Pablo Carmona, Concejal de Ahora Madrid y miembro del InstitutoDM (@pblcarmona)
El movimiento de las plazas en 2011 se agrupó en torno a dos grandes dimensiones. La primera como expresión social contra el régimen político español definido como un modelo caduco que debía ser transformado en su integridad. Con el 15M nacía una impugnación global de las políticas económicas, del sistema de partidos y de la representación instituida. La segunda dimensión fue la más concreta, aquella que se expresó en las batallas cotidianas contra los recortes en los servicios públicos y los derechos sociales básicos. Sus mejores expresiones fueron la Marea Blanca, la Marea Verde y la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), movimientos de nuevo tipo que jugaron el papel de verdaderos sindicatos en defensa de los servicios públicos y los derechos sociales más básicos, especialmente de las clases populares.
Tras el 15M sólo la PAH mantuvo cierta presencia mediática e impacto social en medio del lanzamiento de las candidaturas municipalistas y de Podemos, que en poco tiempo, coparon el espectro político de “la indignación” y “la revolución democrática”. A partir de ahí una buena parte del ciclo de protesta se focalizó en las herramientas de participación institucional y fue acompañado de cierta escasez de propuestas a nivel de movimientos, sin duda los grandes ausentes en los años posteriores a este momento.
Como consecuencia, apremia pensar alternativas concretas y formas de organización social que no solo pasen por el hecho institucional. De nada sirve tener un pie en las instituciones si fuera de las mismas no se concreta una fuerza social que construya luchas y modelos alternativos de sociedad. Pero ¿qué forma pueden tener esos movimientos?¿Dónde se pueden inspirar para desarrollar su trabajo?¿Cómo pueden salir del impasse en el que se encuentran?
Decimos sindicalismo social
Para abordar la producción de movimientos creemos imprescindible recuperar la dimensión sindical que albergan todas las luchas sociales. El sindicalismo es -según nuestro criterio y entendido de una manera que va más allá del ámbito laboral y oficial-, una herramienta capital en estos momentos. En esta tradición de lucha se condensa la necesaria construcción de respuestas y herramientas colectivas ante problemas cotidianos que de otro modo sólo se nos aparecerían de manera individualizada (casi personalizada) y sobre todo porque este modelo de sindicalismo social y de base puede ayudar a la reconstrucción de formas asociativas y comunitarias que -con una fuerte vocación política y en torno a luchas concretas y cotidianas-, cortocircuiten los mecanismos concretos de desposesión que se nos imponen.
Todo ello se pudo comprobar por ejemplo con las Mareas. Ellas lograron articular un movimiento diverso donde se rompieron las fronteras entre profesionales fijos y los nuevos eventuales precarios que trabajaban en la sanidad o la educación pública y también disolvieron la clásica separación entre usuarios y profesionales del sector público. Alianzas todas ellas que no eran evidentes en los momentos previos a la construcción de aquel movimiento que irrumpió en las calles, los hospitales y los centros escolares, con una fuerza desconocida. El gran éxito de las Mareas y de algunos movimientos que los precedieron es que lograron trascender a las clásicas movilizaciones sindicales y armaron un sindicalismo que, con forma de movimiento social, y más allá de las tradicionales reivindicaciones laborales agrupó a todos los sectores afectados por los recortes en los servicios públicos.
Con dinámicas similares nació el fenómeno de la PAH y los movimientos de vivienda. En pocos meses y utilizando la efervescencia que produjo el 15M, decenas de miles de casos aislados de familias que estaban siendo expulsadas de sus casas encontraron su forma de agregación, dando vida a la red de autodefensa y de lucha más importante de las últimas décadas. Lo que en un principio aparecía como el drama personal de miles de familias que ninguna organización tradicional lograba representar, tomó su propio camino y se desbordó en forma de un sindicato de afectados por la estafa hipotecaria y como movimiento social por la vivienda digna.
La PAH consiguió algo muy reseñable, que los sectores más precarizados, aquellos que están más alejados de las formas de organización sindical tradicionales, y los que más necesitan experimentar con nuevas formas organizativas, encontrasen su propio modelo de agregación y de lucha.
Si miramos con detenimiento muchos movimientos similares, aunque de implantación más modesta, veremos que buena parte de las experiencias novedosas de lucha en los sectores más periféricos y precarios, los que a día de hoy son mayoritarios tanto del ámbito laboral como fuera del mismo (precarios, personas sin derechos, jóvenes, sectores feminizados y migrantes), han ido encontrando nuevos caminos organizativos y de reivindicación con un pie dentro y otro fuera de los conductos formales del sindicalismo.
Así ha sucedido con las experiencias de los trabajadores temporeros de los campos andaluces, también con los investigadores precarizados de las universidades españolas, con el asociacionismo vinculado al mundo de la cultura, con las empleadas domésticas o, más recientemente, con el movimiento de las camareras de piso “las kellys” o el “sindicalismo mantero”.
Tomando sus experiencias, queda por pensar como seguir construyendo y multiplicando estas luchas en ámbitos tan diversos como la vivienda, el mundo de la cultura o el sector turístico, pero también cómo hacer crecer estos movimientos tan necesarios en los tiempos venideros en el reciente contexto institucional sin que pierdan autonomía y capacidad crítica, generando modelos de organización sindicales y sociales autónomos.
Por este motivo son tan valiosas las experiencias del Sindicato Mantero de Barcelona y sus réplicas en Madrid, Sevilla o la costa malagueña, o la incipiente coordinación de las luchas de las trabajadoras domésticas y La Kellys. Como también lo son todas aquellas luchas que, desde perspectivas sindicales de base, miren hacia otros referentes de autoorganización y lancen nuevas tablas reivindicativas que además de conectar proyectos generen o amplíen los campos de lucha por nuevos derechos. Propuestas como las plataformas de lucha contra la pobreza energética o los sindicatos de inquilinos podrían abrir otros caminos y servirnos también de ejemplo.
