacer política en las Universidades ni idealizar a los barrios, porque hoy los barrios tienen unas características muy duras y no es el lugar más fácil o cómodo para hacer política. Tiene que ver con donde te parás para ver lo que pasa, y no se ve el mundo de igual modo desde la Universidad que desde los barrios.

En el caso de España ese paso del movimiento social al movimiento popular se ha visto de forma clara en el trabajo de la PAH. Un tránsito que marca el paso de un movimiento de activistas, normalmente minoritario e ideologizado, a un espacio poblado y protagonizado por sujetos afectados por la crisis y que se acercan al movimiento desde la politización de sus problemas concretos, materiales. Se trata de una composición que refleja de forma mucho más fiel la composición de la sociedad, o al menos de las mayorías. Y como tal es un espacio incómodo y contradictorio, repleto de problemas y áspero para el trabajo político, pero de algún modo más real. Esa incomodidad y esas dificultades propias de lo popular produce a su vez un estilo de militancia, mucho menos ideologizado y barroco y que permite hablar y sentir como habla y siente el pueblo, y no es un disfraz o un rol del militante en clave de `proletarización’ sino más bien encontrar puentes y vías de conexión con lo social, construir un nosotros más amplio y real.

JM: Se trata de tener relación y trabajar con la realidad. Militar con la realidad. Y eso implica que los compañeros tengamos que aprender a trabajar con eso, hay una ‘pedagogía de la realidad’ que no coincide necesariamente con la militancia de pequeño grupo, ir al encuentro con la gente no supone ir a bajar línea, sino a escuchar y acompañar, con humildad, los procesos de politización que se van dando, fomentar la organización y el desarrollo de proyectos e iniciativas que permitan mejorar la vida de la gente de forma colectiva.

Una vez que han conseguido unos resultados excelentes que les permite contar con compañeros en el gobierno local y aumentar los recursos, ¿Qué plan de crecimiento o desarrollo tienen previsto? ¿Cómo tienen pensada la vinculación entre los representantes institucionales y el movimiento?

JM: Estamos en plena discusión sobre eso, con una sensación de que ahora viene lo más fácil. La valoración que hacemos es que llegamos hasta acá desde la nada, a contracorriente, y ahora nos vemos en una situación de algún modo privilegiada para la construcción. El desafío ahora tiene que ver con tomar decisiones acertadas. Se abre un periodo de experimentación, nosotros llegamos con ventaja por la experiencia adquirida y todo lo que tenemos fuera, pero aún así se trata de una nueva experiencia. La primera premisa de la que partimos es la ‘territorialización’, darle primacía al eje territorial, llevando las experiencias que tenemos en algunos barrios al máximo de zonas de la ciudad. La campaña nos permitió organizarnos por todas las zonas y hoy tenemos compañeros prácticamente a todos los barrios. El desafío es trasladar la lógica de construcción a toda la ciudad. Es decir demostrar que Ciudad Futura no es sólo un tambo, un centro cultural o una escuela, sino que es una lógica, una forma de construir, y esa lógica la podés llevar a un club de fútbol, a un centro de jubilados, a una asociación vecinal, a una universidad o a un barrio donde no hay nada.  Porque es una lógica de construcción, la lógica de la prefiguración, la de bajar de lo ideológico a lo concreto, la de no disputar espacios de poder sino construir poder. Es decir, no se trata tanto ir a ganar la comisión directiva de un club o un centro de estudiantes en una Universidad cuando ahí muchas veces no se juega nada, sino propiciar organización para que esos espacios tengan un nuevo sentido y orientación.

Nosotros planteamos un desarrollo estratégico en tres planos. El despliegue territorial siguiendo esa lógica, y formar militantes en esa lógica de construcción en los territorios. Por otro lado la profesionalización y el aumento de escala de los proyectos estratégicos que tenemos en marcha y algunos más que vamos a sumar, que sería la creación de instituciones de nuevo tipo. Cuando decimos profesionalizar apuntamos más que nada a mejorar la eficiencia y la escala, que los proyectos funcionen como un reloj, que se expandan y se diversifiquen. Y finalmente el eje institucional y el trabajo que llevemos a cabo en el Consejo de la Ciudad.

