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27 de Jul 2015
vidasprecarias

Este texto (cuyo contexto* explico al final en más detalle) parte de la convicción de que necesitamos tener un debate amplio y responsable sobre qué hacer con lo que se llama en distintos espacios gestación subrogada o vientres de alquiler. Idealmente, este pudiera ser parte de un más amplio debate sobre la reproducción en general, vinculado al aún más amplio de qué vida queremos vivir, qué vidas merecen la pena ser vividas. Más en concreto, el tema que planteo abordar aquí, que podríamos entender como la externalización del embarazo y el parto, presenta varios problemas que, si bien no le son únicos, sí considero fundamental partir de ellos al debatir sobre esta cuestión. Mi intención es partir de dos de esos problemas y, después, esbozar una serie de ideas que considero importante tener en cuenta.

Primero, dado que en su práctica más común en la actualidad, la gestación subrogada se construye en torno a fuertes relaciones de poder, para que el debate se guíe por principios mínimamente justos, este debería realizarse mediante una corrección o compensación fuerte de las posiciones de privilegio: potenciando y visibilizando las posiciones que tienden a tener mayor dificultad para hablar y que su voz sea escuchada y no permitiendo a aquellas voces privilegiadas copar el discurso público (y legitimado). Para esto nos encontramos con un segundo problema, de bien difícil solución, como es la de la distancia geográfica, cultural y social con muchas de las partes implicadas, y una duda: ¿podemos realmente entender, pensar y decidir prescindiendo de esas voces? ¿Tenemos mecanismos reales para contar con ellas? ¿Cómo podemos hablar sin caer en portavocías? ¿A costa de qué juegos de (in)visibilidades? ¿Qué urgencias, qué necesidades y qué vidas terminamos primando?

Partiendo de estas dudas, y sin tener una posición clara al respecto, ahí van los siguientes apuntes:

· No, claro que no somos vasijas. Las mujeres que aquí o allí buscan y/o ejecutan estrategias diversas de subsistencia siempre tienen agencia. El problema, que creo que sí lo hay, es otro, más profundo, más sistémico, menos individualizable que la capacidad de agencia. Quizás enredarnos en debates teóricos sobre la libertad de elección de las mujeres en un ámbito reducido en el que sabemos que más elección no es necesaria ni automáticamente más libertad nos permita ahondar discusiones teóricas y abstractas, pero no parece que vaya a llevarnos a permitir tejer hilos de debate y acción dirigidos a agarrar y gestionar las cuestiones que afectan a las personas implicadas en la externalización del embarazo y el parto.

· Necesitamos salir del pensamiento dicotómico de “sí a todo” y “no a todo” y ser capaces de ir viendo conjuntamente qué cuestiones sí pueden resultar problemáticas del hecho de que una mujer* geste los futurxs hijxs de otra persona. Para ello, considero fundamental separar los casos en los que la gestación se hace por motivación laboral o económica y aquellos en los que se hace por vínculos de amor, amistad o vínculo emocional de otro tipo. Esto no creo que debamos hacerlo asumiendo,  ni mucho menos, que las cosas realizadas de forma altruista o “por amor” sean puras y las que se hagan con mediación económica no lo sean. Simplemente significa que estaríamos hablando de cosas diferentes, guiadas por lógicas distintas y que requieren una consideración disímil.

· La gestación subrogada no es una técnica. Es una práctica social, socio-técnica si se quiere, pero no es una técnica de reproducción asistida más sino una práctica relacional sólo posible por la existencia de una serie de técnicas concretas (vinculadas a la hormonación, preparación endometrial, fecundación in vitro, transferencia embrionaria, etc.) Hablar de ello como "técnica" y no como "práctica", introduciéndolo como una 'más' dentro de la reproducción asistida, lo sitúa en un terreno de aparente "neutralidad" científica que cierra el debate y no reconoce su complejidad.

· La comercialización de la gestación, su inclusión explícita en el mercado capitalista en el momento actual de globalización, externalización generalizada desde el denominado “norte global” al “sur global” y crecimiento de la financiarización de la economía es una comercialización particular y particularmente configurada en torno a estas tendencias. Necesitamos pensarla ubicada en este contexto para poder pensar sobre de dónde viene, cómo funciona ahora y hacia qué lugares puede ir (y más allá: hacia qué lugares queremos o no que vaya).

· Una de las diferencias clave entre la externalización de esta y otras prácticas o servicios es que requiere de un trabajo biológico con pocos precedentes, extendiendo un concepción particular -y particularmente occidental- del cuerpo: quizás si tratásemos de detallar las funciones, junto con los riesgos potenciales, horas y niveles de dedicación, ocupación y control corporal y psíquico, la gestación subrogada estallaría las nociones actuales sobre el trabajo. Este tipo de dedicación/trabajo tiene similitudes con el realizado en ensayos clínicos (generalmente asociados, al menos en el norte, con un nivel de riesgo infinitamente menor y, cuando no, duramente criticados), el realizado por las denominadas “amas de leche” o en parte la venta y comercialización de sangre y algunos órganos humanos no vitales. Cada uno de estos ejemplos es muy diferente del anterior, y su aceptación (o no) social depende de los límites que cada sociedad decida acoger e imponer como legítimos. Más allá de las diferencias en su evaluación, la lógica de un trabajo realizado 'por el cuerpo' y no 'a través del cuerpo' creo que puede ser interesante para pensar sobre esta cuestión, aunque aquí esté cogido con pinzas. Repito que esto no es  cuestionar la agencia (el cuerpo no es sin ella). Obviamente todas las personas utilizamos el cuerpo para trabajar, si bien de formas distintas, desde lxs obrerxs de una construcción, a lxs trabajadorxs del sexo o todas las personas que lo pegamos a una pantalla y un teclado para funcionar. Pero en este caso, la generación de 'valor' está más vinculada a lo biológico, a un proceso interno del cuerpo (inseparable de lo cultural, por descontado, pero que si bien requiere toda la agencia por parte de las gestantes, sus riesgos y éxitos escapan hasta cierto punto del control personal, adquiriendo la función biológica un lugar claramente determinante que lo diferencia de otros trabajos).

· Al igual que múltiples prácticas dentro del ordenamiento actual del mundo, considero que la externalización del embarazo y el parto tal y como se está configurando en los últimos años, está vinculada a una naturalización muy encarnada de la hipersegmentación social en términos de clase, de raza, de nacionalidad, de sexo. Creo que estaría bien reflexionar sobre los niveles de naturalización de las desigualdades que pueden estar sucediendo por todas las partes implicadas, que ocupan posiciones muy difícilmente intercambiables: tanto los potenciales padres/madres, como las gestantes y, de manera especialmente relevante, lxs niñxs y futurxs adultxs gestados en unos cuerpos distintos tanto a los de su crianza como los de su genética. No olvidemos que este es un nicho de mercado de muy reciente creación del que quizá no haya por qué dar por hecho su existencia a largo plazo, al menos no en la forma que hoy se conoce. Especialmente flagrante en este sentido es la cuestión de la selección 'fenotípica' diferencial de donantes de óvulos y gestantes, ¿Cómo pensar estas cuestiones desde lo decolonial?

· Todo esto está necesariamente interrelaciona con una modificación de la concepción del cuerpo y del yo encarnado que modifica los imaginarios de lo posible dentro de la consideración de, por un lado, lo que puede ser mercantilizado y, por otro, lo que puede ser comprado. Así, la propia existencia y la extensión de un mercado vinculado a la gestación subrogada puede ya estar modificando la percepción de sí de millones de mujeres* en el mundo. Esto fue ya estudiado en relación a la existencia de mercado (si bien en este caso ilegal) de venta de órganos y las consecuencias que tiene el generar la idea de que siempre habrá un “algo más” que se puede hacer (y que te pueden hacer) por conseguir dinero para, por ejemplo, alimentar a una familia en condiciones de extrema pobreza. Ampliar el ámbito de lo mercantilizable tiene consecuencias materiales y simbólicas que van mucho más allá de las personas que materialmente están involucradas en un quehacer, y estas deben, al menos, estar presentes en el debate.

· Resultaría de gran interés pensar estas cuestiones en diálogo con debates más amplios y trabajados (o en proceso de) como aquellos vinculados al empleo de hogar, especialmente lo relativo a las personas que trabajan en calidad de internas, por un lado, y el vinculado a la venta y donación de órganos, por otro. Cada una de estas realidades es muy diferente, no obstante, ambas pueden funcionar como esas fronteras discursivas/simbólicas que ayuden a definir ese algo del que estamos intentando hablar pero que aún no sabemos perfectamente definir. Sin duda, tanto las valoraciones más hegemónicas de ambas prácticas/trabajos como las miradas críticas a las mismas pueden resultar enriquecedoras en diálogo con este tema.

· Por último, considero que este debate debe alimentarse y alimentar a otro gran debate que quizás tenemos pendiente muchas de nosotras, y para el cual nos pueden ayudar ciertas perspectivas decrecentistas, que es el de los límites. Este, además, se relaciona con el de qué decisiones queremos tomar a nivel individual y cuáles queremos tomar a nivel colectivo (y no tener que enfrentarnos a ellas a nivel personal). Por cerrar con un ejemplo: yo quiero poder decidir sobre los tratamientos que recibo en un momento de enfermedad teniendo, por ejemplo, acceso al testamento vital o a que se reconozca mi autonomía mientras pueda expresar mis deseos. Pero no quiero, siguiendo con otro ejemplo, tener que elegir en un momento dado si compro o no un riñón porque el mío está fallando. Esa segunda decisión preferiría que no existiese dentro de mi imaginario de lo posible. Para ello, tendría que estar previamente regulado (como de hecho lo está) porque colectivamente tomamos la decisión de no permitirlo.

En todo este maremágnum de ideas, ¿Cómo agarramos el debate sobre los vientres de alquiler/gestación subrogada/externalización del embarazo y el parto? Seguimos en ello...

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*Con-texto: En las últimas semanas se han ido sucediendo diversos artículos, comentarios y discusiones en torno a la cuestión de la denominada por unxs y otrxs gestación subrogada o vientres de alquiler. No he leído todo lo que ha salido o no con suficiente detenimiento, por lo que corro el riesgo de repetirme, pero ante la abundancia de opiniones y textos y la limitación del tiempo, me gustaría aportar para el debate una serie de ideas, muy esquemáticas, que a mí, a un esperado nosotras, me ayudan a enfocar estas cuestiones. Son borradores, apuntes, que surgen de una reflexión más pausada en los últimos años en torno a las bioeconomías reproductivas desde un ámbito sobre todo académico. Mi intención aquí, sin embargo es la de introducir algunas ideas con voluntad fundamentalmente política, en línea y continuación con debates mantenidos desde hace tiempo con Martu Langstrumpf, (ver este artículo anterior suyo) y con el encuentro que ambas organizamos dentro del orgullo crítico en Madrid sobre 'Reproducción y disidencia sexual en tiempos de precariedad'. Si bien, por tanto, no están aquí desarrolladas en detalle, estos apuntes sí parten de una (intentada) coherencia reflexiva en torno a este ámbito socioeconómico que se está configurando bajo unas lógicas fuertemente neoliberales y de naturalización de las desigualdades (heteropatriarcales, entre otras) muy preocupantes para las miradas feministas, para las miradas anticapitalistas, necesitadas de miradas decoloniales. Sobra decir que ninguna de las ideas anteriores se plantea como verdades absolutas, como argumentos indiscutibles o juicios absolutos, más bien lo contrario. Pretenden ser puntos de apertura, que debemos considerar juntas si nos sirven o no y de qué maneras.

