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Destituir Occidente, Construir Comunismo

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11 de Ene 2016
Nuda Vida

Las Furias de José de Ribera son una serie de cuadros del barroco pleno español que muestran por su tamaño, por su violencia y por su expresividad las terribles consecuencias de cuestionar el poder del soberano, de Dios, del Estado. En ellas aparecen Tántalo, Tício, Ixión con rostros congestionados en medio de gritos inaudibles. Rebeldes contra los dioses que recibieron por su insurgencia, surgida del deseo, castigos horribles. Estas penalidades son ejecutadas por seres anónimos, alejados del centro del poder del que son mero instrumento. El soberano que orquesta la condena permanece oculto, pero su presencia es perceptible tras los brillos, tras la luz que alumbra las escenas. Es el sentido omnipresente de la pintura, es su dirección
 

Lo que torna en inquietante la experiencia de contemplar las pinturas no es lo desmedido del castigo, ni el dolor impotente del castigado, si su profunda e inconmensurable soledad. El individuo, otrora poderoso e indomable es prisionero de una irresistible fuerza que lo que lo somete. No hay resquicio para la huida solo desesperación. La simpleza de la exposición figurativa queda colmatada con una masiva presencia de dolor físico y mental, de pura e innoble derrota.
 

 

Las pinturas de Ribera continúan con una Mediterránea tradición de advertencia frente a las posibles rebeldías contra el poder. Desde los relatos llegados de ese oriente que fue la Creta del protohelenismo, hasta las recientes aportaciones de Ticiano. El mundo de lo expresivo, de lo artístico, de lo simbólico se había esforzado por mostrar las consecuencias de lidiar contra los dioses, de oponerse a sus designios, por muy despóticos, egoístas o arbitrarios que parecieran. La moraleja del poder era evidente, es precisamente en este exceso, en esta liberalidad despótica en que reside en supremo acto de la potencia divina. La razón de estado que expresarán Ticiano y Ribera anhela esa misma capacidad de exceso, de acumulación de poder, de disposición sobre los sujetos. Los soberanos tienen buenas razones para pretenderlo. El largo siglo XVII es el siglo de barroco, de las revueltas, el Iron Century. El siglo sin fin que depone reyes y emperadores, iglesias y sabidurías. Es desde luego el siglo del Estado, de la soberanía y del gobierno. El siglo XVII es el siglo en el que el Atlántico grita su existencia, enuncia su importancia, expone su potencia.

Si bien el barroco tiene un desarrollo fácilmente enraizable en los siglos humanistas, XV y XVI, su verdadera genealogía se remonta hasta el contractualismo material medieval. El contractualismo material fue ese proceso de despojo de las comunidades en detrimento de los aparatos de estado que dejó como resultas un individuo roto y desnudo, carente de comunidad y de familia, de derecho propio y economía colectiva. Individuo al que el estado con el monarca a su cabeza adoptó como súbdito. El barroco es el periodo en el que se constituyó como ciencia el gobierno de los individuos, de los súbditos en todo el espacio colonial atlántico.

Ese mismo individuo, residuo, homúnculo sujeto de gobierno es el que aparece en la sombras de Ribera. Ese ser despojado es a lo que se conocerá como persona, un artefacto del soberano plenamente construido para su funcionalidad mecánica y orgánica dentro del diseño social. Este nuevo concepto subjetivo no tiene parangón en la historia, es una auténtica ruptura entre el contenido y la acción, entre el sentido y la comunidad ¿Qué es la persona si no el espacio yermo que queda entre el ser y la praxis? ¿Quién es la persona si no ese Homo Sacer descrito por Agamben, ese ser sagrado y a la vez sacrificable, desnudo en su exposición al derecho precisamente por ser una producción del mismo?

