Palomitas en los ojos

Humor
Los caídos del 78

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19 de Oct 2015
Rastas en el Congreso

Iba a ser alcadesa, pero lo dejó todo y se fue a Telefónica

Palomitas en los ojos
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El programa televisivo de transformaciones extremas de Cesar Alierta, Cámbiame Tele­fónica de Luxe, empieza como todos los días: se abre la puerta del escenario y suena una música triste. Hoy aparece un hombre con unas gruesas gafas, una actitud encorvada y tetas masculinas: “Hola, soy Felipe González, he sido presidente del Gobierno, soy uno de los grandes estadistas europeos vivos, he sido amigo de Mitterrand y actualmente soy un freedom fighter. Hoy el cambio que os vengo a pedir, no es para mí… snif… ay, perdón, que me emociono, sino para una de mis pupilas, Trini Jiménez, que tras muchos años en política ha decidido pasarse al sector privado, a Telefónica, conmigo, y me gustaría que la ayudarais”.

 


Mientras el estadista decía eso, una mujer rubia, de unos 50 años, visiblemente emocionada y sorprendida se subía al escenario: “Bueeeeeno, no me esperaba, para nada, esto… perdonad que estoy muy nerviosa. Bueno, me llamo Trini Jimenez y, como el compañero ha dicho, he sido de la comisión ejecutiva del PSOE, responsable de relaciones con América y, bueno, candidata para la alcaldía de Madrid contra mi primo Gallardón. He sido ministra de Sanidad y responsable de que vuestro pelo no huela a tabaco los sábados por la noche. También he sido ministra de Asuntos Exteriores. La peña no me ha apoyado mucho en las elecciones y siempre se han metido con mi ropa: que si iba muy choni, que si la chupa de cuero era muy sexy, que si me disfrazaba cuando iba a países exóticos… y por eso, me gustaría que me hicierais un cambio porque quiero abandonar la política y dar un salto al sector privado porque estoy buscando curro y creo que vestir como una política, pues, no me parece serio. Además que si me voy a Telefónica me cruzaré con Zaplana o con Narcís Serra”.

Mientras decía esto, los estilistas del programa apretaban el voto rojo, dando a entender que no accedían a cambiarla y el público irrumpía en un quejumbroso “¡¡oooooooooooh!!”. De los tres estilistas, Cristina es la que toma la palabra:

“Mira, Trini, ¿te puedo llamar Trini? Tú eres como yo una mujer madura, por eso te voy a hablar claro. Este tipo de programas se basan en dos cosas: en sacar tu feminidad normativa y en convertirte en una ciudadana neoliberal que demuestre que todos los problemas son personales, nunca colectivos, y que pueden ser resueltos a través del consumo. De lo primero, no te voy a decir nada porque estás guapísima, ¿qué digo guapísima? Un pibón. De lo segundo, Trini, hija, ¿qué te voy a contar del neoliberalismo? Además que tienes un look perfecto, muy flexible, con esta misma ropa que llevas, con la que has venido al programa hoy, con esos vaqueros y ese suéter, tú, hoy mismo, podrías estar en un Consejo de Ministros, por si Pedro gana las elecciones, o en una reunión de empresa del Ibex 35 para presionar económicamente a Iberoamérica. Es un outfit que realza tu aspecto progre pero que también podría encajar en una multinacional. No eres como Zaplana, que pasó por aquí y tuvimos que quitarle ese rollo Crematorio que tenía y darle un look más tecnócrata, pero Trini, tú vas ideal. Además, aquí hacemos un Servicio Público como la Sanidad, por eso te pedimos ¡¡¡que vuelvas por la puerta giratoria por dónde has venido!!!”.

Trinidad manda besos desde la pasarela, y el público ríe y aplaude tan fuerte que sus manos empiezan a enrojecerse y sus mandíbulas a desencajarse.