*Sobre el uso de la palabra “mujer(es)”* en el texto: si bien es obvio que cualquier persona con útero podría gestar, no parece ser muy común que esta práctica, en los términos mercantilizados sobre los que se centra este post, lo hagan personas que no se identifican o son leídas como mujeres. De hecho, esta posición “mujer” tiende a ser muy enfatizada y los discursos de altruismo que se construyen en torno a la práctica tienden a estar altamente generizados, por lo que me parecía importante visibilizar el término.

SaraLF

07 de Feb 2014
vidasprecarias

El viernes pasado, 31 de enero, mujeres, bolleras y trans salimos por las calles de Lavapiés unidas en un reclama feminista contra el heteropatriarcado: ¡¡La calle y la noche también son nuestras!! Aquí os dejamos unas pinceladas de lo que varias de nosotras sentimos en aquel momento y del regusto tan estupendo que nos ha dejado. ¡Y aprovechamos para recordar que ya van dos reclamas desde que abrimos este blog!

Nieves: "Nos tocan a une, nos tocan a todes". Para mí, es una expresión de vínculo intermujeresbollerastrans que afirma la respuesta colectiva ante la violencia sobre una. ¿Quizás un lema demasiado manada?

La organización del reclama me pareció muy cuidada, evidenció muy buen trabajo. La cabecera con sus máscaras felinas y protectoras, la redacción y lectura de las experiencias de agresión vividas en primera persona, y todo el recorrido que denunciaba los lugares calientes de agresiones habituales o puntuales. Se denunciaba con la lectura de los hechos vividos por las mujeres más jóvenes, acompañados de reflexión y propuestas de resistencia.

La presencia de mujeresbollerastrans apropiándose de la calle provocaba malestar entre muchos varones. Algunos lo solventaban elevando una leve sonrisa de complicidad condescendiente, otros no pudieron evitar dar marcha atrás ante nuestro paso. Creo que sólo un par de tipos se cruzaron por la mani de manera provocadora, mascullando mierda machista... Lo más sorprendente es que heroicamente desaparecieron muchos hombres que están de manera permanente en los puntos habituales de violencia, seguro que por el mucho arte que había en el reclama. Nos recorría una agradable sensación al saber que estaban escondidos, huidos, silenciados, replegados. "La calle y la noche fueron nuestras", a ritmo de lemas transgresores y divertidos: "polla violadora a la licuadora"

La narración de las violencias en cada uno de los puntos nos acercaba al dolor de la experiencia del cuerpo bloqueado, mudo, que tan bien reconocíamos la gran mayoría de nosotras: "no pude decir nada", "gracias a otro hombre no pudo conseguir nada de mí"... Son nuestros cuerpos feminizados troceados, alienados de la voluntad de respuesta agresiva y de nuestra legítima propiedad sobre él. Poderosos los momentos de subversión en que gritábamos: "ninguna agresión más sin respuesta", "no voy a callarme más". Era una conjura colectiva para resarcirnos de nuestros cuerpos objetualizados, victimizados...

Este trabajo va a seguir avanzando en la creación de respuestas y resistencia ante las violencias en la calle. Y los materiales de esta acción están dispuestos para llevarlos a otros barrios.

Ya no sé que más decir, me gustó tanto, me sentía tan poderosa pisando la calle con fuerza...


Greis: Viernes, 8 de la tarde. Me preparo para salir. Pero hoy no es un viernes cualquiera. Hoy he quedado. Nuestra riqueza es grande, somos transexuales, lesbianas, vecinas de todas las edades, hijas, madres, compañeras… Con las convocadas para salir este día me une algo muy fuerte y especial: La necesidad de mostrar que el barrio también nos pertenece. Que nunca estamos solas, aunque la calle esté oscura y volvamos a casa tarde. Recorremos el barrio, mientras vamos relatando acontecimientos, le han pasado a alguna de nosotras, nos han pasado a todas en algún momento. Sabemos que los machistas nos miran. Sabemos que se están dando cuenta de nuestra presencia. Ocupamos nuestro lugar y señalamos los lugares donde no se nos respeta. Una calle habitualmente atestada de acosadores, de pronto extrañamente tranquila. Una biblioteca pública. Un bar. Una plaza. Estos lugares nos pertenecen, no sólo hoy, todos los días. Conocemos las esquinas conflictivas, las palabras afiladas. Tenemos la respuesta, y queremos darla bien alta: ¡Machirulos, tened cuidado!

De vuelta a casa, surge un deseo: ¡Gente, tenemos que quedar más para salir!


Amaia: "Nos tocan a una, nos tocan a todas”. Es un grito de fuerza y valentía. Nos ayuda (a mí, al menos, me ayuda, y mucho) a no sentirnos solas. Cuando la violencia machista va justo de eso: de aislarte y hacerte sentir tremendamente vulnerable. (En mi vida había imaginado que una sola mirada desde el otro extremo de la mesa pudiera helarte de semejante forma, pudiera hacerte echar a temblar -de miedo- y que todo ello sucediera en plena cena familiar. Solo tú, fragilísima, y unos ojos cargados de odio, el resto no existe.)

... y nos obliga a reconocer que sí, yo también. ¿A quién no le ha pasado? ¿A quién no le ha costado reconocer que le ha pasado? No solo es enormemente difícil afrontarlo… Para empezar, es enormemente difícil reconocerlo, reconocernos como sujetos de violencia. Dar la gravedad que se merece a esa historia que, fijo, estamos exagerando. Poner ese nombre a prácticas ¿sutiles? que preferimos obviar. (Ese director de tesis al que le genera tanta curiosidad tu historia con tu novia. “¿Tú antes estuviste con chicos?, ¿cómo es eso?” Mejor dar evasivas y que no se ponga nada en juego en una relación en la que, si alguien tiene la sartén por el mango, es él.). Esas prácticas ¿sutiles? que una tras otra nos van situando allá donde debemos estar, quietecitas. Y cada quien con su estrategia. (Mejor sentirme fuera del mercado. Mejor ser invisible. Mejor fea y gorda, pero desapercibida.)

Reconocer que eso pasa, que te pasa, y que quienes ejercen violencia no son solo ni siempre sujetos extraños, sino cercanos. Reconocer que quizá el que ha ejercido violencia seas tú que lees esto, biotío (y, perdón, me escamoteo aquí del debate sobre hasta qué punto la violencia machista pueden ejercerla otros sujetos). Los malos no son los que leen otros periódicos. También hay mucha violencia machista en las redes humanas que conforman estas burbujas alternativas. Aunque quizá sea demasiado optimista pensar que hay mucho biotío que lea un post sobre feminismo, a no ser que se haya convertido en un trending topic primero.


Bea: Sin miedo de repetir, sin miedo de redundar en las mismas sensaciones, sin miedo de señalar los mismos momentos me pongo a recontar ese mismo reclama: ¡tomando las teclas, rompiendo el silencio! Claro, parafraseo proclamas porque ya las he hecho mías, porque quiero y puedo. Y me permito repetir precisamente porque creo que es en lo común, en lo repetido en muchas de nosotras y nosotrxs donde, por un lado, toma sentido tomar las calles juntas con el reclama, y, por otro, donde reside la fuerza que el grupo nos devuelve.

Lo común que justifica el reclama son las sensaciones de invasión cuando caminamos solas por la calle, la objetualización de nuestros cuerpos, el que nos hagan responsables de mensajes no emitidos que se nos atribuyen por el mero hecho de tener cuerpos leídos como mujeres/bolleras/trans y hacer uso de ellos con libertad (o sin ella) y un tropel de feelings y matices más que compartimos y denunciamos con el reclama. A voz en grito a veces, otras a través de las gargantas de las otras, también en las conversaciones con las amigas que nos acompañan. Lo común que nos aporta el reclama, lo que crece en la repetición, es, por poner solo un ejemplo, la fuerza de sabernos legitimadas.

El viernes pasado esas voces de las otras eran en gran medida las de las más jóvenas. ¡Los 17 años me dijo una amiga que rondaban las organizadoras! Y tan ricamente que nos llevaron de paseo, parándose para megafonearnos sus experiencias con los micromachismos en el macromachismo. Experiencias repetidas en cada una de nosotras. Yo las veía ahí, subidas a un contenedor o a cualquier otro sitio, encorajadas, gritando ¡machirulo, ten cuidado! Y qué queréis, me moría del gusto y de la envidia. Eh, envidia no de la edad, nop, sino de la potencia, ¡bravas!

Pasear juntas y empoderadas por las calles es para mí, también, un ejercicio de repetición, un familiarizarse con otra forma de ser y estar en el espacio público. Fuerte y segura como en el reclama, así es como nos quiero en todo momento y lugar, en tránsito y sin miedo. Y eso, como tantas otras cosas, hay que practicarlo, interiorizarlo.

Desaprender lo aprendido en sociedad, loqués yo, no puedo hacerlo sola, y el viernes pasado a la hora de la quedada, al llegar a la plaza Tirso de Molina, el ‘dónde’ era allí donde un grupo de mujeres, bolleras y trans se hacía más y más grande, y juntarse era sumar: ¡MUCHO POWER y hasta el próximo RECLAMA!
 

Hasta el coño de tanto macho suelto. Machirulos, tened cuidado
Foto tomada de aquí

Nieves, Greis, Amaia y Bea

17 de Sep 2013
vidasprecarias

Dentro de un par de semanas nos iremos unas cuantas a Carmona, al IV congreso de economía feminista que se hace en el estado español. El primero fue allá por 2005 en Bilbo, cuando el área de economía feminista que formaba (y forma) parte de las jornadas de economía crítica se nos quedó pequeña. ¿Seremos unas cuantas o unas muchas? Parece que vamos más bien camino del “desborde”. ¡Ojalá! Vale que no es cuestión de números, pero ser más que un puñadillo da alegría y parece prometer un algo.

