Precariedad es el mundo real y no nuestras burbujas feministas (aunque nos quede mucho por mejorarlas).
Precariedad es insultarse cada día como lo hacen mis compañeros de clase. Precariedad es demostrar tu poder cada mañana. Precariedad es que te salga la homofobia y el machismo por los ojos con tan solo 18 años. Precariedad es sentir que el peor desprecio que te pueden hacer es meterte algo por el culo, y que desear ese “desprecio” a otros sea tu forma de relacionarte con el mundo. Precariedad es escuchar como llaman a alguien maricón-marica-comepollas-chupapollas-niña-nenita; las respectivas risas de los demás; y la propia respuesta de ese alguien, más homófoba aún. Precariedad es ver como simulan ofrecer su propio semen a los demás como forma de demostrar que graciosos y machos son. ¡Que venga Margaret Mead y lo vea, por favor!
Precariedad es tener que pasar 6 horas de tu día en medio de esta guerra. En la que posicionarte te mataría por omisión y desprecio tras tu espalda. Precariedad es que esto pase en un centro público y no en uno del opus.
Y ¡oye! Ahora que están de moda las huelgas (bien pacíficas) en educación ¿por qué no hacemos una huelga contra la homofobia y el machismo en las aulas? Ah, ¡no! Que los que convocan las huelgas también son homófobos y machistas... (aunque ellos te digan “sin ser yo nada de eso”).
Yo ahora entiendo a los niños yankis ¡joder! Yo mañana mismo hacía una matanza en mi instituto...
Bueno, siempre nos quedará pasar las tardes al sol con nuestras amantes, disfrutar del amor de bueno y alegrarse del feminismo que tenemos a nuestras espaldas que nos mima y nos protege.
:)
Para ilustrar lo contado os dejo un chiste al estilo de mi instituto:
El País, 3 de mayo de 2010.
Y un alivio:
Barrio de Lavapiés, noviembre de 2013, Madrid.
Martu.