Se trata de desarrollar esos tres ejes y conseguir que se interrelacionen de la mejor manera. La clave está en la interrelación, en la capacidad de interconectar esas tres patas, que una iniciativa por ejemplo que se lleve en el Consejo tenga un impacto territorial y tenga un impacto en términos de prefiguración. Esto creo que es una buena brújula sobre como orientar el trabajo institucional, porque vos podés llevar una buena propuesta y que salga en todos los diarios, pero si las seccionales de barrio no se enteran o se sienten participes o no tiene  ninguna relación con alguna práctica prefigurativa estaremos cubriendo tan sólo un tercio del proyecto político. Lo mismo al revés, podemos estar en todos los barrios haciendo mil cosas pero si nadie se entera y no tiene impacto en las instituciones que de algún modo gobiernan la ciudad el trabajo se queda cojo. Entonces la clave es atender y trabajar en esas interrelaciones, esos tres ejes que conforman el proyecto político. El desafío es conseguir que todos los compañeros puedan pensar desde esa lógica, es decir que el compañero que está pensando en la agenda de un centro cultural tenga en la cabeza esa visión general del proyecto, y no encerrarse en una particularidad. Este peligro es aún más grande en el eje institucional, donde por los ritmos y el volumen de trabajo se corre el riesgo de perder la visión general y más compleja del proyecto. La clave está en compartir y razonar entre todos los compañeros esa lógica de construcción. Se trata de incorporar esa lógica como un estilo propio de militancia, una manera de habitar y construir la realidad. Los peronistas a eso le llaman ‘doctrina’, y es lo que permite decir que un peronista ante distintas situaciones va responder de una determinada manera. Nosotros queremos desarrollar también una lógica propia de la militancia de Ciudad Futura, donde un militante pueda responder a distintas coyunturas de una determinada manera. Va llegar a un barrio y no va a querer rosquear o buscar quien tiene poder para ir a ganarlo, sino buscar generar un vínculo para que la relación de la gente con la política no sea como siempre, delegando o dependiendo de algún puntero barrial. Cuando llegamos  al barrio Nuevo Alberdi la gente se sorprendía y nos decía ‘ustedes no vienen a buscar votos o pedir nada a cambio, vienen, trabajan con nosotros, se quedan, nos tratan bien, nos escuchan’. Y ahí vamos generando un nuevo vínculo de la política con el territorio. Y eso hizo que cuando planteamos crear un instrumento político y efectivamente necesitábamos votos no se viera como algo forzado o instrumental, sino como parte de un proceso. Sabemos que si queremos ganar dentro de cuatro años la clave estará en lo que fuimos capaces de construir en estos años, porque sin eso vamos a perder. Lo que decimos es que para llegar a gobernar en 2019 ya tenemos que estar gobernando antes en los territorios.

Por eso insistimos tanto en el trabajo afuera de la institución, porque vos encontrás gente de algunos partidos que puede hacer una muy buena labor institucional a nivel técnico, presenta propuestas solventes, bien diseñadas, con una apuesta honesta en la necesidad de una buena gestión pública, de un buen estado, pero sin fuerza social después te das cuenta que la realidad no se transforma. Necesitas siempre sacar la política afuera, contar con aliados fuera porque sólo desde el Estado no podés, y en esto hay que ser bien claros y no pecar de ingenuos. En el caso del socialismo acá en Rosario se vió muy claro cuando pasaron del gobierno municipal al gobierno provincial, y se encontraron que con buenas ideas y buena gestión no bastaba para torcer a los poderes fácticos. Era frecuente encontrarte a funcionarios llorando de impotencia que te decían ‘no podemos hacer nada’ y te contaban como la propia dinámica institucional se los iba comiendo. Por eso es fundamental dar el debate afuera, porque sin esa fuerza es imposible transformar un andamiaje institucional histórico y cuando te diste cuenta estás administrando el día a día sin poder introducir ni un solo cambio.

