Deleuze decía que si la filosofía moría no sería de muerte natural sino que sería asesinada. En los últimos tiempos se han oído voces en defensa de la materia Historia de la Filosofía, de segundo curso de Bachillerato, que la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) ha relegado a la condición de optativa, y no para todas las modalidades (los alumnos que planean estudiar medicina o biología, por poner un ejemplo, no pueden cursar esta asignatura1). Entre las razones que dan quienes defienden la filosofía se encuentran principios y características que sin la presencia de la materia corren el riesgo de desaparecer, a saber: “tener criterio”, “pensar” o “ser crítico”. Sin embargo, en sentido estricto, ninguna de ellas pertenece única ni exclusivamente a la filosofía sino que son compartidas con otras disciplinas. No es necesario estudiar filosofía para tener criterio, para ser crítico o tener curiosidad, aunque el estudio de la historia de la filosofía contribuye, sin duda, a ello. ¿Acaso no tiene la filosofía un objeto de estudio propio? ¿En qué se diferencia el estudio de la filosofía del resto de humanidades? ¿Cuál es su especificidad?
Mi primera definición de filosofía la aprendí con dieciséis años. La copio literal, dice: «Pero ¿qué es la filosofía hoy -quiero decir la actividad filosófica- si no el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo? ¿Y si no consiste, en vez de legitimar lo que ya se sabe, en emprender el saber cómo y hasta dónde sería posible pensar distinto?» Así la escribió Michel Foucault en la Introducción al segundo volumen de Historia de la sexualidad: El uso de los placeres. Mi profesor la escribió en la pizarra el primer día de clase. Y finalmente, yo la copié en mi libreta. El párrafo dejaba claro que aquella sería una asignatura en la cual podría, al menos, hacer preguntas (algo que no resultaba fácil en otras asignaturas). Sin comprender el alcance de la definición -'legitimación', sin ir más lejos, no era una palabra que perteneciera a mi vocabulario de uso cotidiano- me di cuenta de que tenía algo que ver conmigo. Por un lado, pensar era considerado una actividad y no un vano pasatiempo; por otro, animaba a conocer y a pensar las cosas de otra manera. Aquella clase, repetida por aquel entonces cuatro días a la semana, era un lugar idóneo para un corazón preguntón y ansioso de saber como el mío. No es una metáfora. Además, se podía escribir. El estudio de Historia de la Filosofía al año siguiente sirvió para apuntalar la decisión que ya había tomado el año anterior. Si había una carrera sin futuro, en clara competencia con Historia y solo superada por el estudio de las lenguas clásicas (griego y latín), esa era la que yo decidí estudiar, decisión que no fue comprendida por familiares y conocidos. Elegir filosofía era, ante todo y en un sentido muy literal, una manera de querer complicarse la vida. Foucault volvería a aparecer, ya en la facultad, y yo acabaría entendiendo que aquella primera definición de filosofía del párrafo de la pizarra de la clase del instituto era parte de un procedimiento, el propio del pensamiento.
Años más tarde conocí la definición que Gilles Deleuze y Félix Guattari dan en ¿Qué es la filosofía?, más concisa y enigmática: «La filosofía es la disciplina que consiste en crear conceptos.» Parece una buena definición para quien busca una especificidad de la filosofía. Solo necesitamos saber a qué nos referimos con “concepto”. La voluntad de poder de Nietzsche, el conatus de Spinoza, la Idea en Platón, el cogito de Descartes, por señalar algunos conceptos conocidos, remiten a un problema, un problema filosófico. Lo importante es, en primer lugar, saber cómo se constituye un problema filosófico como tal para poder identificar cuáles son los problemas a los que responden esos conceptos. No siempre es sencillo. Deleuze insistía en que el filósofo es alguien que crea (de nuevo la filosofía es considerada una actividad), que crea siempre conceptos nuevos y no alguien que contempla desinteresadamente o reflexiona. Para salir de un atolladero -pensemos, para entendernos, en un problema- tenemos que crear la escapatoria, la salida -ensayar una respuesta.
En realidad la filosofía ha dejado de tener un papel importante en el currículo de enseñanza secundaria hace años. Antes del desmoronamiento reciente las grietas y las goteras eran visibles. La debacle de la filosofía es solo una parte de la progresiva desustanciación del estudio de humanidades cuya estela puede seguirse a través de las sucesivas leyes educativas de las últimas décadas -ni siquiera un ministro de educación, catedrático en filosofía, durante la última legislatura del gobierno socialista le puso freno. Pero la filosofía no desaparece como consecuencia de una pretendida evolución de la enseñanza ni ningún progreso técnico la supera. La función de la filosofía -aceptemos que tiene algo que ver con ese crear conceptos que nos ayuden a avanzar en la comprensión y solución de problemas- no desaparecerá. Ante el arrinconamiento de la filosofía en la enseñanza secundaria (y la pérdida de entidad propia en el ámbito universitario, donde ha comenzado a planearse su fusión con otros grados como el de filología) es necesario que nos preguntemos quién se está haciendo cargo en la actualidad de esa tarea que ella desempeñaba; analicemos cuáles son las consecuencias de ese relevo.
1Asturias, Extremadura, Andalucía y Cataluña se desmarcan de la dirección de la LOMCE y conservan Historia de la filosofía como materia obligatoria para segundo curso de las tres modalidades de Bachillerato (Ciencias; Humanidades y Ciencias Sociales; y Artes).
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El próximo día 26 de octubre la comunidad educativa del estado está llamada a una jornada de huelga general contra las reválidas y para pedir la derogación de la LOMCE. El actual curso académico 2016-2017 será el primero de la implantación de las reválidas en 4º de ESO y 2º Bachillerato. En estos momentos, ni alumnos ni profesores conocemos los detalles (estructura y criterios de evaluación) de las pruebas de cada materia.