Su nombre es Fernando Tena Díaz y su primer contacto con la labor de las matronas se lo darían unas prácticas profesionales en las que se dio cuenta de que estaba hecho para esa profesión. El hecho de “tener la oportunidad de participar en el proceso de nacimiento un día y otro, observar cómo trabajaban las matronas, lo que hacían, cuánto sabían y cómo eran capaces de ayudar a las mujeres y a sus criaturas,” no solo le permitió aprender y ser el profesional que es hoy sino que fueron decisivas a la hora de encauzar su vida.

Su geografía profesional pasa por distintos puntos de Andalucía como Córdoba, Málaga o la capital Hispalense. En la primera realizaría sus estudios universitarios y desempeña su labor actualmente, aunque sus primeros pasos los diera en Málaga. En Sevilla cursaría los estudios de Antropología social y cultural que según él han sido cruciales en su carrera ya que “La mirada de la Antropología sobre los procesos de salud-enfermedad-asistencia fue definitiva para desarrollar una visión crítica” y precísamente esa actitud crítica y esa mente abierta hacen que personas como Fernando sean especiales y destaquen dentro de su propio campo.
Uno de los aspectos que más le llamaron la atención, fue el hecho de que dentro de la enfermería, la de las matronas fuese una especialidad que se desarrollase de una forma más autónoma. Además de esto, también captó su atención la variedad de labores que se desempeñan en esta profesión. Ser matrona no consiste únicamente en asistir durante el nacimiento, su labor va más allá y engloba a la educación prenatal y sexual. Hay aspectos de este ámbito del trabajo que le fascinaron al principio y lo siguen haciendo a día de hoy como “la posibilidad de estar presente en algunos partos y ayudar a las mujeres, presenciar la primera respiración de la criatura y colaborar con las matronas para ofrecer calma.” Fernando está entregado a una profesión que le fascina y desempeña con tesón, pese a que las condiciones de trabajo, según sus propias palabras, en muchos casos no sean las óptimas ya que existe un déficit de personal con cifras bastante por debajo de lo tolerable que “sonrojaría –o debería sonrojar- a cualquier gestor de la Organización Mundial de la Salud”.
Una profesión feminizada
No cabe duda de que la de las matronas, es una profesión feminizada, no son pocos los que le preguntamos a Fernando sobre ese hecho y de qué manera le afecta esto. Este hecho “nos habla de la tremenda importancia que existe a día de hoy de la división socio-profesional en la función sexo-género”. Ante esta pregunta tiene clara la respuesta y es rotundo en afirmar que lo lleva fenomenal y que no le supone ningún problema porque, como buen antropólogo, huye de toda visión en la que se intuya algún tipo de esencialismo, “ni siquiera en este campo de la maternidad donde se observa con tanta frecuencia. Los conocimientos, las actitudes y las habilidades que se necesitan para desarrollar el trabajo de la matrona no están inscritos en los cromosomas sino que se adquieren a lo largo de la vida. Y aunque bien es cierto que el desarrollo de ciertas cualidades está más posibilitado culturalmente para según qué grupo de sexo-género, todo es cuestión de ponerse en marcha para atenderlas aunque no te las hayan inculcado desde la infancia.”
No en vano, el oficio de matrona, ha sido históricamente desempeñado por mujeres. Pese a que hoy son matronas y matrones -termino admitido recientemente por la RAE- el porcentaje de varones sigue siendo inferior al de sus compañeras. Esta feminización de la profesión llegó en algunos casos hasta el punto de estar únicamente permitida de forma legal a las mujeres y por lo tanto, prohibida para los hombres “hasta la década de los años setenta, ya en democracia, no fue posible que los varones españoles pudieran desempeñar la profesión de matrona” ya que hasta el momento se rechazó en ingreso de varones en las entonces Escuelas de Matronas. Este hecho puede ser visto como “un asunto de discriminación por sexo-género, pero en este caso –frente a la mayoría de los casos en los que son las mujeres las personas discriminadas- afectaba a los varones” asevera Fernando.
Al igual que otras profesiones feminizadas, experimenta una serie de problemas derivados del desarrollo de la profesión en un sistema patriarcal, entre estos problemas se encuentran “las dificultades para ser autónomas, con la tutela por parte de otras profesiones, con la valoración social.” En este punto Fernando menciona a una antropóloga francesa feminista, Françoise Héritier, que habló de la valencia de los géneros. “Héritier señala que todo aquello relacionado con lo masculino es más valorado culturalmente que todo aquello relacionado con lo femenino”
Asimismo, la matronería, dada su proyección eminentemente femenina, es una disciplina que no termina de encontrar su sitio en la academia ni de tener una importancia en los Centros de Salud equiparable a la del resto de personal sanitario, asegura. Aunque sería necesario que todos los Centros de Salud contasen con una matrona, se observa que la realidad se aleja bastante de esta recomendación, por otro lado, la consideración que se le da dentro de la universidad no es la que debería ya que, asignaturas que se imparten en las Facultades de Enfermería sobre salud sexual, y que están entroncadas con su ámbito de trabajo son impartidas por otros profesionales. Asimismo, la participación de matronas en la elaboración de programas de salud sexual y reproductiva es escasa y en su opinión resulta “realmente alarmante e ilustrador de la desfavorable posición de las matronas” y el hecho de que que “las maternidades andaluzas no cuenten con estas profesionales para la gestión al más alto nivel”.
