Texto de David Salcines
Las Huelgas generales actúan en cierta medida como una prueba de estrés para el movimiento. Volcamos en ellas todas nuestras energías, nos obligan a un análisis honesto y certero, a una apreciación milimétrica del pulso de legitimidades, a lo que habría que sumar esa sensación de soledad que nos acompaña al día siguiente, en el que la rutina se impone como potencia conservadora y los espacios públicos se tornan de nuevo aparentemente mudos con el bullicio de lo cotidiano. Sin embargo, los actuales tiempos de desposesión acelerada no dan margen para demasiadas incertidumbres post-huelga. A la irrupción de las múltiples mareas se han sumado sectores tradicionalmente posicionados con el orden, como jueces y abogados, todo un síntoma de la quiebra del pacto social surgido del 78. Por otro lado, la legitimidad social en la lucha contra los desahucios se ha hecho ampliamente popular, mientras la aspiración de radicalización democrática continúa con las acciones de la plataforma Rodea el Congreso. Con la aplicación de las políticas de austeridad, la crisis del Régimen se acentúa. La última encuesta del CIS revela que un 52% de los españoles no aprueba la actual Constitución, por entenderla como papel mojado en cuanto a garantía de los derechos conquistados.
Pero lo hasta ahora expuesto solo es lectura de lo acontecido y, en cierto sentido, relato molecular. La agenda de la desposesión se adecua perfectamente a los parámetros y ritmos diseñados por la Troika. Lo cierto es que no somos mayoría en la calle e incluso las acciones han perdido su dimensión multitudinaria. La consigna de la Asamblea Constituyente es demasiado ambiciosa y no conecta con una multitud carente de práctica política. En el marco institucional, seguimos huérfanos de un proyecto político desobediente que sea capaz de disputar hegemonía a nivel estatal. Esta dualidad de percepciones nos sitúa ante un interrogante. ¿El movimiento ha transmutado al calor de los acontecimientos o bien ha pasado a la heroicidad de la defensa numantina?
La multiplicidad es el rasgo predominante en este momento. Esto puede ser tomado como virtud. Raimundo Viejo señala que esa multiplicidad de acciones agregadas muestra “una multitud invisible que va desplegando su actividad incesante hasta los últimos recovecos de la sociedad, generando desobediencia, disrupción, antagonismo donde las grandes organizaciones no llegan”. Con ello no solo señala que el movimiento no está en decadencia sino que representa un nuevo modo de actuar.
Defensa de lo conquistado
Basta con mirar la marea blanca de Madrid para darse cuenta de la ausencia de la clásica iconografía sindical. La asamblea como articulación del movimiento o las acciones diseñadas desde los propios centros de trabajo rompen con el viejo modelo oficial de arriba hacia abajo.
Pero las mareas también representan dificultad. En primer lugar supone cierta parcialización, en un sentido sectorial, pero también territorial. Por otro lado su carácter es específicamente defensivo y su desarrollo no está claro, toda vez que han sido aprobadas la ley educativa y la sanitaria en Madrid. Pero el principal problema es la naturaleza de estos movimientos. Las mareas del cantábrico son rebeldes, rabiosas, intensas, pero tan rápido como ocupan el espacio de la arena se retiran lejos cuando la bajamar alcanza su plenitud. La naturaleza discontinua no puede ser resuelta bajo el relato de que esa corriente opera de manera subterránea para resurgir en otro lugar o tiempo.
El reto no está exclusivamente en la coalescencia de esos movimientos. El reto no es la marea sino la sedimentación que produzca cuando ésta se retire para la creación de un significado compartido. “Venden lo que es de todos” decía un manifestante en Madrid. Me temo que solo nos estamos defendiendo.
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