El momento sacrificial en el que se conformó el Atlántico Ibérico, ese gesto abrahamánico que desangró a los judíos y a los moriscos para bendecir al Isaac cristiano, reveló como si fuera una imagen mística la forma de la nueva comunidad colonial. El contorno de la misma no se sustanciaría en el viejo mundo si no en el nuevo, bajo la forma redimida de los indígenas, los indios que tras penar por su propio apocalipsis encontrarían en la gracia del señor Jesucristo el reino de su salvación. La gubernamentalidad, como tecnología de gobierno y de gestión de la diversidad constituyó a los pueblos indios como inferiores pero a la vez como iguales y necesarios en el cuerpo político común de la cristiandad. El revelador gesto quedaba dispuesto: Es propiedad del estado, de sus aparatos el definir los métodos y procesos que permiten identificar la pertenencia o la exclusión a la comunidad. La iglesia queda como dueña del aspecto litúrgico que permite devolver el individuo al todo, rescatarle de la ruptura de su mundo, ya sea de las comunidades moriscas devastadas, o de las nahuatls aniquiladas. La ceremonia evangélica de conversión se torna en un pacto del individuo con Dios que de manera natural y pacífica se recorre por medio del estado, del reino, del imperio y de sus leyes. La iglesia es en la cultura ibérica la argamasa que dibuja la nueva relación de poder entre el individuo y el núcleo hegemónico todopoderoso: el estado.

Pero no podemos decir que esta nueva relocalización del individuo roto sea patrimonio del imperialismo ibérico. Como bien describe Marx en su capítulo de “El Capital” referido a la acumulación originaria, las estructuras de poder británicas; escocesa, inglesa, galesa, se erigen sobre la ruina de los comunes, sobre el despojo de sus tierras, sus economías y dignidades. Entre los escombros de las comunidades aniquiladas crece el sujeto excrecencia de la historia gloriosa de la burguesía: el individuo. A el se le concede la libertad, el derecho, de ser propietario nominal y momentáneo de lo que va a tener que vender si no quiere verse preso o muerto de hambre: su fuerza de trabajo. En este caso el capitalismo es el pegamento que constituye los vínculos entre el individuo y la sociedad.

En ambos procesos emerge una oscura figura, constituida a partir de normas, de leyes, de reglamentos, de pactos y de contratos. Una entidad artificial capaz de contener a la nueva tipología de individuos que conforman en el cuerpo social, los que serán objetos de gobierno, sujetos de gubernamentalidad o instrumentos de esta. Un objeto vivo definido desde los espacios convergentes entre las Teologías, el Derecho, la Filosofía, la Economía y la Antropología. Este autómata construido por el poder es “La persona”. Una entidad individual y colectiva, sin un sentido concreto prefigurado que en encuentra su rasgo definitorio en el haber sido enteramente configurado científicamente desde las modernas doctrinas de policía.

La persona se convierte en centro de las principales reflexiones europeas que impliquen nociones de gobierno. Es el objeto y el sujeto de su ciencia política, su campo de experimentación. El ciudadano, el propietario, el esclavo, la mujer, el niño, el viejo, el preso, el proletario, todas las categorías que derivan lo humano son productos de este proceso maquínico capaz de agenciar las subjetividades pasadas, las presentes y las periféricas para construir los sujetos segmentarizables del mañana.

La persona, como concepto siempre tan complejo, ofrece en su etimología (griega) su definición mas evidente: mascara. Se trataba del objeto fundamental para la representación teatral, para que un ser concreto pudiera mostrarse ante las otras personas como otro. Máscara se torna entonces en la metáfora material rol, es la persona por lo tanto la rostridad representacional de algo irreducible a un significado. Una estética, un conjunto de atribuciones artificiales surgidas para proyectar una imagen ante el resto.

La persona no es el individuo, jurídicamente hablando la persona es aquel ente que ocupa un espacio en el teatro de lo real. Es un rol, un conjunto de funciones delimitadas bajo una forma. La metáfora de la tantas veces recordada de que en la etimología del concepto de persona viene la clave de su misma comprensión. Es un órgano del cuerpo colectivo. Tan persona es la esclava violada como la corporación que organiza la colonización de Virginia.

