El pasado 31 de Marzo se daba por inaugurado el nuevo Museo Arqueológico Nacional, así rezaba una placa en la entrada del mismo aunque en realidad, estamos hablando de una gran reforma que ha durado seis años. La radiografía del discurso inaugural de Mariano Rajoy Brey no podía ser más desoladora, a lo largo de nueve minutos el presidente del gobierno no deja de redundar en un mismo fin: la unidad de España. El matiz político superó al científico en sus palabras y nos dibujó una vez más el perfil de un presidente al que la cultura le seduce más bien poco, algo que podían paliar con el guión bien estructurado, pero sus asesores de marca “Wertiana” también se decantan más por la prensa deportiva de color rosa.(Discurso de Mariano Rajoy)
Un cierto halo de incertidumbre me envolvió al escuchar el discurso, sobre todo con la oleada de aplausos que recibió Rajoy por parte de las personas del patronato tras finalizar sur redundante parloteo. Además, la prensa generalista tampoco hacía mucho hincapié en el carácter didáctico que debía tener el MAN. Sin embargo, todas mis dudas se disiparon al entrar en la primera sala del museo. Tantos años de espera habían merecido la pena.
En primer lugar hay que destacar el itinerario a lo largo de las cuatro plantas que componen la exposición permanente. El trayecto sigue un hilo cronológico lineal de la historia de las diversas identidades que han poblado el territorio de lo que hoy conocemos como Estado español. Finalmente, en una parte de la última planta se dedica un espacio a la historiografía del propio museo y las secciones de Oriente Próximo, Egipto y Nubia y Grecia. Los últimos bloques mencionados son el reflejo de la historia de la investigación española que se desarrolló en los siglos XIX y XX.
Uno de los aspectos básicos de la museística es la utilización del espacio, pues no se trata de inundar cada sala con vitrinas atestadas de piezas, sino de darle un sentido visual que permita una mayor comprensión de lo que se está viendo. El MAN cumple las expectativas y respeta las zonas reservadas al visitante, permitiendo un tránsito fluido a lo largo de cada área. Además, se han aprovechado dos patios interiores del edificio con gran acierto. En uno de ellos nos encontramos el sepulcro de Pozo Moro, antes situado en un lugar angosto, y ahora, ubicado en una localización que permite contemplar la reconstrucción desde diversos ángulos y distancias.
En lo referente a la materia expuesta y la distribución de la misma, cabe reseñar el espíritu didáctico que predomina en todos los sectores del museo. Cada una de las salas se divide en diversos bloques que atañen los aspectos que giran en torno a una sociedad: religión, política, economía, relaciones interculturales y vida cotidiana entre otros. El despliegue de elementos que ilustra cada sala sorprende gratamente: medios audiovisuales, paneles informativos que absorben al visitante, maquetas de yacimientos -tumbas principescas de Toya-, reconstrucciones a tamaño real -como el caso de una vivienda de la cultura del Argar con dos enterramientos bajo su suelo-, recreaciones de pequeños escenarios en los que se sitúan ciertas piezas con objeto de ubicarlas en su entorno original, réplicas de piezas que pueden tocarse -algunas de ellas reproducen el proceso de forja de un arma por ejemplo-.
Además, la historiografía adquiere un gran peso en la exposición. Los trabajos de Luis Siret en Villaricos son puestos a disposición para explicar la metodología empleada sobre el yacimiento, colocando sus anotaciones y perfiles junto a las piezas de allí expuestas. Otro ejemplo destacable lo encontramos en la primera sala dedicada al Antiguo Egipto, en la cual se hace hincapié –como es natural- a la misión arqueológica española en Nubia entre los años 1960 y 1966.
En cuanto a los aspectos negativos pueden destacarse dos. Por un lado el tamaño de la letra de algunas fichas explicativas de las piezas, es demasiado pequeño. Por otro, la poca protección de algunas piezas, expuestas a ser tocadas por los visitantes, viendo así perjudicada su conservación.
Los medios generalistas hablan de “las 10 piezas que no puedes dejar de ver en el MAN”, cuestión que tiene su relevancia, no obstante, la clave del museo no es esa. Lo que resulta imprescindible es comprender a través de los materiales y medios cómo se articularon las diferentes sociedades que poblaron la Península Ibérica a lo largo de siglos y cómo han sido reconstruidas por el mundo de la investigación.
La labor en las reformas del Museo Arqueológico Nacional ha sido encomiable. Esto deja de nuevo al descubierto que dentro del Estado español hay grandes profesionales y que con los medios necesarios son capaces de cualquier cosa. Ojalá tomara nota el Gobierno, en vez de obligar al exilio a muchos de estos científicos.