Y es que eso de “economía feminista” va cogiendo resonancia, en el mundo académico y, más allá, en el mundo amplio de la política. Esto no puede ser ajeno al momento de crisis civilizatoria que vivimos. Esa crisis ya denunciada desde tantos ángulos cuando, a nivel de indicadores mercantilistas, todo parecía ir más o menos bien. Desde el feminismo, hablábamos de crisis de los cuidados como el compendio de tensiones y dificultades para recrear día a día el bien-estar (dado el amplio abanico de cosas que el bien-estar requiere y que van mucho más allá del dinero), que conllevaba una re-estratificación sexual y étnica del trabajo. Hablábamos de precariedad en la vida como esa inseguridad en el acceso a recursos desesarios para vivir vidas que merecieran la pena. No cuestionábamos la ruptura con las vidas estáticas, que era algo más bien a celebrar, sino la incertidumbre no elegida, el vivir en el alambre por la falta de derechos.

La economía feminista coge fuerza en el momento de crisis civilizatoria probablemente porque nos ayuda a hacernos preguntas que tienden a permanecer cerradas. Coge fuerza al igual que la cogen otras perspectivas críticas como el ecologismo social o el decrecimiento. Por eso, porque coge fuerza, puede que este sea un momento clave para preguntarnos qué economía feminista queremos o, más aún, qué es eso de la economía feminista. Cada quien tendrá una respuesta, van aquí solo unas pinceladas para esbozar la que algunas de nosotras andamos barruntando.

Queremos una economía feminista que vaya más allá de la queja de “y las mujeres, peor”. Que señale con fuerza el carácter heteropatriarcal de esta Cosa escandalosa que habitamos sin dejar de denunciar al capitalismo (no solo al neoliberalismo). Que no refuerce el binario de “las mujeres esto, los hombres aquello”, sino que visibilice el carácter binarista heteronormativo de las estructuras socioeconómicas. Que al hablar de poner la vida en el centro no escinda la vida humana de la no humana. Que bucee en sí misma y reconozca cuándo está imponiendo una mirada etnocéntrica, cuándo hace una teoría (o una praxis) que implícitamente entiende como universal, pero solo da cuenta de entornos urbanos del Norte global. Que se mezcle, sin dejarse subsumir, con otras miradas ecologistas, decrecentistas, descolonizadoras... y con otras corrientes de pensamiento económico heterodoxo.

Que se atreva a levantar la pregunta no solo de cómo nos organizamos (cómo las políticas públicas, cómo el sistema tributario, cómo los permisos por nacimiento y adopción...), sino también del qué: todo eso para lograr qué bien-estar, qué vida. Que ponga en el centro el debate sobre cuál es la vida que merece la pena ser vivida y cómo construimos una responsabilidad colectiva y común para hacerla posible. Que entienda que los mercados capitalistas son un conjunto de estructuras e instituciones que permiten jerarquizar las vidas y convertir unas pocas en las más (o las únicas) dignas de ser rescatadas.

Una economía feminista que sea muy poco económica, toda vez que la idea misma de “economía” nace vinculada al capitalismo. Que sea muy poco económica si eso significa que es más una corriente de pensamiento académico que una apuesta política para pensar el mundo; si tenemos que acudir a la universidad a buscar qué dice. Una economía feminista que sea ante todo feminismo; un feminismo que, de forma activa y muy crítica, observa, denuncia e incide sobre el sistema socioeconómico.

En Carmona estos debates (junto con otros muchos) estarán encima de la mesa, de forma implícita o explícita. Lo que allí suceda llegará a ser por todo lo hecho ya desde tantos ámbitos distintos (y por todo el currazo de la gente de organización, con muy especial mención al comité local). Y al mismo tiempo será un espacio para palpar lo posible futuro.

amaia

29 de Jul 2013
vidasprecarias

La reproducción ha sido y es un tema central para el feminismo. Ya sea como contraposición (parte invisibilizada) de la producción, como puerta a la maternidad, como destino obligatorio, como algo a criticar o a desear... pero está ahí, siendo pensado desde feminismos diversos, anhelado y criticado, estudiado, practicado... Desde tiempos históricos la capacidad reproductiva de (algunas) mujeres se ha utilizado para naturalizar diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres. La reproducción, como hecho biológico, se utiliza para naturalizar el modelo de familia nuclear y para definir a las mujeres como intrínsecamente madres y cuidadoras, para definir ese mismo ser mujer.

De alguna manera, algo de todo esto se modifica, muta, se re-inventa cuando nace Louise Brown en 1978, la primera persona nacida por técnicas de in vitro; se habló entonces del primer “bebé probeta” y el tiempo que resta hasta hoy día ha ido sumando perfeccionamientos de técnicas, invenciones de técnicas nuevas, cambios brutales en nuestras ideas sobre qué es la reproducción y cómo acceder a ella, así como las prácticas en torno a la misma. Se dio entonces el pistoletazo de salida al desarrollo de la reproducción asistida en formas nunca antes pensadas y su rápida expansión y la normalización de su uso han abierto espacio a muchas esperanzas, muchos sueños y muchos planes para familias diversas: parejas hetero con problemas de fertilidad (tanto de unos como de otras, de ambos,...), mujeres solteras, parejas de lesbianas,... Y, a su vez, han abierto nuevas formas de mercantilización, cosificación y medicalización de los procesos reproductivos y el material biológico implicado en los mismos (embriones, espermatozoides, óvulos, úteros, etc.) que abren intensos debates en torno a múltiples cuestiones, desde en qué sentido estas técnicas y su aplicación refuerzan la idea de maternidad obligatoria o hasta qué punto es legítimo permitir que empresas privadas generen beneficio a través de algo como la reproducción.

En nuestro país, lo que llamamos reproducción asistida es escasamente cubierto por la sanidad pública... Por un lado, porque existen fuertes restricciones para el acceso (en términos de edad, de infertilidad probada, etc.) pero, en términos generales, porque hay muy pocos recursos dedicados a ello (en relación a la cantidad de gente que acude a la sanidad pública buscando ayuda para quedarse embarazada) y, por otro, porque en caso de que alguien sea “elegible” para optar a atención pública, las listas de espera son tales (en un caso en el que la edad importa mucho, y más que te lo hacen sentir) que la mayoría termina resignándose a irse por la privada. De hecho, las clínicas privadas ofrecen servicios de financiación para sufragar el proceso,... y, si no te lo puedes pagar, que es algo muy común porque es carísimo, ya te puedes buscar la vida por tu cuenta, pero no de cualquier forma, porque si lo que te falta es esperma, lo vas a tener complicado, ya que la donación tiene que ser anónima y, si no lo es, en cualquier momento el tipo del que provenga el esperma puede auto proclamarse padre de la criatura y tú, la madre, las madres, o el padre que le haya criado, te puedes quedar sin derechos sobre la criatura, quedándose esta desprotegida. Y todo esto, estando ya más que probado que defender en el juzgado un tipo de familia no heteronormativa es prácticamente un suicidio, así que sí: zancadillas por todos los lados.

Las declaraciones de Ana Mato de las últimas semanas, resultan totalmente absurdas en términos de ahorro económico (supuesta motivación) y no tienen sentido en relación a la definición de salud por la que se mueve (supuestamente) la sanidad pública. Económicamente absurdas porque probablemente su gabinete se haya gastado más dinero en darle mil vueltas a una legislación que, de hecho, ya restringía bastante el acceso a la reproducción asistida, que el dinero que se haya podido dedicar en estos años a atender a solteras y parejas de lesbianas desde lo público de cara a la reproducción asistida. Absurdas en relación a la idea de salud que utiliza, porque según Mato “la financiación pública debe ser para la curación” pero no tengo del todo claro que, por ejemplo, las mujeres que de hecho estén embarazadas consideren que la atención a su embarazo (y el apoyo durante el parto) les está “curando” nada. Ni que el seguimiento médico del desarrollo en la infancia, la labor de los pediatras, suponga generalmente “curar” algo. Quizás la ministra de sanidad no sabe que la sanidad pública española recoge muchas cosas que no son ni enfermedades ni precisan cura, sino que son cuidados, atención, seguimiento,... vaya, lo que supone la atención a la salud, que no siempre va vinculado a la enfermedad. Quizás es que Ana Mato no sabe que la definición de “salud” de la OMS (Organización Mundial de la Salud) la entiende como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.»

No tenemos forma de saber qué pasa por la cabeza de la ministra, ni por la del conjunto del gobierno del PP, pero es claro que sus declaraciones no son inocentes: en ningún caso lo son. Se ha dicho hasta la saciedad que no son recortes [ni estos, ni ningunos], es ideología. Y sí, lo es, ideología rancia, facha, conservadora. Primero, porque el sujeto de derecho pasa a ser la familia como dios manda, porque se habla de pareja necesariamente (uno de los dos miembros de la pareja debe tener un problema médico) y de pareja heterosexual de forma implícita (porque sólo se atenderá cuando haya un problema médico y se ha llegado a hablar de haber tenido necesariamente relaciones coitales). Debates simplones, muy cutres, porque lo que está en juego no es si incluir o no la reproducción asistida, una u otra prestación, qué implican, qué no, si es posible frenar la obtención de beneficio de las clínicas privadas a costa de las desesidades(1) ajenas,... No, no estamos ante ninguno de esos debates, si no ante la disyuntiva de ver cómo ir excluyendo a todas esas otras: bolleras, solteras,... Exclusiones que se pueden ver cómo más o menos sutiles, más o menos directas, pero que están poco a poco afianzando y normalizando la introducción de niveles dentro de un sistema sanitario cada vez más dividido, cada vez más compartimentado, en el que la única figura cuya atención sanitaria no es cuestionada en ningún caso es la de ese santo varón al que se refiere Mato, desbordando inteligencia, cuando habla de que “la falta de varón no es un problema médico”.
 

Ilustración del Escrache Feminista del 22 de julio, por Enrique Flores en sus cuadernos de Sol
Fotos del escrache, aquí.

Sara LF

(1) La idea de desesidad la tomo de Amaia Orozco, que a su vez cuenta cómo "Desde Centroamérica, en el contexto de la Educación Popular y la Investigación Acción Participativa, las mujeres lanzan la propuesta de un nuevo vocablo para resignificar la idea de “necesidades” sin escindirla de los “deseos”: las “desesidades”" en "De vidas vivibles y producción imposible" disponible aquí en pdf

11 de Jul 2013
vidasprecarias

si gramática cuando ellx/a/o/es aún no entonces es qué una fuera gramática

 

*. : Pues resulta que en esto de las vidas, en esto de hablar·nos de las vidas,  hay la lengua. La lengua, que es una cosa de esas que están ahí están ahí están ahí. There is la lengua. Tantas y tantas veces está ahí como tantas y tantas  rutinas que se dicen "cotidianas". También pero en la Academia está, la nuestra lengua, y hace tiempo que en la hablada por estas tierras se trae un debate dominado discursivamente desde el reducto de los departamente universitarios, aunque generado por las bocas de las calles y presente también en estas. Repetimos - cotidianas: usamos y usamos lenguaje sin necesidad de mercadeo, sin necesidad de parar mientes en, está en y entre nosotrxs de forma ______. Y zas, ahí, de repente, parece que cuadra, sí, de repente se nos quiere venir a la boca la palabra 'natural'.