AG: Hay una diferencia sustancial entre la idea de ‘gestionar bien’ y lo que planteamos nosotros de vertebrar el trabajo institucional con una construcción social más amplia, el trabajo en la institución pasa a ser muy diferente. Si no te encontrás con casos de buenos concejales, muy progres y honrados, que entran solos y se van solos tras 10 años en el Consejo de la ciudad, sin haber sido capaces de generar ni un mínimo proyecto colectivo que acompañe su gestión.

Volviendo a la cuestión del territorio y la lógica de construcción. En Málaga estamos discutiendo con los compañeros como retomar el trabajo político en los barrios, afrontando que el barrio en muchos casos no existe como tal, es decir que no se trata ya de desenterrar una identidad sepultada sino de construirla desde cero, hacer de ‘el barrio’ una producción, una creación social sostenida en un ejercicio de creación de vínculos. En la medida en que ustedes sostienen buena parte de su trabajo en el trabajo territorial en los barrios, ¿Qué tipo de apuntes de método o de estilos de militancia consideráis importante tener en cuenta para el trabajo en los barrios?

JM: Para nosotros ha sido fundamental entender lo que llamamos ‘política emocional’, apostando por la creación de vínculos que no son necesariamente o explícitamente políticos. No quieras llegar a un barrio y organizar una asamblea el primer día. Lo primero es establecer un vínculo que haga que dejes de ser un extraño en ese territorio, se trata de un proceso necesario y que parece obvio, pero no lo es. No se trata de llegar con pretensión de organizar sino primero entender como está organizado. No se trata de llegar a definir cuáles son los problemas de la gente sino de escuchar y conocer como lo perciben y jerarquizan ellos. Se trata de generar un tipo de vínculo que tenga que ver con lo cotidiano, que vincule la política con la vida cotidiana de la gente, ese es el gran desafío. Se trata de desarrollar un vinculo sostenido también lo afectivo, en construir amistad, confianza, una relación de constancia con el territorio, y no ese tono formal y serio del militante que llega y lo primero que busca es hacer una asamblea. No podés llegar a imponer un modelo organizativo sin conocer el territorio, y ese modelo va a variar en función de cuáles sean las dinámicas que se generan.

AG: Se trata de construir confianza como base de la política. Nosotros empezamos trabajando en Nuevo Alberdi con los chicos, y me acuerdo de un documento que escribimos entonces que se llamaba ‘aproximación al trabajo territorial’ y eran un montón de puntitos que recogían cosas como aprender a tomar el mate dulce (porque en el barrio se toma el mate muy dulce), no quedarte en la puerta sino pasar y tomarse el tiempo para conversar de verdad con la gente, aprender a generar confianza. El documento no tenía ni una línea programática ni líneas o temas de los que hablar con la gente, sino que el desafío era básicamente construir un vínculo. Fue un proceso de adaptación y la clave estuvo en escuchar al barrio. Por ejemplo nosotros como típicos universitarios de clase media llegamos y lo que queríamos hacer en los momentos de lucha era salir a hacer un piquete, y los compañeros del barrio nos dijeron ‘no, están locos, la última vez que hicimos un corte un auto mató a una compañera, mejor vamos a la municipalidad y acampemos ahí’ y terminó siendo nuestro método de lucha, el acampe. Se trata de saber escuchar, obviamente sin caer en el basismo de ‘hasta que los compañeros del barrio no digan lo que hay que hacer no vamos a hacer nada’, muchas veces hay que discutir con el barrio y acelerar ciertas decisiones, pero eso se hace siempre que haya una confianza con la gente.

JM: Otra cuestión clave es poner la organización en función de las problemáticas del territorio y no al revés, pretender generar conflicto en base a lo que tu organización decidió que son los temas importantes. Porque eso pasa mucho, organizaciones que deciden de repente ‘ahora vamos a hacer una campaña nacional’ sobre determinado  tema y resulta que ese tema a la gente del barrio no le importa una mierda.