Sin embargo, no todo son malos augurios. La profesión está viviendo cambios positivos que no solo tienen que ver con la incorporación de los varones a la misma y que “ha venido a demostrar que se puede aprender a ser una buena matrona –y se puede llegar a conseguir- sin la condición necesaria de ser mujer. También ha vivido cambios en cuanto a la relación con otros compañeros de la profesión médica, pero sin duda, el cambio más llamativo y positivo para Fernando ha venido de la mano de la transformación de la relación con los pacientes ya que“ la repercusión que ha tenido el pensamiento crítico que avisa sobre los inconvenientes de la medicalización de la sociedad –siguiendo a Michel Foucault-, las corrientes feministas que denuncian las intervenciones sobre los cuerpos de las mujeres, o la emergencia de un discurso que cada vez otorga más importancia a que sea la persona usuaria de los servicios sanitarios quien decida sobre su proceso asistencial”.
De unos años para acá, parece que algunos sectores de la sociedad, en un intento de cuestionar el dogmatismo científico, quisieran volver a esos saberes tradicionales que doulas y parteras transmitían en forma de saber popular. Si bien es cierto que todo intento de huir del dogmatismo es bueno, tal y como apunta nuestro entrevistado es importante también que “de la misma manera que las prácticas de la biomedicina están siendo revisadas para discernir cuáles son beneficiosas y cuáles no, debemos ser cautos y no suponer a priori que todo aquello que se indique como perteneciente se nombra como sabiduría popular sea beneficioso para la salud. Estas prácticas de la sabiduría popular también deben estar sujetas a revisión y crítica. Si no es así, lo único que estaríamos haciendo es sustituir un dogma por otro: el dogma biomédico por el dogma popular”. Comenta que en este sentido se está viviendo un proceso interesante y que no son pocas las matronas que están recogiendo unas prácticas que “parecen ser más respetuosas con el proceso fisiológico del nacimiento.” Una de las más destacadas es la estadounidense Ina María Gaskin que, en su opinión “ha revolucionado el panorama de la atención a las parturientas en Estados Unidos con la fundación de una casa de partos con un sistema de trabajo distinto al de las maternidades hospitalarias. La figura de la matrona Gaskin ilustra muy bien la cuestión sobre las profesiones, el género y el poder.”
Entre los saberes tradicionales arriba mencionados, Fernando destaca la importancia que se le vuelve a dar a los signos que nos hablan de la progresión satisfactoria del parto o de la flexibilización de los tiempos del mismo o “ la importancia de que la parturienta se sienta segura y esté acompañada; el contacto humano que tranquiliza y disminuye el miedo; la importancia de la postura a la hora de parir” sin embargo insiste en la importancia de no caer en el discurso anti-tecnológico ya que en casos de que el feto esté en peligro “la tecnología viene en nuestra ayuda, por ello no parece sensato demonizarla sino utilizarla cuando es necesario” A su juicio se están viviendo cambios muy positivos en este sentido que están permitiendo “ una revisión de las prácticas médicas impuestas durante décadas en las maternidades andaluzas”
Para poner en práctica una correcta revalorización de estos conocimientos que actúen en sinergia con los saberes que ha aportado la biomedicina afirma que lo importante es comenzar desde una actitud abierta, pluralista y crítica “que persiga evaluar para quedarse con lo mejor” y además de esto “habría que exigir que los gestores sanitarios participen de esa misma actitud abierta y crítica, de tal manera que posibiliten una mayor oferta de prácticas en el catálogo de prestaciones” Asimismo, hace hincapié en que para valorar esos saberes de manera crítica debe haber una autogestión de la salud “esto implica unas buenas dosis de pedagogía social para buscar recursos más allá de los que ofrece nuestro sistema de atención a la salud y la enfermedad”.
Mirando el mundo con los ojos abiertos
Dentro del feminismo ha saltado la voz de alarma con respecto a una posible vuelta a un esencialismo que reduzca a la mujer como madre a través de discursos que sacralizan los saberes y prácticas tradicionales y, por qué no decirlo, el furor ante todo lo que se aleje de lo que tradicionalmente se ha recomendado desde el campo de la biomedicina, en este sentido apunta que “La Antropología social y cultural tiene mucho que ofrecer. Para combatir el esencialismo, nada mejor que esta disciplina que nos recuerda continuamente la capacidad del ser humano de aprender y de construir mundos culturales diferentes. Ni el destino cultural obligatorio de la mujer es ser madre ni los saberes tradicionales son monopolio de un exclusivo grupo social.” Esta puesta en valor de los conocimientos antiguos, que desde tantos puntos y tantas corrientes se reclama, tiene que pasar necesariamente por la una evaluación crítica al igual que los propios saberes de la biomedicina o de otros sistemas médicos “para incorporar a nuestro catálogo aquéllas que generen salud y bienestar, y abandonar las que causen mayores problemas de los que pretendían solucionar o las que no den respuesta a los problemas” En este sentido comenta satisfecho el abandono de ciertas prácticas que han sido y son muy criticadas, como la administración de enemas de limpieza, rasurados o la práctica de la episiotomia -corte en el periné- de forma automática en todas las primerizas. “Desde estas líneas quiero dar la enhorabuena a muchas matronas andaluzas que han trabajado duro para defender estas posturas de revisión crítica, a pesar de que les haya supuesto el descalificativo y el estigma” Sin embargo, en la mayoría de los casos, la demostración de efectividad o inefectividad de una práctica, ya que se necesita la aprobación de quienes detentan el poder en los sistemas nacionales de salud, entre los que por supuesto, no se encuentran las matronas. No obstante insiste que esto poco tiene que ver con el género que una persona se identifique sino que iría más unido a “cuál es tu visión del mundo que trasladas al orden de las decisiones políticas, económicas y culturales. En este sentido, creo que para que el mundo cambie necesitamos de unas determinadas mujeres y varones en la política; mujeres y varones que trasladen otra forma de gestionar y prioricen actuaciones en relación directa con la vida cotidiana. La misma reflexión serviría para el caso de las matronas y otros profesionales”.
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