La persona es un estado definido por sus capacidades legales y jurídicas, por sus aptitudes a la hora de obrar. La persona es o no es titular de derechos dependiendo no de un carácter moral inalienable, si no que depende en exclusiva de su cualidad, algo que le viene dado por convenio humano. Es un artificio que se mantiene a día de hoy, donde en los territorios de cualquier país unas personas y no otras son acreedoras de derechos políticos, sociales y económicos (aunque algunas personas colectivas se instituyan como elegidas).

Estas personas, en sus versiones mas abstractas, “propietario”, “ciudadano”, serán las protagonistas de las revoluciones liberales del ámbito atlántico. Los revolucionarios predicaron con ahínco la fe en la conversión de las viejas tipologías a las nuevas. Una nueva categorización, una nueva tipología, una nueva persona implicaba una nueva relación del poder del sujeto con la autoridad. En este caso el esquema para las élites no podía ser mas tentador: la debilidad del nuevo sujeto, la fortaleza de que la autoridad gozaba en el nuevo esquema extendió rápidamente esta conformación social por todas las regiones sometidas al ámbito hegemónico europeo. El planteamiento esquemático de la relación entre individuo con autoridad soberana será compartido por la mayoría de las formas de gobierno derivadas de la ilustración: desde los nacionalistas, a los democráticos, de los totalitarios a los jacobinos, todos comparten un mismo esquema de comprensión, donde la persona, termina por ser un objeto al servicio del estado.

26 de Nov 2015
Nuda Vida

Por Ignacio Castro Rey

"Incluso comprender ya es un heroísmo (...) Cada vez me parece que todo es una cuestión de paciencia, de amor que crea paciencia, de paciencia que crea amor". Clarice Lispector

I
No hay lágrimas suficientes para estar a la altura del dolor de cada una de las 129 víctimas parisinas, de su angustia y zozobra, de su desorientación. Es el espanto de una humanidad que de pronto, buscando recuperarse del agotamiento laboral, se ve atrapada en un infierno de estallidos, plomo y fuego, teniendo que oler su propia sangre por todas partes, mezclada con el suelo que pisa.

II
El mal existe, ha existido siempre, un mal que incluso no tiene nombre. Si el hombre no es el mal, al menos éste siempre ha estado en la historia. No volvamos entonces a repasar la lista de afrentas, de un lado o de otro. No hace falta, y sería un poco obsceno, buscarlo sólo en los otros. Los atentados de París, mientras tanto, han impactado en un público apacible y multiétnico -curiosamente, también es multiétnico el grupo de atacantes-, pero masivo en sus costumbres. Una población pacífica, pero un poco ensimismada y bastante previsible. Un blanco fácil, pues. Y la masificación es así: es sencillo infiltrarse en ella, actuar en medio, simular su simulación. Nos juntamos en masa para no pensar por cuenta propia, de ahí las olas de pánico.

III
No hay que descartar que a nuestros líderes les importe tanto la sangre de los muertos y heridos, en pleno altar de la Libertad, como los otros símbolos lesionados: el corazón de Europa y de la democracia, el santuario de la civilización, el universo del orden y la seguridad... Y es esta cuasi religión -compuesta de aislamiento individualista e información masiva- la que crea el peligro, la que atrae los estallidos y la metralla. Aproximadamente igual que una torre atrae el rayo a la más mínima señal de tormenta eléctrica.

IV
Por su propia inercia la masificación teme a cualquier peligro externo. Y en ella, todo lo oscuro o silencioso es externo. Tememos entonces a cualquier lobo solitario como un globo hinchado teme a una aguja. La avidez de la prensa estos días, pendiente del "hombre más buscado del planeta", tenía algo de atávico y también de dramáticamente significativo. Buscando localizar el mal fuera, la información es el opio del pueblo. No obstante, todas las medidas preventivas serán insuficientes para contrarrestar un temor que viene de abajo, de la indefensión que produce la inercia, el automatismo que llamamos Seguridad o simplemente Economía.