Me parece clave esto que comentan porque en buena medida se trata de intentar contener la impaciencia y la tentación de vanguardia tan propias de la militancia de izquierda. Una compañera que trabaja en el ámbito sindical en sectores precarizados en USA siempre nos decía ‘eh, no se precipiten, planifiquen bien los tiempos y denle centralidad al trabajo subterráneo, invisible, de los vínculos y el ganarse el apoyo de la gente’. Nos decía, con razón, que nosotros a la hora de hacer una campaña lo primero que hacíamos era diseñar y sacar la propaganda y salir públicamente a difundirla, cuando para ellos ese paso era uno de los últimos, y sólo se hacía cuando previamente se había hablado con la gente, muchas veces casa por casa, yendo a las iglesias, recorriendo el barrio. Nos mostraba con eso el nivel de impaciencia que tenemos muchas veces a la hora del trabajo territorial, la dificultad para darle tiempo y energía a la construcción de vínculos y la tendencia a precipitar o acelerar los tiempos.

JM: Otra tentación es pensar que llegas a un lugar y empezás de cero, cuando muchas veces existen ya muchas dinámicas propias de la zona que están  funcionando. Entonces lo primero es conocer bien el territorio y saber apoyar aquello que ya está funcionando. La confianza en gran medida se construye desde ahí, no diciendo lo que hay que hacer, sino poniéndote a disposición de lo que ya se está haciendo. Ese vínculo es la clave. Porque después, cuando se dé una movilización o una lucha la mayoría de la gente va a ir no tanto por una convicción ideológica sino porque confía en vos, te ha visto trabajar, te considera una persona honrada y porque entiende que es justo. Y quizás eso es porque hiciste ‘copas de leche’ en el barrio o porque lo bancaste cuando te vino a pedir una mano. Es un poco lo que hablábamos antes sobre el respeto que genera eso de ‘estos pibes laburan’. Es importante entender que de entrada ningún tema es menor. No podés llegar a pretender revolucionar el barrio ni tampoco caer en un etapismo, de decir ‘primero tengo que hacer una ‘copa de leche’, después un día del niño y después un corte de calle’. Se trata de desarrollar una política desde lo cotidiano, esa es la clave de la construcción, y vas probando iniciativas o proyectos que vayan asentando eso, algunos funcionan, otros no, pero así se va avanzando. Es importante también ser muy cuidadoso con la instrumentalización del trabajo, por eso nosotros optamos desde siempre por no manejar dinero ni planes, porque eso es una fuente de conflictos. Aprender a ponerte siempre como un par, no como alguien que va a resolver problemas, porque es normal que la gente venga esperando que le vas a solucionar su problema, y nosotros decíamos hace años que no podíamos ocupar el lugar del estado y ante eso respondíamos ‘muchachos nosotros no podemos solucionar eso, lo que ofrecemos es organizarnos y luchar juntos para conseguirlo’. Si no se abre una dinámica clientelar, en la que la gente viene a que le soluciones su problema, y en caso de que se solucione no la ves más, no hay construcción de vínculo. Y ahora que tenemos compañeros en el Consejo de la Ciudad ese peligro se va a acrecentar, porque la gente inevitablemente nos va a ver como ‘políticos’. De ahí que sea clave el trabajo en las seccionales y los barrios, para derivar los problemas que van llegando y poder desarrollar una pedagogía organizativa en la que los problemas se solucionan de forma colectiva, conjunta. Y después es importante siempre tener las antenas puestas para detectar la gente del barrio que se quiere sumar, que quiere participar, que por lo que sea tiene una cualidad o un saber que es útil e importante para el proceso. Y esto a veces coincide con los referentes barriales y a veces no, para eso son útiles también las actividades que desarrollas, porque igual en una actividad menor te das cuenta que hay una compañera del barrio que despunta como una persona activa y muestra unas ganas enormes de participar. Hay que estar siempre abierto y tener mecanismos para incluir a la gente.
 
(Realizada en septiembre de 2015)

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