#: Sí, parece que muchxs lingüistas atesoran su objeto de estudio para sí mismos, buscan su endogamia, su escondite de congresos y cafeterías de uni donde hablar de las irregularidades, que no se difundan, que no se sepa que pueden hacerse. Luego, lo que sale en los periódicos, insta a la no reflexión no acción sobre el lenguaje-norma. No quieren que las  gentes de afuera sepan lo que hablan. Es un amorcito cortés que mira a su amada, impone pequeñitas idealizaciones sobre ella. Ideal natural así como oh, el amor, lingüístico, abstracto, limpiando, sobrevolando y quitando esplendor a la agencia de los cuerpos que se disponían a ser hablados.

*. : Ahí va, y el caso es que a mí lo de decir que la lengua es algo natural me huele un poco a chamusquina. Desde ahí es muy fácil invitar a la gente a tomarla tal cual es, muy fácil ocultar toda esa cosa social que sabemos que tiene, disimular el androcentrismo y las jerarquizaciones que desde la estructura social se cuelan en la lengua. Desde ahí lo que hacemos es pasar por alto que es un sistema de normas pactadas, abortar la posibilidad de subversión y desarticular el poder de la lengua para meter mano en nuestra percepción de realidad. El uso normativo de la lengua se ha naturalizado, pero no es natural.

#: Totalmente. Hay connotaciones ideológicas en la afirmación de "naturalidad" que llaman a la pasividad en lo lingüístico, al no despertar de la conciencia. La academia ha tratado de asimilar la infraestructura cognitiva del lenguaje a la manifestación que este tiene en forma de una lengua concreta y las soluciones que esta adopta. Sobre las lenguas se han construido los grandes tótems de cada civilización. Las normas lingüísticas que han sobrevivido y han articulado una lengua (y en ella una cultura, un pensamiento) codifican necesidades comunicativas que erróneamente y según conveniencia se han entendido bien como "naturales", bien como "democráticas". La palabra 'democrático' gusta de verdad verdad a "los profesionales del lenguaje" cuando explican al 'pueblo' su uso de la lengua: es otro adjetivo muy conveniente a la pretendida neutralidad de la ciencia lingüística...

*. : Desde luego. ¡Es una trampa! Por un lado nos dicen que solo esa masa informe llamada 'pueblo' tiene la potencia de cambiar la lengua. Por otro, que no vale que este - pueblo llano, siempre llano - tenga conciencia lingüística, agencia o intencionalidad. Que la lengua, si tiene que cambiar, cambiará de mano de una corriente misteriosa, de un fantasma de inconsciencia (¿ignorancia?) que orbita en esta conceptualización de la palabra 'pueblo'. La guinda, por supuesto, son los propios gramáticos, los expertos. Ellos - ¿o debería decir ellxs? ay, no sé no sé - sí tienen la legitimidad de interferir conscientemente en el devenir de la lengua, dictando (con algo tan científico como los juicios de valor) qué es ridículo, qué es anti-económico, qué es ingenuo, qué es absurdo y qué no. Y es que elles son científicos, son asépticos, en sus juicios no hay parcialidad ni ideología algunas. Ahá ¿tú qué dices, nos lo creemos?

#: No, de hecho, no me parece muy honesto por parte de la comunidad de gramáticos tratar de divulgar como asépticas las normas de la lengua española, puesto que codifican realidades en las que son legibles tanto el patriarcado como otras jerarquizaciones sociales. La lengua castellana, como sistema, sí es sexista. La articulación del género que proporciona "la norma", por ejemplo, permite a los hombres nombrar "por defecto" a las mujeres. Es el morfema masculino -o lo que "por defecto" tiene la posibilidad de concordar con ambos géneros simultáneamente: niños y niñas, todos juntos.  Esto es, en sí mismo, bastante poco neutral: es fácil pensar que la gramática se podría haber articulado de forma distinta de no haberse generado en un sistema patriarcal. Y fuera así o no, es cuestión de lxs hablantes decidir la lectura que hacen de este sistema de géneros, sea justificable etimológicamente o no. El deseo de una lengua inflexible que manifiestan instituciones como la RAE no es lingüístico, es humano – y de unas determinadas comunidades, no de todas. La capacidad lenguajeante permite que hablemos lo que queramos y que lo hagamos con la coherencia que deseemos o no deseemos: hay comunidades de práctica que no nos sentimos identificadas bien con sus normas, bien con la propia imposición de norma.
 

*. : Eso es, señora. Quería yo llegar a esto de la coherencia, de su imposición. Porque para criticarnos esas cosas bonitas que hacemos con la lengua, esas que hacen visible no solo que nos referimos también a mujeres, sino que nos preocupa el propio hecho lingüístico, las luchas feministas y el cambio que se da en su interacción, uno de los argumentos que suelen lanzar los expertos es el de la feitud de estilo, el de la imposibilidad de utilizar sistemáticamente nuestros recursos (todos y todas, todes, todxs, todas, tod@s...): por lo visto, nos quieren hacer creer que si abogamos por el uso de estas formas contraemos con ellas sacrosanto matrimonio. Es decir, si una vez decimos niñas y niños, se nos pudrirá la lengua si en el mismo texto/cuerpo decimos niñxs o incluso niños como género no marcado. Pero no, no nos convence. Nada impide que la norma antigua conviva con esa otra (no) norma que, entre todes, estamos forjando. Siempre fue así, los cambios lingüísticos no se producen un martes a la cinco y media de la tarde, sino que atraviesan un periodo de vacilación, de vaivén. Es  plausible, quizás deseable, vivir en ese estado de vacilación.

#: Y sí... una de las cosas más bellas del lenguaje, en verdad, son las posibilidades expresivas que ofrece en su variación. La gramática permite inventarse el lenguaje. La norma corta las posibilidades de evolución y creatividad semántica, impone unos modos de significación únicos que invisibilizan muchos matices. Una señora me contó que "se ensoñaba con pollitos". Yo creo que esto es muy diferente de "soñar con pollos". Y es preci(o)so que pueda serlo. En el libro de Introducción a la Lingüística Española, Manuel Alvar propone que la lengua común, la que configure el dialecto estándar, debe de ser una y uniforme para que se produzca la inteligibilidad colectiva. Esto es tremendamente esencialista y ningunea los deseos de las diferentes comunidades de práctica. En el caso del género, está claro que si han surgido vacilaciones a la hora de referirse a colectividades de manera "no genérica" es porque se han detectado en la lengua operaciones que no nos hablan, en las que no nos estábamos entendiendo. La proliferación de (a)gramáticas, performatividades lingüísticas y hablas "antisistema" es síntoma de que esta lengua no nos representa y, lo que es peor, no sirve a nuestros fines comunicativos. ¿Por qué este deseo de adoctrinar en que la elección en el lenguaje no es posible?

*. : Habría que preguntárselo a ell@s... ¿y no fiarnos de su respuesta? Veamos mejor cómo podemos nosotras - todes - responder a esa pregunta. Pongamos en duda la posición meramente científica, desinteresada, de les expertes. Averigüemos qué tanto de ideología hay detrás de sus posicionamientos. Sospechemos que hay mundos posibles que no se pueden nombrar desde la norma que se nos ofrece. Convenzámonos de que la transgresión lingüística no es peligrosa para la salud, de que la salud de la propia lengua no se pone en peligro por el cambio y desobedezcamos.

Beatriz P. Repes y Paula Pérez Barahona (en colaboración para el blog)

DOSSIER DE LECTURAS: Polémica del género no marcado del año 2012.

Álvarez de Miranda, Pedro. "El género no marcado". 7 mar 2012. El País.

*Bengoechea, Mercedes. "La sociedad cambia, la Academia, no". 7 mar 2012.  Blog El País.

*Bengoechea, Mercedes. Entrevista: la RAE y el lenguaje no sexista.

Bosque, Ignacio. "Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer". 4 mar 2012. El País.

*Fernández, June. "Sexismo lingüístico". 4 mar 2012. Gente digital.

*Garí Pérez, Aitana y Tejano Montero, Laura. "Un discurso y una práctica más justa para 'tod*s'". 27 feb 2012. Diagonal Periódico.

M. Roca, Ignacio. "A propósito de una polémica lingüística". 8 ago 2012. El País.

Manrique Sabogal, Winston. "¿La lengua tiene género? ¿Y sexo?". 5 mar 2012. El País.

*Moreno Cabrera, Juan Carlos. "Acerca de la discriminación de la mujer y de los lingüistas en la sociedad. Reflexiones críticas". 2012.

Las referencias marcadas con * parten de un posicionamiento feminista o antisexista.

20 de Jun 2013
vidasprecarias

El 5 de mayo, desde la comisión de feminismos-sol, hicimos un taller de construcción colectiva de discurso feminista en torno al tema de la deuda. Lo llamamos “si tú me dices deuda, lo dejo todo”, y lo musicamos reescribiendo la canción de los panchos en modo de andar por casa, tan panchas. Queríamos quitarle un poco de pesadez, de seriedad, de tono grisáceo y aburrido al asunto. ¿Me explico? Por eso lo del karaoke.

Y por eso los espléndidos rol playing que las actrices amateur llenaron de vida (tanta que el asunto parecía tocarles sospechosamente en lo más íntimo): una treintañera recién hipotecada, que estaba encantada de (¡por fin!) haberse atrevido a agarrar la vida por los cuernos, no lograba entenderse con su amiga de toda la vida que sigue compartiendo piso, a su edad... y es que dónde vas a vivir con sesenta tacos, ¿no será que no quieres crecer...? Una cuarentona llorándole a su amiga sus agobios con el curro, lxs hijxs, y el compañero progre que le echa una mano, llorándole a esa amiga que sigue sin vivir con su pareja, sin ser madre, tan sola, pobre, y quién te va a cuidar cuando seas mayor... Por ahí iban los rol playing; no sé si consigo hacerme entender.

Vamos, que poder encarnar los conflictos y echarnos unas risas nos sirvió para aligerar y para plantear el marronazo de la deuda no solo como una trampa que viene de fuera sino como un mal vivir en el que andamos encerradxs. Como que no se trata solo de hablar de la rueda del hámster, sino también de que gira porque los hámsters corremos y corremos, ¿sí?, ¿se pilla?

A ver, me explico: Habitamos un mundo en el que los mecanismos de la democracia se han puesto al servicio de los mercados financieros. Más allá de palabrejas híper complejas, sabemos que esto significa que la vida se pone al servicio del proceso de acumulación de capital. La trampa de la deuda convierte en deuda de todxs lo que eran deudas (y pérdidas) justo de quienes dominan ese proceso. Y, claro, al final el follón se termina resolviendo malamente en las casas, con curro gratis, hecho sobre todo por mujeres. ¿Se me sigue?

