Merche Sacristán vive desde el año 79 en la sierra de Huelva. Huyendo del caos que supuso la época de la transición en Madrid, llegó a la aldea del Calabacino (Alájar, Huelva) para tener a su hijo convirtiéndose en una de las primeras mujeres en Andalucía que volvía a ocupar los pueblos abandonados. Desde entonces su vida siempre ha estado vinculada a la Sierra, desde donde ha participado de muchos movimientos sociales en defensa del territorio y la ruralidad. En la actualidad, su incansable formación en relación al cuerpo la han llevado a enseñar a las demás a escuchar el cuerpo propio.
Empezaba a caer la noche cuando llegué a casa de Merche. Era una de esas tardes de cielo plomizo y llovizna suave en la sierra, de esas de candela, chorizo y mosto. Merche me abrió la puerta mostrando la iluminada sonrisa que siempre acostumbra. Andaba liada ayudando a un vecino a montar una mesa. Me enseñó su casa de protección oficial, se le arrugaba el ceño cuando me hablaba de los problemas con la constructora y el ayuntamiento. Le brillaban los ojos cuando me enseñaba orgullosa los viejos muebles, con cajoneras y espejo, que había hecho con cartón, cola y papel. Su perra Nela hace también de cicerone en la visita.
Nos sentamos en el salón con una infusión que había preparado, para hacer la entrevista, aunque ninguno de los dos sabíamos muy bien que íbamos a contar, sólo sabíamos que queríamos hacerlo juntos. Le pregunté por su historia. Me habló entre risas del PIS (Partido por la independencia soriana, una broma), un grupo de jóvenes locos, como tantos otros, que surgió en el Madrid en los estertores de la dictadura. Me habló entusiasmada de cómo se vivió aquella época en Madrid, lo fácil que era que todo el mundo se manifestara por lo que fuera. Se hacían pintadas en el metro, las comparó con las redes sociales de ahora, y todo el mundo acudía a las concentraciones. También me habló de la Movida. Para ella tenía mucho de moda, de rollo estético, pero muy poco de crítica de verdad, aunque no le quita el valor que tuvo para que la gente expresara libremente su sexualidad.
Me habló de su generación, la “generación del desencanto”; a “la gente que luchábamos por la libertad nos vendieron en la transición”. Estaban llenos de ideales de liberación que fueron truncados en el 78: “nos han vendido”, me reiteraba con énfasis. Yo le recordé que a la nuestra se la nombra como la “generación perdida”, el producto de aquella mentira. Ella lo desmientía, dice que los jóvenes de hoy tenemos la mente muy abierta, que tenemos las cosas muy claras. En seguida se da cuenta de su contradicción, tenían mucho ideales, pero todos se chocaron contra una cruda realidad cuando se fue a tener a su hijo al Calabacino, una aldea abandonada en la Sierra de Huelva, buscando criar a su bebe en el campo. Sin saberlo, Merche fue una de las primeras mujeres (la primera en el Calabacino) que se retiró al campo a una aldea abandonada y además hacía una apuesta por una manera de vivir diferente "lo que hoy llaman decrecimiento". Fueron unos años duros. Ser campesina viniendo de la ciudad no es fácil, “¡si ni siquiera sabía hacer fuego!”.
Con el paso de los años el Calabacino creció y llegó gente de todas partes. Recuerda muy feliz cuando crearon el MAR, Movimiento Alternativo Rural en el año 87. Una red de pueblos abandonados de todo el estado. Se comunicaban por teléfonos y cartas. También recuerda cuando comenzaron a organizar la “Feria de Alternativas”, la que se realiza en la actualidad en el Alamillo o en San Jerónimo. O nuestras batallas en “Sierra Viva”, una plataforma ecologista contra la especulación inmobiliaria en la sierra donde nos conocimos y luchamos juntos. Cuando fundaron el TruequeSierra, hace más de diez años. Cuando simpatizaba con Mujeres de Negro… Y me sigue diciendo que cree que no se ha movido lo suficiente. La humildad de esta mujer no tiene ningún límite.
Su preocupación por el cuerpo.
Desde bien joven siempre le gustaba relajar y dar masajes a los demás. Según fue creciendo fue formándose en distintas disciplinas para ir poco a poco dedicándose a las terapias corporales. Nos detuvimos más tiempo en el trabajo que hace ahora con el suelo pélvico. Me explica la importancia de este espacio que hombres y mujeres compartimos, pero que casi todo el mundo desconoce y no atiende. Es el espacio que soporta casi todo nuestro tronco y además está relacionado con muchas patologías del sistema urinario, reproductor y digestivo.
Hablando del cuerpo, las dos nos encontramos en nuestra salsa, comenzamos a compartir experiencias de trabajos y de maneras de enfocarlo. Es capaz de relacionarme el suelo pélvico con el poder. Es una zona que ha sido arrebatada del imaginario, nadie nos explica que está pasando ahí abajo. Me narra la importancia que tiene esa zona para la sexualidad y es por eso que no conviene que esa zona se conozca: “la sexualidad es el motor del mundo, por eso este lugar ha sido demonizado, prohibido, desconocido… controlando la sexualidad se controla todo". Hablamos de la pornografía y del uso de la sexualidad que se genera en la publicidad. Debatimos sobre las contradicciones, pero realmente dos patas de una misma mesa, de los mensajes del poder de castrar nuestra sexualidad y de incentivar un modelo como el pornográfico que poco tiene que ver con una manera sana de comunicarse.
La noche ya ha caído y está completamente cerrada. La lluvia continúa y decidimos comer algo. Ahora hablamos de su trabajo con las mujeres en la sierra. No es un trabajo fácil. Me cuenta que la mentalidad en algunos sitios rurales es aún muy cerrada, no son proclives al cambio con facilidad sobre todo en aspectos como el conocimiento del cuerpo propio. De todas maneras me reconoce que ha ayudado un poco a su autoestima, a generar espacios donde pueden expresarse y sentirse más seguras a raíz de conocer su propio cuerpo. Con el trabajo corporal “puedes sentirte, puedes darte cuenta de como cosas que pasan en el cuerpo tienen mucho que ver con como se viven las cosas en la vida personal”.
Merche trabaja desde le seguridad, desde la confianza mutua y evita a toda costa el aguante y el dolor. “Las mujeres ya aguantamos suficiente en la vida cotidiana como para hacer terapias donde tengamos que aguantar”. Me reconoce que en el mundo de las terapias alternativas hay mucha crueldad y cierto carácter impositivo. En ocasiones se trabaja desde el sufrimiento para cambiar o se intenta imponer una manera de ver la realidad cuando hay muchas distintas. “Hay que trabajar desde donde uno está, permitirse estar donde una está sin sufrimiento”. No hay recetas universales. Es tanto el entusiasmo entre ambas que acabamos mirando sus diapositivas, sus dibujos, los textos con los que trabaja. Salí de su casa de madrugada, como siempre con ese pequeño cambio, quizás imperceptible, que mujeres como Merche son capaces de provocar en nuestro interior, con tan solo pasar unas horas con ella.
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