V
Parece también sintomático que el Estado Islámico haya atacado a un público alternativo, a ese tipo de europeo multiétnico y libertario que está a favor del diálogo y de tender puentes. No hay que descartar esta hipótesis: golpear el ala izquierda de París, como si nuestro orden democrático fuera uno solo para ellos. Y enconar así el choque de civilizaciones.

VI
La gran ventaja de Daesh -Isis o EI: no sabemos ya cómo nombrarlo, y esto tal vez indica una naturaleza móvil, mutante, proteica- es estar dispuestos a dar la vida por algo en medio de una religión de la Seguridad donde nadie daría su vida por nada. Hasta el terrorismo, a su pesar, demuestra que no existe tecnología numérica comparable a la voluntad o a la resolución; al coraje de mantener una decisión, una sola idea que le de forma a la vida. En nuestra existencia capitalista, encauzada por la metafísica del cálculo y la seguridad, ¿recordamos todavía algo de ese suelo elemental? Ellos sí, y ésta es su primera gran baza.

VII
Es desde esta opulenta neutralidad y distancia -la democracia formal como masivo aislamiento personal conectado después por fuera- que hemos bombardeado a los musulmanes sin piedad. Civil y militarmente, conceptual y materialmente. Da un poco de vergüenza, es odioso y cansino volver a repetirlo, pero la historia misma se repite. Repasemos sólo esta lista de nombres: Afganistán, Mazar-i-Sharif, Irak, Faluya, Abu Ghaib, Guantánamo, Somalia, Sudán, Chad, Mali, Libia, Siria... Y Gaza y Cisjordania todos los días. Millones de muertos, de heridos y humillados, de aldeas y familias destrozadas. Sin mucho detalle, busquemos en las hemerotecas o Internet el significado de estos nombres; muy distintos, pero significando una similar torpeza. Peor aún, señalando un mismo desprecio, una idéntica estrategia de desconocimiento del mundo islámico.

VIII
El pánico es la mejor arma del terrorismo. Incluso sin suspensión de encuentros deportivos, sin estados de excepción, sin endurecimiento de leyes ni persecución de los inmigrantes. Pero el pánico es también nuestra vida cotidiana, un mecanismo sin el cual no podríamos vivir. Es anterior al primer atentado, del cual apenas tenemos memoria. El miedo está instalado, inyectado, y duerme con nosotros. Tememos de hecho a todo lo durmiente porque sabemos que hemos abandonado el atraso de la tierra, las relaciones afectivas en lo comunitario, lo arcaico de los sentidos y la intuición. ¿No será que todas las culturas comunitarias son temibles, para nosotros, por esa fidelidad al afecto y los sentidos?

IX
El terrorismo nos expropia la paz cotidiana, es cierto. Pero éste es también el método de toda nuestra cultura occidental: una especie de estado de excepción permanente. No hay más que ver cómo se regodea la información durante estos días, con todo tipo de detalles escabrosos, para comprobarlo. Una sociedad que apenas tiene nada afirmativo que ofrecer, dijo hace ya treinta años un francés célebre, sólo puede vivir de sus enemigos. Es como si, internamente, necesitásemos el terrorismo, en sus distintas variantes.

X
El dispositivo cultural podría ser éste: Es posible que no nos vaya muy bien, pero el exterior es aún peor, prácticamente un infierno. Otra muestra de esta posible implicación interna con el terror es el hecho de que, como en el caso de Bin Laden y otros, los autores de la matanza sean casi un producto nuestro. En este noviembre trágico, jóvenes franceses y belgas de origen; antiguos chulitos de barrios, casi de discoteca; incluso pequeños delincuentes de las drogas.