Pero esto no ocurre solo mediante la imposición violenta de una lógica de acumulación dañina a sujetos rebeldes a quienes hay que disciplinar. No; hay mecanismos de control sutiles y difusos por los que nos vamos constituyendo en sujetos rehenes que nos auto-controlamos, entrando a formar parte de la vorágine. Me explico: que las mujeres no cuidan solo porque se les obligue, sino porque la ética reaccionaria del cuidado hace que se reconozcan a sí mismas en el sacrificio por lxs otrxs, dentro del marco de la familia nuclear, ¿voy bien?

Estos mecanismos pueden incluso conectar con un proceso subjetivo muy de fondo por el que intentamos llenar un vacío que es constitutivo de nuestro ser, que no puede colmarse. Un vacío que permite que el capitalismo heteropatriarcal nos funcione como droga: engancha no por lo que da, sino por lo que promete dar. A ver cómo podría decirlo más claramente.

Bueno, da igual, simplemente: que a lo que nos referimos es a que, si no comprendemos y abordamos este proceso de construcción de subjetividades cómplices, estamos abocadas al victimismo, a caer en actitudes paternalistas, y a perder de vista el proceso de aceptación, lo que podríamos llamar servidumbre voluntaria. En definitiva, lo que estoy tratando de decir es que en el taller planteábamos que no bastan las reivindicaciones hacia fuera y que necesitamos una transformación hacia dentro.

Perdonadme si todo esto está quedando un poco espeso o lioso. El caso, dejadme que insista, es que la cuestión que quisimos trabajar en el taller es cómo, para entender la deuda, hay que tratar una dimensión material y otra subjetiva, y entender los mecanismos de control que las anudan, a modo de pajarita, ¿¿me explico?? Y que esos mecanismos no son solo los más fácilmente reconocidos desde la izquierda, como el discurso individualizado del éxito, sino también otros denunciados por el feminismo como el amor romántico y el binarismo heteronormativo, ¿así se entiende?

¿Me explico o no me explico? ¿Por qué lo hacemos todo el rato? ¿Por qué las mujeres, quienes hemos sido socializadxs como mujeres porque se nos reconoció en ese cuerpo, o llamémoslo X, hacemos esto todo el rato? ¿Por qué hacemos todo el rato esto de pedir perdón?

Fue un taller estupendo. Con cosas mejorables y todo lo que queramos, pero las compas que expusieron estuvieron estupendas, las discusiones en plenario, los rol playing, los debates en grupo, hasta los bizcochos o los espaguetis estuvieron estupendos. Y, sin embargo, nos pedimos perdón mil veces, por no explicarnos, por quemar el bizcocho, por… Como nos decía Haizea cuando, al inicio de este blog, las intrépidas blogueras nos cuestionábamos quiénes éramos para osar escribir: por el derecho a existir. Por el derecho a explicarnos (o no). Y a quemar el bizcocho.
 

 

Aquí la participación de compañeras de feminismos-sol en el Mayo Global, en la actividad organizada por economía-sol “Violencia Económica, alternativas al fascismo financiero”

amaia

 

07 de Jun 2013
vidasprecarias

Hace bien poco tuve que escuchar diversos alegatos en contra de la capacidad de las mujeres a decidir sobre sus propios cuerpos. Fue durante unas jornadas de bioética (bio¿ética?) celebradas entre la universidad Deusto y la UPV/EHU en Bilbao. Estas jornadas destacaban, cómo no, por estar compuestas mayoritariamente (y en las posiciones de mayor poder) por hombres, blancos, heterosexuales, académicos, de clase ¿media?-alta, de edades avanzadas (entre mayores a secas y muy mayores). Hablaban desde los más lujosos salones de conferencias de las dos universidades (más en la privada, claro está, aunque contando con financiación pública, por supuesto). Alguno criticó a Gallardón por estar siendo “demasiado flojo” en su defensa del embrión como “ser humano” y otros explicitaron categóricamente que estaban “en contra del aborto en todos los casos”. No todas las jornadas fueron así y este post no versa sobre las mismas, pero esta gente, con toda la legitimidad que le estaban brindando dichas universidades, desde sus cómodas posiciones, afirmaba así su cultura del odio. Supongo que sólo desde la distancia que da la superioridad moral que creen poseer y la posición socio-económica y geopolítica desde la que hablan se puede sentenciar a muerte a esas otras sobre las que pesan semejantes discursos.

En paralelo, Beatriz, desde San Salvador, ciudad a la que había viajado desde el área rural en la que reside habitualmente, grababa este vídeo pidiendo al presidente Funes alguna intervención para salvar su vida. Diferentes colectivos feministas y defensores de los derechos sexuales y reproductivos han peleado junto a esta mujer de 22 años en El Salvador y, finalmente, tras esperar catorce semanas que han podido derivar en secuelas de por vida para Beatriz (además de poner en riesgo su vida), se le ha practicado una cesárea (tras la que el feto, anencefálico, ha muerto por ser incompatible con la vida, como ya se sabía) y podrá, esperemos, a partir de ahora recibir el tratamiento adecuado para la enfermedad que sufre.

Ha tenido gran repercusión mediática y la historia no es nueva para nadie. Pero no es sólo Beatriz. Las palabras de María Teresa Rivera, trabajadora de una maquila, muestran en este video otras de las consecuencias de la legislación que prohíbe el aborto en todos los casos. Esta mujer nos cuenta desde la cárcel cómo se le acusa de homicidio agravado, penado con cuarenta años, por no darse cuenta de estar embarazada y haber perdido al feto de manera involuntaria. La legislación y los grupos anti-derechos (autodenominados “pro-vida”) están condenando a lxs hijxs reales de ambas mujeres a vivir separados de sus madres. Al hijo de Beatriz (de un año y poco) le han separado de su madre durante el tiempo que ésta ha tenido que estar ingresada esperando, al hijo de María Teresa Rivera (de ocho años) le han obligado a crecer sin su madre. Está claro, por supuesto, que el motor y motivo de los grupos anti-derechos y de los obispos es la protección de la infancia.

No puedo copiar un vídeo con la voz de Manuela, que murió en una cárcel salvadoreña, pero Morena Herrera, activista de la Colectiva Feminista, nos cuenta su historia en este otro video [también aquí] Ella tuvo un aborto natural provocado por un cáncer linfático. En el hospital, al que fue tras sufrir el aborto, no le atendieron en condiciones y no le detectaron a tiempo el cáncer, demasiado preocupados por denunciarla por lo que, creyeron, había sido un “aborto clandestino”. Las vidas, reales, de estas mujeres no son, desde luego, de las que hablan los obispos, los “pro-vida”, los fascistas que tratan de imponer sus credos sobre nuestros cuerpos cuando hablan de “la vida”.

En el estado español, entre otros muchos lugares, el caso de Beatriz se ha recogido con indignación y desde el movimiento feminista se ha tratado de dar apoyo a nuestras compañeras salvadoreñas con concentraciones frente a la embajada (el martes en Madrid, aquí la lectura del comunicado y fotos; y convocado para el miércoles en Barcelona). Estos días está teniendo lugar en Euskadi, en Bilbao, el Tribunal de Derechos de las Mujeres, con la participación de Sara Beatriz García, activista feminista salvadoreña (que habla aquí con eldiaro). Feministas a lo largo y ancho de América Latina se han solidarizado con Beatriz y nos han recordado, una vez más, que esta lucha es de todas, que nosotras parimos, nosotras decidimos y si nos tocan a una, nos tocan a todas. Y, sin embargo, en este sistema, en esta Escandalosa Cosa que diría Haraway, la iglesia católica con el vaticano a la cabeza, los políticos irresponsables, los catedráticos de turno que hablan desde sus cómodos sillones, desde sus placenteras posiciones, tratan de imponer una moral que sólo llega a hacerse carne en las mujeres con menos recursos, las que habitan los márgenes. Estos señores (y mayoritariamente lo son) son quienes tienen el poder de modelar y decidir las leyes, los que pueden hablar y definir “la vida”. Tanto para prohibir el aborto y condenar a las mujeres a la muerte, como en el caso de Manuela, a torturas, como la que ha vivido Beatriz, a la cárcel, como el caso de Teresa Rivera o al sufrimiento, y riesgo de muerte, de abortos inseguros en condiciones precarias o al horror de tener que pasar un embarazo, un parto y una maternidad no deseada, como es el de millones de mujeres a lo largo y ancho del mundo. Pero no es sólo eso, también tienen el poder de influir en las políticas en torno a la adopción, la reproducción asistida, las pruebas durante el embarazo. Hay muchos frentes abiertos que necesitan respuestas feministas, millones de debates en marcha, millones por empezar.

Aunque estos casos tan extremos los veamos ahora en El Salvador, no podemos perder en ningún momento de vista que aquí, en el estado español, hay grupos con fuerza que quieren imponer exactamente lo mismo, tratando de definir qué vidas merecen ser cuidadas y cuáles no, qué cuerpos merecen tener control sobre sí mismos y cuáles pueden ser colonizados. Estoy siendo repetitiva, lo sé, pero de nuevo termino diciendo que ni allá ni acá tienen nada que decir ni estos “expertos”, ni los obispos, ni los chulos de turno, que acá y allá:

Las mujeres deciden
El Estado garantiza
La sociedad respeta
Las iglesias no intervienen

sara
 

 

Beatriz, la negación del derecho a la salud from Mariana Moisa on Vimeo.

Las consecuencias de la penalización absoluta del aborto en El Salvador from Mariana Moisa on Vimeo.

16 de Mayo 2013
vidasprecarias

Esta reflexión parte del malestar que surge cuando hay un desajuste entre vida y política. En concreto, del malestar que encontramos en colectivos/ grupos/ asambleas y en las personas que participan o querrían participar en ellos. Por ejemplo cuando aparece la insatisfacción porque la política que haces no responde ni piensa en necesidades reales. O cuando por tu situación particular no puedes ni siquiera participar en dichos grupos. Tanto cuando haces política de forma evidente (participando directamente en la vida pública) como cuando la haces de forma no reconocida (por ejemplo cuidando). Cuando los lazos y vínculos que creamos no son tan fuertes como para sostenernos, por mucho que hayamos hablado de cuidados, de la vida que merece la pena ser vivida, de comunidad, de afectos o de lo común.

“Lo personal es político”. Las feministas de los 70 comenzaron a utilizar esta consigna para defender los grupos de autoconciencia de mujeres, que por parte de la izquierda tradicional eran tachados de terapia. Esta era la forma de negar su dimensión política y de desvalorizar su trabajo. La deslegitimación de la política de las mujeres es una constante, tan antigua como la deslegitimación de lo femenino. Haciendo memoria no me cuesta acordarme de cuántas veces a la karakola (casa okupada de mujeres eskalera karakola, centro social feminista de Madrid al que estuve vinculada muchos años), nos llamaban “grupo de amigas”, como forma de vaciar de sentido lo que hacíamos. La deslegitimación que te obliga insidiosamente, o bien a blindarte de razones y de deseos para seguir trabajando sin esperar reconocimiento del afuera, o bien a la eterna justificación.

