La reproducción ha sido y es un tema central para el feminismo. Ya sea como contraposición (parte invisibilizada) de la producción, como puerta a la maternidad, como destino obligatorio, como algo a criticar o a desear... pero está ahí, siendo pensado desde feminismos diversos, anhelado y criticado, estudiado, practicado... Desde tiempos históricos la capacidad reproductiva de (algunas) mujeres se ha utilizado para naturalizar diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres. La reproducción, como hecho biológico, se utiliza para naturalizar el modelo de familia nuclear y para definir a las mujeres como intrínsecamente madres y cuidadoras, para definir ese mismo ser mujer.
De alguna manera, algo de todo esto se modifica, muta, se re-inventa cuando nace Louise Brown en 1978, la primera persona nacida por técnicas de in vitro; se habló entonces del primer “bebé probeta” y el tiempo que resta hasta hoy día ha ido sumando perfeccionamientos de técnicas, invenciones de técnicas nuevas, cambios brutales en nuestras ideas sobre qué es la reproducción y cómo acceder a ella, así como las prácticas en torno a la misma. Se dio entonces el pistoletazo de salida al desarrollo de la reproducción asistida en formas nunca antes pensadas y su rápida expansión y la normalización de su uso han abierto espacio a muchas esperanzas, muchos sueños y muchos planes para familias diversas: parejas hetero con problemas de fertilidad (tanto de unos como de otras, de ambos,...), mujeres solteras, parejas de lesbianas,... Y, a su vez, han abierto nuevas formas de mercantilización, cosificación y medicalización de los procesos reproductivos y el material biológico implicado en los mismos (embriones, espermatozoides, óvulos, úteros, etc.) que abren intensos debates en torno a múltiples cuestiones, desde en qué sentido estas técnicas y su aplicación refuerzan la idea de maternidad obligatoria o hasta qué punto es legítimo permitir que empresas privadas generen beneficio a través de algo como la reproducción.
En nuestro país, lo que llamamos reproducción asistida es escasamente cubierto por la sanidad pública... Por un lado, porque existen fuertes restricciones para el acceso (en términos de edad, de infertilidad probada, etc.) pero, en términos generales, porque hay muy pocos recursos dedicados a ello (en relación a la cantidad de gente que acude a la sanidad pública buscando ayuda para quedarse embarazada) y, por otro, porque en caso de que alguien sea “elegible” para optar a atención pública, las listas de espera son tales (en un caso en el que la edad importa mucho, y más que te lo hacen sentir) que la mayoría termina resignándose a irse por la privada. De hecho, las clínicas privadas ofrecen servicios de financiación para sufragar el proceso,... y, si no te lo puedes pagar, que es algo muy común porque es carísimo, ya te puedes buscar la vida por tu cuenta, pero no de cualquier forma, porque si lo que te falta es esperma, lo vas a tener complicado, ya que la donación tiene que ser anónima y, si no lo es, en cualquier momento el tipo del que provenga el esperma puede auto proclamarse padre de la criatura y tú, la madre, las madres, o el padre que le haya criado, te puedes quedar sin derechos sobre la criatura, quedándose esta desprotegida. Y todo esto, estando ya más que probado que defender en el juzgado un tipo de familia no heteronormativa es prácticamente un suicidio, así que sí: zancadillas por todos los lados.
Las declaraciones de Ana Mato de las últimas semanas, resultan totalmente absurdas en términos de ahorro económico (supuesta motivación) y no tienen sentido en relación a la definición de salud por la que se mueve (supuestamente) la sanidad pública. Económicamente absurdas porque probablemente su gabinete se haya gastado más dinero en darle mil vueltas a una legislación que, de hecho, ya restringía bastante el acceso a la reproducción asistida, que el dinero que se haya podido dedicar en estos años a atender a solteras y parejas de lesbianas desde lo público de cara a la reproducción asistida. Absurdas en relación a la idea de salud que utiliza, porque según Mato “la financiación pública debe ser para la curación” pero no tengo del todo claro que, por ejemplo, las mujeres que de hecho estén embarazadas consideren que la atención a su embarazo (y el apoyo durante el parto) les está “curando” nada. Ni que el seguimiento médico del desarrollo en la infancia, la labor de los pediatras, suponga generalmente “curar” algo. Quizás la ministra de sanidad no sabe que la sanidad pública española recoge muchas cosas que no son ni enfermedades ni precisan cura, sino que son cuidados, atención, seguimiento,... vaya, lo que supone la atención a la salud, que no siempre va vinculado a la enfermedad. Quizás es que Ana Mato no sabe que la definición de “salud” de la OMS (Organización Mundial de la Salud) la entiende como «un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.»
No tenemos forma de saber qué pasa por la cabeza de la ministra, ni por la del conjunto del gobierno del PP, pero es claro que sus declaraciones no son inocentes: en ningún caso lo son. Se ha dicho hasta la saciedad que no son recortes [ni estos, ni ningunos], es ideología. Y sí, lo es, ideología rancia, facha, conservadora. Primero, porque el sujeto de derecho pasa a ser la familia como dios manda, porque se habla de pareja necesariamente (uno de los dos miembros de la pareja debe tener un problema médico) y de pareja heterosexual de forma implícita (porque sólo se atenderá cuando haya un problema médico y se ha llegado a hablar de haber tenido necesariamente relaciones coitales). Debates simplones, muy cutres, porque lo que está en juego no es si incluir o no la reproducción asistida, una u otra prestación, qué implican, qué no, si es posible frenar la obtención de beneficio de las clínicas privadas a costa de las desesidades(1) ajenas,... No, no estamos ante ninguno de esos debates, si no ante la disyuntiva de ver cómo ir excluyendo a todas esas otras: bolleras, solteras,... Exclusiones que se pueden ver cómo más o menos sutiles, más o menos directas, pero que están poco a poco afianzando y normalizando la introducción de niveles dentro de un sistema sanitario cada vez más dividido, cada vez más compartimentado, en el que la única figura cuya atención sanitaria no es cuestionada en ningún caso es la de ese santo varón al que se refiere Mato, desbordando inteligencia, cuando habla de que “la falta de varón no es un problema médico”.
Ilustración del Escrache Feminista del 22 de julio, por Enrique Flores en sus cuadernos de Sol
Fotos del escrache, aquí.
Sara LF
(1) La idea de desesidad la tomo de Amaia Orozco, que a su vez cuenta cómo "Desde Centroamérica, en el contexto de la Educación Popular y la Investigación Acción Participativa, las mujeres lanzan la propuesta de un nuevo vocablo para resignificar la idea de “necesidades” sin escindirla de los “deseos”: las “desesidades”" en "De vidas vivibles y producción imposible" disponible aquí en pdf