01 de Jul 2015
Rastas en el Congreso

¿A qué huelen las alcaldesas salientes? Analizamos el olor de la exalcaldesa de Valencia

Por Palomitas en los ojos


Las imágenes de los nuevos ediles montados en bicicleta o en metro parecen transmitir la idea de que la nueva política la va a hacer gente normal, gente real. Ese razonamiento también puede ser inverso y en el caso de Rita Barberá se cumple hasta tal punto que podemos afirmar que Rita Barberá, fuera de la ficción del poder local, simplemente ha dejado de existir. Rita Barberá, si no es alcaldesa, no existe.

Rita Alcaldesa es un personaje mucho más complejo de lo que los memes del ‘caloret’ nos han hecho creer. Rita, como buena villana, nació de la fusión de dos elementos mezclados al azar: el feroz neoliberalismo del ladrillazo y los elementos más rancios y regionalistas de una cultura por lo general abierta y relajada como la valenciana. Barberá, política millonaria adorada en los mercados de barrio, campechana como una latifundista que te quiere robar los terrenos, acabó convertida en matrona de esa forma nociva de hacer política que confundía las escasas políticas sociales con redes clientelares: “La señora que me viene a ayudar con la casa me la ha puesto la Rita”.

Esa cotidianidad del poder con la que el PP se convirtió en metástasis en Valencia venía acompañada de otros títulos más espectaculares, como faraona del urbanismo hipertrófico, creadora –esto no es broma– de la Concejalía de Grandes Eventos o facilitadora de negocios inmobiliarios nacidos al calor de las fallas. Sin olvidar, su papel de hada buena cuando nombraba a las falleras infantiles y de reina del humor, que cuando se veía a sí misma representada en los muñecos de la exposición fallera reía, no porque viera en ellos la exageración artística sino la fidelidad del espejo. Barberá estaba desapareciendo en la caricatura de sal gorda pero benévola que la valencianía hacia de ella y su momento más apoteósico fue cuando taló unos árboles para que un mastodóntico barco se paseara por el centro para celebrar que íbamos a ser sede de la Copa América.

A partir de ese momento entramos en la fase más esquizoide de su ficción de poder. Rita se convierte en la Reina de Corazones de una Valencia al otro lado del espejo: una ciudad desierta pero llena de urinarios portátiles y de pantallas gigantes sobre-pagadas a la Gürtel donde el Papa de visita rezaba por los muertos recientes en el metro. Rita agitaba su vara de mando y gritaba que quería destruir el Cabañal y toda su horrenda corte de señores con bigotitos fachas y de señoras de cardados rubios reían con ella. También reían cuando hacía burlas a las recurrentes manifestaciones a los pies de balcón del ayuntamiento. “¡¡Rita, hambre!! ¡¡Rita, los dependientes!!!”, mientras Rita en hoteles de lujo soñaba con siete años de unas vacas flacas y piojosas que se paseaban por la plaza del ayuntamiento y cuando se levantaba decía: “Hoy he soñado con comunistas”. Rita, sin embargo, se intentaba quitar el mal sabor de boca porque tenía una cita con Urdangarin que le venía a proponer hacer un puerto deportivo en el parque natural de L’Albufera.

Rita, que pensaba crear una ciudad para millonarios (donde los pobres nos sintiéramos un poco millonarios detrás de las vallas), no tuvo en cuenta el descontento popular. Todo se ejemplificó en la dignidad de esa pescatera a la que le olían las manos a boquerones pero que le negó la mano a Rita porque a saber a qué le olían a ella. Ese valioso gesto no nos puede tampoco hacer olvidar que Rita ha representado durante unos largos 24 años la fantasía más anal del poder para miles de valencianos/as. Nuestras manos llevan demasiado tiempo oliendo a mierda y sólo espero que algún día ese olor desaparezca tal y como lo ha hecho Rita.

Rastas en el Congreso

Blog en clave de humor, sátira y parodia sobre los caídos del Régimen del 78, con especial atención a políticos, banqueros y grandes personalidades de la escopeta nacional.