Por Iñigo Bandrés, de Altekio S. Coop. Mad.
Vivimos como el conejo de Alicia, corriendo pendientes de nuestro reloj. Uno de los principios en los que se asienta la Economía Social y Solidaria tiene que ver con la importancia de recuperar la dimensión humana, social, política, económica y cultural del trabajo que permita el desarrollo de las capacidades de las personas. Entre otros aspectos, que se pueden consultar de forma desarrollada en la Carta de la Economía Solidaria, esto se traduce en el intento de crear empleos que dispongan de unas condiciones laborales dignas, que cubran las necesidades económicas de las personas, que sean un espacio de desarrollo personal y que permitan la participación en la toma de decisiones a diferentes niveles dentro de la empresa.
Puede resultar difícil definir qué suponen unas relaciones laborales dignas, especialmente cuando valoramos los aspectos subjetivos de las mismas en relación con la oportunidad que pueda ofrecer el trabajo desempeñado dentro de la empresa para el desarrollo personal y sociocultural de las personas que forman parte de la misma. Quizás en el caso de las cooperativas y de otras entidades de la economía solidaria donde las personas socias son al mismo tiempo trabajadoras y propietarias de los medios de producción, ésto sea más difícil todavía. Sin embargo, más allá de otras consideraciones, parece evidente que la relación entre remuneración, tiempo de trabajo y de descanso, y conciliación de la vida personal y laboral -en el caso de todas las personas implicadas en la empresa y no exclusivamente de las madres y padres- son aspectos fundamentales para determinar qué son una condiciones laborales dignas.
No quiero en este artículo profundizar demasiado en cómo debemos definir unas condiciones dignas en las empresas de economía solidaria desde un punto de vista teórico. Éste es un debate filosófico, político y sociológico que va mucho más allá del objeto del mismo. Sin embargo, tengo la sensación de que la mayor parte de las empresas cooperativas con las que he tenido relación en todos estos años vinculado a la Economía Social y Solidaria, y las personas que las gestionamos y trabajamos en ellas, nos enfrentamos a un importante dilema, o quizás debería decir más bien una dificultad, en relación con las variables remuneración, conciliación y desarrollo personal. Me parece importante aclarar que en todos los casos, alcanzar unas condiciones laborales dignas es una pieza angular sobre la que se asientan los proyectos empresariales de la Economía Solidaria, que no suele estar presente en los objetivos de las empresas capitalistas -ese fue, por ejemplo, uno de los objetivos fundamentales que nos marcamos al crear el Grupo Cooperativo Tangente-; sin embargo lo cierto es que muchos de nuestros proyectos empresariales suelen ser proyectos en los que la precariedad económica, acrecentada de forma importante en los últimos cuatro o cinco años, lleva en muchas ocasiones a jornadas laborales demasiado extensas y con altos niveles de presión, junto con salarios que en muchas ocasiones resultan insuficientes para cubrir las necesidades personales de las personas socias.
Por supuesto esta no es una realidad exclusiva de las empresas de Economía Solidaria, si no que se ve fuertemente marcada por un sistema económico, donde la productividad y la maximización de los rendimientos del capital, generan un contexto estructural donde las empresas y la vida de las personas se ven obligadas a funcionar cada vez más deprisa para ser competitivas en un mercado en el que los aspectos emocionales, afectivos y personales no son en absoluto tenidos en cuenta. Por eso muchas veces decíamos, frente a la afirmación de que hay que dejar los problemas en casa, que queremos empresas donde las personas puedan desarrollarse y para ello es necesario tomar en consideración sus problemas y acompañar sus procesos desde los cuidados.
Las TIC podrían ser un buen ejemplo de esa aceleración de la vida. Más allá de todos los efectos positivos que las nuevas tecnologías han tenido en la vida privada y personal, desde el punto de vista productivo, las nuevas tecnologías han supuesto en muchas ocasiones la difuminación de los espacios laboral y personal. Al mismo tiempo se han incrementado de forma exponencial las comunicaciones internas y externas, que son cada vez mayores, más rápidas y más difíciles de gestionar: correos, whastapp, facebook, twitter... Pero no es el único ejemplo, el tren de alta velocidad podría ser otro ejemplo enfocado a aumentar la competitividad y la velocidad de las vidas, desarrollando un sistema de transporte que excluye a quienes no tienen recursos suficientes para acceder a él, al mismo tiempo que dispara los impactos ambientales asociados a la movilidad.