Recuerdo también aquellos subidones de autolegitimación; “es que hasta fregar en la karakola es político”, decía una compañera. “Que lo personal es político no quiere decir que todo se vuelva personal, sino que todo se vuelve político”, decía otra compañera. Y así, nos pasa como con el término “cuidados”, que de tanto abrirlo se nos vacía.

Lo que me interesa es pensar “lo personal es político” de tal forma que nos ayude a ensayar prácticas políticas que se ajusten más a la vida y que por lo tanto nos ayuden a tener una vida menos precaria (vida propia y vida colectiva).

El primer límite que encuentro es que últimamente los neutros (lo personal) me chirrían. Me pasa con “lo común”, que habría de ser lo más concreto, una práctica, un verbo y se enuncia de la forma más abstracta posible en nuestra lengua. Y esto a mi no me ayuda a imaginar fórmulas y prácticas para una vida más compartida. Me agarro a la propuesta de Marina Garcés (Garcés, 2013) que nos invita a pensar un mundo común, o más bien, una vida juntas. Que nos propone pensar la comunidad evitando caer en dos trampas: una, la nostalgia de lo que fue, o más bien de lo que pudo haber sido y no fue. Dos, convertir la comunidad en una utopía que perseguir. Ambas estrategias generan impotencia y no ayudan a poner los pies en el suelo. Garcés nos propone pensar el mundo común como las coordenadas en las que estamos ya inscritas, unas coordenadas concretas, con sus grandezas y sus miserias, pero que son las cartas que tenemos en las manos. Y a partir de ahí prestar atención a lo que nos separa.

Quizás también necesitemos aterrizar “lo personal” para ver cómo estamos inscritas en esa vida en común, qué le pedimos y a qué nos comprometemos. Ver qué pasa con esa vida propia que ineludiblemente ya está con otras. Y ese aterrizaje no está exento de dificultades, en primer lugar esquivar la tendencia confesional, lo testimonial y el diván, que tanta grima nos dan (habría que pensar por qué, pero eso lo dejamos para otro momento). Y después ¿qué hago cuando la vida me desborda y la política no me sirve? ¿Me enfado con la política porque no habla de mis problemas y mis problemas no se consideran políticos? ¿Me enfado con mi red, con quien vivo, porque los lazos son débiles, porque no me siento cubierta? ¿Me enfado conmigo porque mis elecciones no han sido las correctas? ¿Me junto con personas que están en la misma situación para tratar de facilitarnos la vida?

A veces me he visto exigiéndole de más a la política, como si fuera el muro de las lamentaciones. Y exigiendo de más a las personas con las que he compartido vida (vida política, personal y todo junto). La vida y la política, la vida con la política, pero también una sensación de que la vida excede a la política. Como si hubiera encrucijadas personales en las que la política tiene poco que decir. Hay una parte de la vida que es soledad y que no la podemos esquivar. Hay soledades y dolores que son politizables y otros que no, sin más, que corresponden al lado difícil y áspero de la vida que somos tan torpes en sobrellevar porque siempre ha estado debajo de la alfombra. Pedirle a la política que se haga cargo de eso es echar balones fuera. Es darse de bruces contra la pared una y otra vez y es dejar un poso de insatisfacción constante en nuestro quehacer juntas que despotencia y acaba despolitizando. También hay alegrías que exceden a la política, pero esas no suelen revertir negativamente en la vida común.

Y ahora sí, desde aquí vamos a ver en qué relaciones estamos ya inmersas, qué tipo de vínculos componemos y qué compromisos asumimos (sobre la noción de compromiso últimamente he escuchado dos reflexiones que me han interesado, una de Carolina del Olmo, la otra de Marina Garcés, ambas en las residencias copylove del festival Zemos98 en Sevilla). También vamos ver cómo seguimos oponiéndonos al desmantelamiento de los servicios públicos, a que el mundo funcione al revés, a un sistema que es antinosotras.

Quizás os preguntéis por la pertinencia de esta reflexión, con la que está cayendo, ahora que los efectos de las políticas de austeridad determinan más y más el día a día y las situaciones de exclusión se multiplican. Ahora que lo queremos todo, que desde el 15M una política distinta ha tomado las vidas de muchas (Dormíamos, despertamos). Y también, porque la consigna sigue estando vigente (de hecho estos días me ha llegado una relectura muy lúcida de la misma). En cualquier caso, para mí, la pertinencia de esta reflexión radica en que es necesario reconocer lo límites para precisamente afinar en lo que hacemos. La tarea es doble, por un lado está el hacer una política que interpele nuestras vidas, que atienda a lo que me sucede sin dejar de ser un lugar desde el que pensar y donde estar con otras. La política no puede ser ni una inercia ni una salida al horror vacui, ha de ser algo que tomemos como propio porque nos estamos jugando demasiado. Por otro lado, es fundamental no sublimar lo colectivo porque compartir y ponerse en juego no es fácil. Porque comprometerse en concreto y no en abstracto, con las personas más que con ideas, es a menudo muy cansado. Porque estamos hablando de dificultades reales, de los límites con los que nos topamos, de las formas que inventamos para saltarlos, rodearlos o para asumirlos. Porque estoy hablando de la escala de la realidad donde las cosas son, no de la escala del cómo deberían ser. Porque para mí la política precisamente se ha de ocupar de lo que hay. O más bien de lo que puede dentro de lo que hay, que con eso bastante tiene.

Laura Cortés Ruiz (en colaboración para el blog)
 

Esta imagen es de Precarias a la deriva

 

03 de Mayo 2013
vidasprecarias

La antropóloga Emily Martin explica en su artículo “El óvulo y el espermatozoide: de cómo la ciencia ha construido un romance perfecto basado en estereotipos de género” cómo, en los discursos científicos sobre óvulos, espermatozoides y fecundación, se presentan estos gametos[1] desde el antropomorfismo, esto es, con cualidades humanas, y desde una visión binarista, desigual y estereotipada de cómo las personas somos entendidas en términos a partir de coordenadas de masculinidad y feminidad. Así, los espermatozoides se presentan masculinizados, como sujetos con capacidad de acción, fuertes, valientes, con objetivos (fundamentalmente: penetrar al óvulo), y los óvulos se presentan como receptores pasivos, dotados de significado sólo a través de su contacto con “el” espermatozoide. Lisa Jean Moore, años más tarde, escribió un libro sobre “el fluido más preciado de los hombres” en el que analizaba discursos en torno a los espermatozoides en diferentes ámbitos. Ella destacó cómo en en ellos se reproduce también un modelo de masculinidad hegemónica en el que la relación entre éstos y los óvulos se presenta o bien en términos de “batalla de los sexos” o en términos de “complementariedad” con un fuerte componente de historieta de combates o cuento de hadas fuertemente heteronormativo, en los que la relación entre los supuestos polos “femenino” y “masculino” es claramente desigual.

Algunas películas se han hecho eco del asunto, seguro que más de unx recuerda esta (entre el 2.40 y el 4,35). Pero es fácil verlo también en documentales y series de “divulgación científica” para todos los públicos. Estos discursos naturalizan la masculinidad hegemónica y sitúan a los óvulos, y lo que entienden y definen como el cuerpo de las mujeres, en el lugar pasivo que les reserva el imaginario heteropatriarcal.

Los estudios de estas autoras nos recuerdan que la ciencia -como todos los demás discursos- es situada, que las definiciones científicas de lo que somos están conformadas en el contexto de una cultura, de una forma de entender el mundo muy particular. Las hegemonías blancas, occidentales, heteronormativas y androcéntricas nos explican así cómo se da el proceso de reproducción desde una visión simplificadora en la que el punto clave se sitúa en el encuentro entre óvulo y espermatozoide. Estas explicaciones parece que necesitasen buscar protagonistas de la historia, un chico y una chica para formar lo que Emily Martin llama “romance perfecto”. Dar esta centralidad a la fecundación frente a todo el resto de procesos que tienen lugar en el aparato reproductor femenino crea una falsa imagen en la que pareciese que lo único necesario y esencial para que nazca un bebé es que un espermatozoide espabilado consiga ganar a todo su grupete en una especie de “gran carrera” y penetrar (¿¿¿en qué momento asumimos que el encuentro entre células es “penetración”???) al óvulo.

Esta visión simplista y absurda invisibiliza todo el trabajo que el aparato reproductor femenino y todo el cuerpo de la persona dentro de la que se da la fecundación llevan a cabo en este momento y en las semanas subsiguientes. Ella es la que activa una serie de mecanismos que consiguen que se genere un embrión que, en algunos casos, puede derivar en un feto que, en ocasiones, deriva en una nueva persona. No siempre es así, muchas veces el proceso se para, o bien porque el cuerpo no reconoce el conjunto de células como un embrión y no genera los procesos necesarios para el desarrollo del mismo o para su posterior derivación en feto, o bien porque la persona que lo está desarrollando decide no continuar el proceso porque no quiere, no puede o no desea en ese momento generar una nueva vida con todo lo que ello implica. Esto se realiza, si se puede hacer de una forma segura, a través de la paralización del proceso por vía médica. Vaya, igual que se paralizan por vía médica otros procesos que suceden en nuestro cuerpo de forma no deseada (desde la extensión de un virus común a la multiplicación de células cancerosas).

El hecho de que los cuentos que nos cuentan sobre la reproducción se centre en la agencia de los hombres (“Papá pone una semillita en mamá”) y niegue totalmente la agencia de las mujeres no es algo inocente ni ingenuo. Esto no es lo mismo que decir que todas las personas que repiten la historia tengan en la cabeza una estrategia maléfica de sometimiento de las mujeres, evidentemente. Pero el imaginario existente en torno a la reproducción separa al embrión y al feto del resto del cuerpo de quien lo está generando, y separado del cual no existe. Este imaginario forma parte de una estrategia más de sometimiento y negación de la agencia de las mujeres y demás sujetos no hegemónicos, una estrategia más de control de los cuerpos que no se atienen a las normas del ideal religioso y conservador que nos prefiere muertas antes que libres.

