El Museo del Prado es sin duda uno de los referentes fundamentales de la pintura que va de los siglos XVI al XIX, los siglos en los que Europa se impuso al resto del mundo configurando la hegemonía de un bloque civilizatorio que se denominó Occidente. Si alguien quiere comprender la estética de la modernidad, las plasticidad de las ideas ilustradas, si alguien quiere entender la transición de un imperio en decadencia como el español a otro más moderno e ilustrado como el francés, debe, obligatoriamente, pasar por las salas de este museo. En él se expone nuestra linealidad histórica imaginada: el renacimiento, la modernidad, la ilustración, los nacionalismos. Desgraciadamente omite sus ausencias y sus sombras. Los Museos, hemos de admitirlo, no son inocentes y contribuyen a perpetuar el imaginario dominante, las ideologías del privilegio y sus beneficiarios.
El Museo del Prado transita por la historia española y europea obviando el hecho que la configuró, el proceso que permitió la acumulación necesaria para sufragar entre otros el Museo mismo, las obras que lo pueblan, hablamos desde luego del colonialismo.
A pesar de la notoria y evidente implicación de España en la conquista de América, en su gestión y dominación. A pesar de los siglos de historia compartida, de los genocidios, del mestizaje. A pesar de que España fue coresponsable del traslado forzado de millones de seres desde África a América. A pesar de que hasta hace 40 años España mantenía enclaves coloniales en el África sahariana y subsahariana. A pesar de que la americana suponga una parte determinante de nuestra historia, y de que millones de españoles sigan viviendo en ella. A pesar de que todos estos hechos fueron representados por artistas de todas las épocas, y de que algunas de estas obras se encuentran en manos de los fondos de este u otros museos. A pesar de todo ello, toda esta parte de nuestra historia, de nuestra memoria, que es en realidad nuestro presente, aparece mutilada, negada en su dimensión representacional.
El negro, el indio, el mestizo, no aparecen en las colecciones permanentes, o cuando anecdóticamente lo hacen, son obviados en las descripciones de los cuadros, o hacen referencia a exotismos que desfiguran su posición real en la sociedad española del momento. La presencia de población negra en la península está documentada ya desde el siglo XIII, en el siglo XV alcanzaba algo más del 10% en ciudades como Valencia y Sevilla. Por no mencionar las poblaciones de Cartagena en la actual Colombia y la Habana, en Cuba.
Las exposiciones temporales hasta ahora secundadas por el Museo del Prado, como “La pintura de los Reinos Identidades Compartidas” optó por continuar con una visión histórica elusiva con los conflictos y sombras de nuestra historia. Una visión que esquivó la cuestión de las castas, la esclavitud, la dominación y el racismo. Con ello negaba también una historia de convivencia interracial, primando la tradicional imagen de intercambio elitista, en detrimento de la mas masiva y corriente relación entre los pueblos.
Es necesaria una exposición que rescate y ponga de relieve la diversidad de lo que hoy se conoce como población española desde antes incluso de que pudiese hablar de España como estado constituido. Un acercamiento estético histórico a la construcción de los imaginarios transculturales, de “identidades compartidas” pero también de racismo y jerarquización. Una exposición semejante nos permitiría comprender el proceso de construcción de las subjetividades subalternizables y las contradicciones que ello supuso en un imperio transcultural como el español.
Nuda Vida carece de los contactos, de las redes necesarias para poder proponer al Museo del Prado o a una de las otras grandes instituciones de arte una exposición de este tipo, pero consideramos que ahora, en un momento donde el racismo se extiende sin medida, es absolutamente necesaria.
Por eso nos atrevemos a lanzar una propuesta abierta, esperando que alguien, individual o colectivamente la apropie, y contribuya a derribar las puertas del museo.
Proponemos una exposición secuencial donde se pueda ver como al compás de las transformaciones económicas vinculadas con el comercio atlántico de azúcar, se fue construyendo una figura, la del negro esclavo, despersonalizada, animalizable, objetivizable que coexistía con otra visión de la negritud presente también en el imaginario español, y que lo situaba como un súbdito mas, como ciudadano, como artesano, como feligrés.
Con ello, podríamos tal vez recuperar la memoria diversa que nos es común. Esquivando las visiones imaginadas de poblaciones y comunidades homogéneas. De esta manera se pondría también de relieve una crítica del actual modelo de construcción imaginada del pasado estético que se erige en delimitador, de lo que define “lo europeo” o lo “español” asociándolo a nociones contemporáneas de blanquitud.
Una exposición semejante mostraría como lo negro, lo indígena, lo mestizo, a pesar de ser negado u ocultado forma parte de nuestra historia, de nuestro presente. Como la diversidad compone nuestro ser colectivo, nuestra estética, nuestra plástica, nuestra ética.