Todas estas experiencias son cruciales para crear un ecosistema de movimientos que estiren los procesos de democratización abiertos en algunos ámbitos institucionales y constituirse como contrapoderes capaces de vincular y forzar los cambios que la mayoría de programas políticos de Podemos o de la candidaturas municipales han recogido. Como consecuencia, es de vital importancia que el crecimiento y la articulación de estas experiencias, lejos de constituirse como actores subordinados al ciclo institucional o como simple apoyo del mismo, ya sea en labores de gobierno o de oposición, sean capaces de ganar protagonismo como fuerzas de contrapoder.
Nuestro sindicato social no tiene partido. Más allá del partido-movimiento
Hoy cuando las máquinas de guerra electoral muestran sus límites y necesitan repensar sus sistemas de alianzas, sus formas de implantación en los territorios y experimentar otros modelos de agregación y organización en entornos cada vez más precarios, los ejemplos de este sindicalismo en sectores precarizados y aquel que va más allá del ámbito laboral clásico aparecen como una posible solución. Se podría decir que, en la fase de oposición, de nuevo la responsabilidad y el protagonismo se deposita en los movimientos, en la contestación a pie de calle y su día a día.
Este giro, más evidente en el caso de la oficialidad de Podemos, nos lleva a una peligrosa conclusión. Podría deducirse de esta lógica que en la fase ascendente, cuando la maquinaria de partido avanza hacia mayores cotas electorales, cuando el programa debe ser flexible en su rastreo incesante de nuevas mayorías en las urnas y cuando la cal viva divide la historia de España entre los gobiernos del terrorismo de Estado y los años dorados de la socialdemocracia con Zapatero, las vinculaciones entre partido y movimientos suponen un estorbo. Mientras que, iniciada la fase de oposición, cuando las luchas intestinas necesitan reunir fuerzas, trabar alianzas, impulsarse en un nuevo magma de movilización y organización política y social, renace la idea del partido-movimiento y cobran nuevo protagonismo las vinculaciones movimentistas.
Como cuestión de fondo y más allá de posiciones tácticas, la incógnita está en cómo reconstruir un ciclo de movimientos, de reorganización social y de movilización política que corra en paralelo a las apuestas institucionales. Pero ¿con qué mecanismos? ¿Cómo se construyen y en qué ámbitos? Ambas preguntas son necesarias no sólo por pensar los sistemas de vinculación entre las candidaturas y los movimientos, sino porque aquello que conocemos como “movimientos” a día de hoy ha perdido fuerza y se encuentra en fase de reubicación y reconstrucción.
Si todo esto es así ¿qué lugar queda para la idea del partido-movimiento? ¿Es conveniente seguir buscando ese idea de vinculación orgánica entre el adentro y el afuera del ámbito institucional? Desde nuestro punto de vista aquella idea original y que sólo se concretó con mayor precisión en alguna de las candidaturas municipalistas se debe dar por superada. La forma y el tiempo del asalto institucional -tal y como se han concebido-, han demostrado que cualquier apuesta movimentista debe tomar el camino de la plena autonomía y no someterse al tempo institucional.
De hecho, el programa de los movimientos a día de hoy -como programa de contrapoder- debe contemplar como punto central el superar la fase en la que se buscaba una mayor articulación de los movimientos con la institución, y obligarla desde la autonomía a llegar más lejos en términos democratizadores y programáticos, impidiendo en la medida de sus posibilidades, que alumbre a una nueva clase política. Incluso asumiendo el objetivo concreto de tomar los mecanismos de democracia participativa habilitados por el nuevo ciclo institucional para ensayar su superación y hacerlos estallar por desborde.
Entonces ¿Para qué hablar de sindicalismo social?
Profundizar en las herramientas del sindicalismo social dota de una interpretación concreta al modo de reconstrucción y reorientación de esta fase de movimiento. Lejos de ser una fase anclada en la cultura de la contestación, el impulso de estos movimientos debe entenderse como un momento crucial de organización de los sectores sociales más dañados por la crisis, en una suerte de sindicalismo precario, migrante y feminista protagonizado por precarios, trabajadores y trabajadoras pobres, parados, migrantes y mujeres de las periferias urbanas.
Por este motivo -en el corazón del proyecto institucional-, la pregunta que se debe formular ya no es en torno a la vinculación o no con los movimientos, pues esta cuestión ya está resuelta por muchos actos de contrición que se quieran hacer. La cuestión es si en los próximos años se puede o no levantar un nuevo ciclo político que devuelva el protagonismo al afuera del hecho institucional y deje oxígeno a proyectos y movimientos que se articulen dentro de esta nueva composición de clase ultraprecarizada.
Es en este dilema sobre el cómo, el dónde y el cuándo se deben articular estas luchas precarias y de las periferias donde residen dilemas que sólo las herramientas del sindicalismo social pueden resolver. La cuestión es asumir que estamos a la búsqueda de aquellas formas sindicales que hagan emerger el dolor social que produce esta crisis económica sin solución y saber que esta es la única garantía para impedir que ni el discurso político ni sus prácticas se rebajen o moderen con criterios electorales.
Para lograrlo ya tenemos un buen puñado de experiencias, pero éstas no deben servir de acicate para la regeneración de ningún partido ni apuesta institucional. Debemos pensar que al igual que el cambio institucional ha querido construirse mayoritariamente al margen de los movimientos, éstos deben lanzarse con plena autonomía y capacidad crítica. Ahora como en el 15M los movimientos deben remarcar su autonomía y su programa, lograr ser irrepresentables.