La lucha por el derecho al aborto va más allá de que una mujer en un momento dado pueda abortar (aunque eso ya es suficientemente importante), implica reconocer que podemos tomar decisiones sobre nuestras vidas que se salgan del ideal heteronormativo de la familia nuclear. Que podamos decidir sobre nuestra p/maternidad, nuestra sexualidad, nuestro placer. Implica negarse a que los derechos se adquieran sólo por vía económica (porque evidentemente, siempre ha habido clases y quienes puedan permitírselo volverán a volar a Londres). Implica cuestionar un discurso que dice saber más sobre nosotras que nosotras mismas. Luchar por construir imaginarios distintos, vidas con sentido, vivibles, decididas; no se termina en el derecho al aborto, faltaría más, pero permitir que nos lo roben supone precarizar muchísimo más las vidas de gente ya suficientemente precaria. Considero que cualquier discurso político o ético que se pueda considerar mínimamente emancipador tiene que asumir que, tanto en relación al aborto como en general en la relación con nuestros cuerpos, las “mujeres” deciden, la sociedad respeta, el estado garantiza y las iglesias no intervienen.

sara

--> Desde El Salvador se están pidiendo firmas de apoyo para exigir una revisión de la Ley contra el aborto a raíz del caso de Beatriz

 

 

[1] Interesante definición de gametos (espermatozoides y óvulos) aquí

15 de Mar 2013
vidasprecarias

Feministas de Barcelona y Madrid en la noche previa a celebrar el 8 de Marzo o después de la manifestación de este mismo día, coincidieron en tomar el espacio público y romper el silencio para decir alto y claro que la noche y la calle también nos pertenece.

El deseo de reclamar movernos libres de miedos y agresiones sexistas por las calles cuando el sol está o no presente no ha sido fruto de la casualidad, sino más bien una necesidad recurrente para las feministas a lo largo de la historia. Sin ir muy lejos y haciendo un poco de memoria, fue una de las acciones del eje de género, feminismos y antipatriarcado de la semana de lucha social “Rompamos el silencio” de hace menos de cinco años.

La exigencia de estas acciones se comprende dado que a ninguna nos resulta ajena la sensación de vulnerabilidad en la vuelta a casa o cuando caminamos por nuestros barrios bien sea solas o acompañadas de otras mujeres. Pareciera que la ausencia de un cuerpo leído como hombre eliminara la licencia para poder andar tranquilas sin tener que vernos obligas a escuchar la miope pregunta ¿qué hacéis tan solitas?

Las calles oscuras, los pasos y murmullos de un grupo de hombres a nuestras espaldas, las siluetas desconocidas en la distancia en medio de la noche, los ofrecimientos no deseados de compañía o copa, seguramente nos han acelerado el ritmo cardíaco en más de una ocasión y puesto en alerta, si no nos han provocado algún susto innecesario o directamente una agresión.

Si todo esto sucede, si somos muchas las que hemos sentido miedo al transitar por las calles en la oscuridad, si esta sensación es vivida por muchos cuerpos leídos como mujeres por el simple hecho de serlo en muchas partes del mundo, si este sentimiento ha estado presente a lo largo de la historia, y nosotras no somos responsables, se nos vienen a la cabeza preguntas que suelen aparecer en los colectivos feministas: ¿por qué se nos recluye a las mujeres por nuestra seguridad, para que no corramos el riesgo de ser agredidas-violadas al espacio de lo privado, al calor del hogar (a pesar de ser este el lugar donde se comenten la mayoría de las agresiones)?, ¿por qué no se les prohibe a ellos también transitar por las calles a partir de cierta hora, ya que todavía no han aprendido a controlar sus "pulsiones" de modo que son potenciales agresores?, ¿por qué permitir esa masculinidad tan selectivamente indomable? Y si es así perse, ¿por qué no nos enseñan a las mujeres a defendernos de las posibles violencias?

Tal y como se se planteaba Virgine Despendes, en Teoría King Kong, a las niñas se las domestica para no hacer daño, aprendemos a no defendernos, o incluso a nunca estar satisfechas en la resolución de situaciones violentas, eso que Seligman (1975) especifica como “indefensión aprendida”. Sin embargo, la violencia es una característica que parece inherente en los niños, se les educa, incita, reconoce y aplaude desde muy pequeños una determinada relación con ésta. Tanto es así, que M en Conflicto en un artículo para Pikara citaba: uno de los criterios médicos para considerar que la identidad de género de una persona no se corresponde con su sexo diagnosticado, en el caso de las niñas transexuales, es la “aversión hacia los juegos violentos”.

Ante este binomio víctima-agresor, donde el patriarcado intenta minar nuestra agencia y enseña a los cuerpos leídos como mujeres a bloquear toda posibilidad de respuesta ante la agresión ¿cómo subvertir esas ordenes y poner en marcha estrategias individuales y colectivas para manejarnos en la noche y en la calle?, ¿cómo conquistar y resignificar la noche y la calle, como se dice en los manifiestos de estas acciones?

Tan alto se grita que la noche y la calle son nuestras como que ninguna agresión debe quedar sin respuesta. De hecho, echando la vista atrás, comprobamos que muchas han sido las respuestas que se han ido creando. Desde los grupos de autodefensa, que nos posibilitan reflexionar sobre las violencias, desactivar la indefensión aprendida, construir nuestra propia agencia y trazar estrategias individuales y colectivas para crear espacios de seguridad, a la elaboración de mapas “de la ciudad prohibida” que permiten identificar los puntos que generan inseguridad y realizar propuestas; propuestas que no tratan de colocar cámaras ni aumentar la presencia policial, si no más bien de garantizar alumbrado público, entre otras.

El origen de estos mapas está muy asociado a celebración de reclamas en los 80 cuando en más de 30 ciudades de Canadá y Estados Unidos varios colectivos de mujeres salieron a las calles bajo el lema “De noche, mujeres en la calle sin miedo”. Denunciaban las violencias a las que se veían expuestas y afirmaban así su deseo a vivir libremente, sin miedo y sin necesidad de protección. De ahí se fueron creando posteriormente los mapas de las ciudades prohibidas. Desde ahí, hasta ahora.

Hace 30 años tomaron las calles y hace menos de una de una semana volvimos a salir juntas, mujeres, bolleras y trans bajo un esquema de horizontalidad, en Madrid y Barcelona, con el deseo de que no nos acompañase ningún cuerpo leído como hombre, para que fuesen nuestras voces las que gritaran en medio de la noche: no tenemos miedo, no necesitamos (vuestra) protección. Teniendo que enfrentar la reacción de la policía, que quiere seguir relegándonos a la debilidad pero se enerva ante cualquier movimiento que no controla, y aunque la tensión estuvo presente, se consiguió teñir, sin pedir permiso, el espacio publico de feminismos. Empoderadas, juntas, fuimos dejando nuestras bragas y calzoncillos transfeministas manchados de regla para que nadie ignorase nuestro paso. Por unas horas nos hicimos visibles, aunque luego los medios no lo hayan visibilizado. Al saborearnos sin miedo, al performar esta geografía urbana nocturna por unas horas nos planteamos ¿Qué pasaría si, al igual que hacemos cuando salimos en bicicrítica, configurásemos a menudo esta geografía urbana propia, estas calles y ciudades que también son nuestras? ¿si la conciencia y la casualidad se aliaran para encontrarnos una vez al mes, en un barrio cualquiera de esta ciudad, y caminar de nuevo todas juntas?

Para finalizar, dejamos el fabuloso vídeo del pasado reclama en Madrid que ha conseguido evitar/paliar la invisibilización generalizada de la acción, por no hablar de la mani del 8 de marzo, que ni muchos medios afines la cubrieron:

 

Os ponemos también el de Barcelona:

 

El de la acción durante la semana de lucha "Rompamos el silencio" en 2007:

 

Haizea, Martu y Sara LF

07 de Mar 2013
vidasprecarias

Este es el lema de la mani del 8 de marzo en Madrid (aquí, el manifiesto). Van unos breves y ojalá no muy enrevesados apuntes y dudas surgidos al hilo de tan potente reclamo.

Habitamos una Escandalosa Cosa; como dice Donna Haraway, de qué otro modo podríamos llamar a este heteropatriarcado capitalista blanco, a este capitalismo patriarcal heterosexista racialmente estructurado que se globaliza.

Esta Escandalosa Cosa está asentada sobre un conflicto irresoluble entre el proceso de acumulación de capital y la sostenibilidad de la vida. El capitalismo se define por priorizar y garantizar la acumulación a costa de someter la vida a amenaza constante. Los últimos tiempos de recuperación de las ganancias a costa de atacar las condiciones de vida han hecho aún más evidente esta tensión que no es nueva (para rescatar bancos se desahucian personas). ¿Cómo comprender el conflicto sin pensar que la vida está en algún lugar puro e inmaculado, siendo poco a poco destruida por el avance del capital, sino entendiendo que la vida se re-construye y destruye dentro de la Cosa? ¿El proceso de acumulación permea nuestra propia noción de la vida y de las estructuras que la organizan?

El estado del bienestar es el intento en esta Escandalosa Cosa de acallar esa tensión irresoluble. Por eso no puede ser nuestro horizonte de lucha. Y, a la par, es una forma de poner coto al funcionamiento descarnado del proceso de acumulación y de construir una responsabilidad colectiva en garantizar ciertas dimensiones vitales. Por eso la defensa de lo público es irrenunciable hoy. ¿Cómo manejarnos en esta paradoja? ¿Cómo pelear por formas colectivas de sostener la vida no encorsetadas a las fórmulas ya conocidas y que vayan comiendo el terreno a la acumulación?

En esta Escandalosa Cosa la responsabilidad de sostener la vida se garantiza con un triple mecanismo. Se privatiza: No es asunto del común, sino de las redes de intimidad y cercanía. ¿Cómo reconocer esa realidad de cooperación y nombrar al mismo tiempo la violencia y el control que se produce en esas redes? ¿Cómo ver que esto incluye, pero desborda, la familia? Se feminiza: se asocia a la ética reaccionaria del cuidado y a la feminidad. ¿Cómo entender que esto va más allá de poner el trabajo no remunerado en manos de las mujeres? ¿Cómo nombrar los nexos con un sistema de heterosexualidad obligatoria donde el ser mujer se entiende como ser al servicio de lo masculinizado?, ¿y cómo rastrear que esto atraviesa construcciones subjetivas y socioeconómicas mucho más allá del quién se acuesta con quién? Y se invisibiliza: el conflicto se sumerge en las esferas de las que no hablamos y la responsabilidad de sostener la vida amenazada se pone en manos de los sujetos que no se constituyen en sujetos políticos. El conflicto no estalla porque se acalla. ¿Cómo hacer lucha desde estos terrenos sistemática y sistémicamente considerados no-políticos?, ¿cómo poner la retaguardia en vanguardia, o, más aún, salir de la trampa que deja vacío el espacio entre ambas?

En esta Escandalosa Cosa las vidas están jerarquizadas, y la vulnerabilidad (que nos equipara a todxs) está desigualmente distribuida. Cuanto más nos acercamos al sujeto privilegiado, al BBVA (blanco, burgués, varón, adulto y añadamos puntos suspensivos...), mayor es nuestra capacidad de convertir nuestras vidas en las dignas de ser rescatadas, de convertir nuestra buena vida en asunto de todxs. Y cuanto más nos alejamos, mayor es la amenaza y la precariedad de nuestras condiciones vitales. ¿Cómo reconocer que tenemos un problema común pero que no ocupamos posiciones homogéneas de privilegio u opresión?