Esta aceleración de la vida, orientada hacia una mayor productividad, tiene fuertes consecuencias sociales en forma de mayores tasas de paro o de exclusión en el acceso a determinados derechos, como el transporte o el trabajo; ambientales, acelerando la depredación de los recursos y aumentando la generación de residuos; económicos, acrecentando las desigualdades en la distribución de la renta y favoreciendo la transferencia de rentas hacia el capital frente al trabajo; y personales, con cuadros de estrés y de depresión, dificultad para conciliar la vida personal y profesional, etc.
Frente a esta situación, ¿qué podemos aportar desde la Economía Solidaria? ¿Cómo es posible hacer frente a este dilema?
Desde luego, parece que un aspecto fundamental pasa por dar mayor viabilidad empresarial a nuestros proyectos, siendo capaces de generar unas mayores rentas, que al ser distribuidas entre las personas socias de la empresa, permitan a estas tener unas mejores condiciones en forma de percepciones salariales por su trabajo. Probablemente sea también necesario una reflexión profunda sobre las políticas de conciliación y corresponsabilidad en la organización empresarial, en el sentido de lo que apuntaba Soraya Gonzalez Guerrero en este mismo blog.
Pero desde mi punto de vista existen unas condiciones estructurales del mercado de trabajo y del sistema productivo que no podemos plantearnos abordar desde la dimensión empresarial, sino que es necesario trabajarlas planteando cambios profundos en el sistema económico y productivo, que solo serán posibles desde la dimensión de la Economía Solidaria como un movimiento social capaz de tejer alianzas y construir estrategias conjuntas con otros movimientos sociales – como el ecologista o el feminista- que están poniendo encima de la mesa propuestas y reflexiones orientadas a un cambio radical del modelo socioeconómico actual, coherente con los principios y valores de la Economía Social y Solidaria.
Algunas de estas propuestas que están encima de la mesa hacer hincapie en la necesidad individual, pero también colectiva, de un cambio de hábitos en la forma que tenemos de gestionar el tiempo en relación con nuestro consumo y con la producción. En este sentido, se orientan propuestas como el Slow Movement o la simplicidad voluntaria, que promueven “recuperar” el control del tiempo y ralentizar la vida, dando prioridad a las actividades que redundan en el desarrollo de las personas y tratando de recuperar los ritmos y las conexiones los ecosistemas de los que formamos parte, tratando de buscar una “vida buena”.
Otras propuestas como la Renta Básica Universal plantean la necesidad de abordar cambios en la concepción y la asignación de la renta y el trabajo, buscando como efecto una mayor libertad para que las personas puedan desarrollar sus inquietudes y motivaciones. En este mismo sentido, se encuentra la propuesta de la New Economic Fundation de una jornada laboral de 21 horas, como una forma para avanzar hacia un sistema que nos permita salir de las múltiples crisis a las que nos enfrentamos en la actualidad, al mismo tiempo que le permita vivir vidas con menores recursos, pero con un mayor bienestar.
Y por supuesto no podemos obviar propuestas más estructurales que tratan de transformar el modelo económico, poniendo las necesidades de las personas y la urgencia de la crisis ambiental a la que nos enfrentamos en el centro, a través de la disminución controlada y progresiva de la producción y del consumo con el objetivo de generar un sistema económico sostenible y adecuado a las verdaderas necesidades de las personas.. En este sentido, hace años que están encima de la mesa propuestas como el decrecimiento o el movimiento en transición.
Creo que todos estos movimientos y propuestas ponen encima de la mesa debates, reflexiones, intersecciones y propuestas sobre las que tenemos que debatir y profundizar desde la Economía Social y Solidaria, abriendo diálogos con otros agentes, apropiándonos de los discursos y promoviendo alianzas con otros movimientos sociales, para promover trasformaciones profundas en el sistema, pero también como instrumento para desarrollar empresas en las que las condiciones de trabajo sean realmente dignas.