XI
La macroeconomía, ideología salvadora -y sin ideas- que se incrusta en cuerpos, mentes y costumbres, supone un odio sonriente y democrático hacia la tierra. Nos hemos alejado de ella y de todos su pueblos atrasados, también de sus dioses. A los que, con frecuencia, hemos ofendido y castigado sin piedad. Porque además, muy particularmente, a la opulenta democracia capitalista Alah siempre le ha parecido un Dios de los pobres.

XII
Nueva York, Madrid, Londres, París. No es tan extraño que los errores externos reviertan algún día hacia dentro. No se trata de justificar nada -como asesinos en masa, ellos sólo entienden el poder de las armas- pero sí de entender. ¿De dónde viene todo esto? No es de Marte: el mal está cerca, incluso dentro. En el fondo, el terror es para nosotros lo real, el atraso de la vida terrenal. Y el problema es que nosotros, que huimos de ella, no tenemos mucho que ofrecer. Sólo un espectáculo efímero de gestión, extremadamente vulnerable.

XIII
No es disculpa para nada, pues los terroristas no merecen más que la represión armada. Pero habría que explicar algunas cosas: esta oleada que no cesa, esta organización fluida y mutante, la migración a la Yihad de miles de jóvenes europeos, convertidos a una rabia suicida. Como decía un ministro español: "Contra ETA todo era relativamente fácil. ¿Qué hacemos sin embargo frente miles de personas que están dispuestas a morir? Y un palestino, recuerden, decía hace años: No pueden matarnos, ya estamos muertos.

XIV
Nosotros también hemos hecho el mal, masivamente. Por razones estratégicas de una inteligencia dudosa, hemos destrozando naciones que, sin ser perfectas -Irak, Libia, Siria-, se mantenían en una relativa paz. ¿La paz de los cementerios? ¿En naciones artificiales creadas ayer? No, no exactamente. Y además, aunque fuera así, eran naciones que mantenían una cierta convivencia. Sin embargo, aprovechando incluso la primavera árabe, las destrozamos; elegimos el caos, el enfrentamiento tribal que las empuja a "la edad de piedra". Cuando, hay que recordarlo, nadie entre nosotros prefiere el caos a una dictadura: ni siquiera ocurría esto bajo el régimen de Franco.

XV
Es necesario, si no creemos estar en un enfrentamiento de civilizaciones, sino en una "guerra" de distintas civilizaciones contra el terror, revisar nuestra estrategia geopolítica. Debemos cambiar urgentemente nuestra lógica de alianzas. Para empezar con Rusia, a la que hemos dejado sola en la lucha contra esa fuerza armada con el resentimiento y el odio. Es necesaria otra política militar que haga entrar a Irán y a los países musulmanes en la alianza. Hoy y mañana, el entendimiento político y militar de Francia con Rusia es clave, ponga la cara que pongan Obama y Netanyahu.

XVI
Lo otro, nuestra relación con la religión, parece que por ahora no podremos revisarlo. La reforma cultural habrá que dejarla para más adelante. Pero algún día tendremos que encararla. Y entonces, algún día, habrá que entrar en la religión y tomarla en serio. Y no sólo como respetable creencia que conmueve nuestra tolerancia -siempre un poco paternalista-, sino como una tecnología punta del conocimiento en todos los pueblos que no quieren despegarse de la tierra.

XVII
El cristianismo ha sido, desde hace mucho tiempo, más comprensivo con el Islam que la furiosa religión del capital, este integrismo laico de la libertad individual -su furioso aislamiento- sedada con el derecho a la conexión. Es urgente pensar el pensamiento que porta lo religioso. Y en particular, por lo que nos atañe, las tres religiones del Libro; también para estudiar lo que tiene en común, que puede ser mucho. Pero tres no comercian si uno no quiere.

Ignacio Castro Rey. Madrid, 22 de noviembre de 2015

Nuda Vida

Nuda Vida es el lugar donde un grupo variopinto de gente que vive en lugares tan distintos como México, Castilla o Canadá, convergen para reflexionar en torno a la potencia colectiva, la comunidad que viene, la autonomía y la construcción del comunismo.