En esta Escandalosa Cosa el expolio de la vida humana se vincula al expolio de la vida no humana. Ambos son posibles por la negación de la materialidad y los límites de la vida, la negación de los cuerpos y su vulnerabilidad, y del planeta que los contiene. Esto nos ha llevado al abismo en términos ecológicos y a la imposición de un sueño loco de autosuficiencia imposible y dañino ¿Cómo meter la materialidad de la vida (los cuerpos sexuados que son parte misma de la naturaleza) en la lucha anticapitalista? ¿Cómo combinar la crítica a los memoranda de la UE con la reivindicación del aborto libre y gratuito y la lucha contra el fracking yendo más allá del sumatorio de causas?

La ecodependencia y la interdependencia son condiciones básicas de la existencia. La forma de negarlas y de lograr no verlas es resolverlas en términos de desigualdad y explotación: expoliar los recursos materiales y energéticos que corresponden a generaciones futuras, o a pueblos de otras zonas del mundo; negar y explotar los trabajos y recursos recibidos por los supuestos sujetos autosuficientes. ¿Cómo construir una noción distinta de la vida que merece la pena ser vivida que acepte los límites y que no los afronte con desánimo y resignación, sino con la alegría de poder imaginar formas de co-habitar el mundo libres a la par que comprometidas, más justas e, incluso, más divertidas?

Estas, y otras miles, son preguntas que pueden surgir al hilo de ese reclamo que nos lleva juntas a la calle mañana, 8 de marzo, en una manifestación protagonizada por las mujeres (por la diversidad de sujetos subordinados por el orden heteropatriarcal), que este año empieza donde siempre ¡y acaba tomando la Cibeles!

amaia

28 de Feb 2013
vidasprecarias

Hay quien dice que el 15m nunca habría podido ser en invierno, igual que el cacerolazo argentino de 2001 fue en verano. Y, sin embargo, treinta grados arriba o abajo, la gente reincide: seguimos copando el espacio público con cuerpos y palabras que huyen de la resignación y este 23F las mareas ciudadanas volvieron a salir a las calles pese al frío. La cita tenía vocación de unidad, no se trataba de apoyar a un color concreto o mostrar indignación frente a otra política específica de ajuste. La intención era confluir, todas las mareas, con todos sus colores y contra todos los recortes; confluir para exigir una verdadera democracia frente al congreso (otra vez vallado, inaccesible, ¿protegido de sus legítimxs ocupantes?). Se multiplicaban colores y sus significados: azul-agua, blanco-sanidad, violeta-igualdad, verde-educación, rojo-desempleadxs, rojo-desahucios, amarillo-justicia, amarillo-bibliotecas, naranja-servicios sociales, negro-funcionariado, negro-minería, arco iris-gastos militares, arco iris-televisión pública...

Nosotras, tres novatas blogueras, partimos en Madrid con la marea violeta. Al pasar Colón nos dejamos diluir entre conversaciones sobre cómo vamos salvando los días, batucadas, lemas y pancartas, hasta llegar a Neptuno. Allí nos lanzamos grabadora en mano a charlar con gentes diversas de diferentes edades, que portaban mensajes, vestían batas blancas, bufandas verdes, camisetas de mareas o simplemente estaban allí. Partíamos del deseo de conocer la opinión de otras personas y amablemente nos permitieron lograrlo. Parece que la gente tiene ganas de entrar al diálogo.

Lanzamos tres preguntas que no pretendían respuestas cerradas. Tres preguntas que, creemos, plantean debates que vienen de antes del 23F y siguen tras ese día de confluencia:

¿Qué mueve tu/vuestra/nuestra marea?,¿Por qué estás en la calle, por qué estamos aquí juntxs? ¿Qué queremos decir, exigir, cambiar?

¿Hasta dónde quieres que llegue la marea? ¿Cuál es el final? ¿Con qué nos vamos a conformar? ¿Nos vamos a conformar?

¿Hay olas que se están quedando fuera? ¿Son inclusivas las mareas? ¿Estamos todxs? ¿Planteamos una lucha común-común, o común hasta cierto punto?

Este post consiste en algunas de las cosas que nos contaron -todo lo entrecomillado son palabras textuales- y las preguntas que nos hemos hecho al hilo.

Qué proponen las mareas

Sanidad, educación, justicia, televisión pública, igualdad. Derechos constitucionales. Democracia real. Aborto libre y gratuito.

En el dialogo vimos que lo público mueve la marea. “Lo que van a hacer es cargarse lo público”. Indigna que los derechos conquistados se hayan convertido en privilegios. Se recuerda a lxs abuelxs, para hacer memoria del esfuerzo que supuso conquistarlos (“esto ha costado mucho sudor y muchas vidas”). Se apela a lxs hijxs y lxs jóvenes para mostrar el compromiso con un futuro donde lo público siga existiendo como derecho.

Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de lo público? ¿Nos aferramos a las fórmulas ya conocidas y probadas del estado del bienestar? ¿O es una forma posible de nombrar lo común, que podría materializarse de otras maneras?

En la defensa de lo público se expresa un camino ya recorrido: de la lucha por las condiciones laborales propias (contra los despidos) se pasa a luchar por el sentido social del trabajo que se hace (si no hay profesorado, no hay derecho a la educación; si no hay gente en los juzgados, no hay acceso a la justicia) y, de ahí, a luchar “por todo lo demás”, “ya no es sólo tu parcela particular, es toda la injusticia”. Luchamos por otrxs y por nosotrxs, vivimos en colectivo: “vamos uno detrás de otro, vamos todos unidos de las manos”.

¿Y quién organiza y gestiona la vida en común? Entran aquí exigencias de democracia real y una idea muy fuerte compartida: no podemos dejarlo en manos de aquellxs que “se están riendo en nuestras caras”. “Que dimitan si no saben gobernar”. ¿Gobernar es organizar lo público al servicio de todxs? ¿Deben gobernarnos o la democracia implica que existan formas de participación directa?

Qué critican las mareas

Recortes, corrupción, abuso de poder, un sistema que no va bien. Desahucios, gastos militares, reformas laborales, despidos. La obstaculización en el acceso al empobrecido estado de bienestar.

Ponen el grito en un cielo cada vez más oscuro.

Hay mucho, mucho enfado con “la sinvergonzonería de los que gobiernan” y se exige su dimisión. ¿Por qué? Porque es un “gobierno corrupto”. ¿En qué sentido corrupto? ¿En el sentido de que se pone al servicio de los mercados para garantizar su beneficio? ¿En el sentido de que las personas, con nombre y apellidos, que ocupan cargos públicos se llenan los bolsillos? ¿En el sentido de que llenarse los bolsillos y beneficiar a los mercados no son dos cosas distintas? Entonces… ¿el problema es de la clase política española? ¿O el problema es “todo lo que ellos llaman sistema”? ¿Un sistema que va más allá del estado español?

Lo que se busca

La marea hay que llevarla… “hasta el final”. Pero, ¿cuál es el final? Se palpa y se expresa un anhelo de cambio. Estamos caminando, transitando… ¿hacia dónde?

No son pocas las respuestas que hablan de no perder lo que teníamos y dan por bueno el estado de bienestar que había previo a la oleada de recortes. Pero también se afirma que “el sistema hay que cambiarlo entero”. Quizá, sobre todo, lo que esta indefinición nos dice es que la pregunta de '¿hasta dónde?' no tiene por qué estar respondida de antemano, sino que se irá respondiendo en el propio proceso de la marea.

Entonces quizá sea relevante preguntarnos quiénes estamos y quiénes no estamos en las mareas. “Es absurdo ir divididos; el problema de todos es el mismo” Pero ¿quién es ese todos? “Falta mucha gente”. ¿Son las mareas una expresión de la pesadilla de la clase media? ¿Creíamos que teníamos todo controlado y queremos volver a tenerlo? No queremos vivir en carne propia esos problemas que eran de lxs pobres, lxs migrantes, lxs otrxs. La pesadilla de la clase media se conjura diciendo: virgencita virgencita, que me quede como estoy… o como estaba.

La marea habla de unidad. Es una lucha desde la ciudadanía y por la ciudadanía, pero ¿hay discurso conjunto en torno a la exclusividad de esa propia ciudadanía, que cierra sus fronteras en banda especialmente en momentos como este? Una ciudadanía que siempre fue de segunda para las mujeres; y que no fue para tantxs migrantes. Una ciudadanía que a unas se nos vendió en formato de inserción a un mercado laboral discriminatorio; y a otrxs, en formato de hipotecas abusivas. Y hoy hay desahucios y vueltas a casa a hacer curro gratis. Denunciamos ambas cosas, pero ¿están en las mareas lxs migrantes y las cuidadoras full time?

¿Lo que “ya teníamos” se ve como insuficiente pero se asume con resignación? Vemos que la exclusión ahora llega a quienes nos creíamos a salvo, ¿aprovechamos para transformar un sistema generador de exclusiones o queremos “que todo vuelva a su sitio”?

La plaza

La rabia esta presente en la marea y junto a ella las propuestas. Nombrar los deseos requiere de cierto ejercicio, y aquí se reconoce que plazas y mareas han contribuido en el aumento de la agilidad del músculo colectivo que elabora propuestas y las pone en practica. Nos movemos juntos, juntas. Andamos kilómetros, estamos en tránsito. El pasado sábado se demostró que somos muchas las personas en busca de un cambio, con fuerzas para buscar alternativas y con ganas de construir consensos: ¿dónde hablar, dónde juntarnos y discutir cómo continuar? Si las mareas inundan todo, ¿dónde reposan, juntas?, ¿dónde establecen el diálogo para el cambio? ¿Acaso necesitamos una plaza? ¿Un espacio? Algunas de las personas con las que hablamos exigen acciones a los políticos, pero se respiraba agencia, ganas de meter las manos en la masa y de aprender, en compañía, a tomar las riendas. Muchas ganas de hablar, de ser escuchadx y de construir. Decían el sábado que aquí “huele a cambio”.

Poco después: más detenciones y cargas que tratan de acallar y evitar la construcción de esa plaza.

Y hoy, 28 de Febrero ¿cómo seguir moviéndonos con/en las mareas?

haizea, sara y amaia

 

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Vidas precarias

Hoy, en medio de una de las tantas tormentas de la lluvia ácida del capital, mezclamos voces, deseos y miradas feministas para interrogar la realidad desde otros lugares que no sean el sujeto obrero-blanco-heterosexual-urbano que hace tiempo dejó de representarnos. Aquí nos encontramos amaia orozco, Haizea M. Alvarez, Martu Langstrumpf, Sara LF y Silvia L. Gil, partiendo de nuestros cotidianos para conversar entre nosotras y con otras en las fugas y resistencias que visibilizan conflictos y generan otras formas de vida.