El selfie no es nuevo. Aunque haya algunos románticos del arte que quieran poner a salvo a los pioneros del autorretrato, lo cierto es que el selfie está mucho más conectado con Van Gogh de lo que nos pensamos. Pero al mismo tiempo, es un formato con una serie de características propias. Entre ellas, que genera conversación.
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Si miramos al que es considerado primer selfie de la historia, realizado por Robert Cornelius, podemos percibir una sutil pero rotunda diferencia. Cornelius no sonríe ni pone morritos. En la época comprendida entre finales del siglo XIX y principios del siglo, sonreír en las fotografías estaba mal visto.
Según Nicholas Jeeves, profesor de la Cambridge School of Art, "en la época se creía que salir sonriendo era estúpido". Añade que en la Europa del siglo XVII existía la convicción de que los únicos que sonreían ampliamente, tanto en la vida real como en las pinturas, eran "los pobres, los lascivos, los borrachos, los inocentes y la gente del espectáculo".
Nos preguntamos qué pensarían muchas de esas personas que posaban para la posteridad al ver cómo precisamente lo que parece mal visto ahora al hacerse un selfie es no sonreír.
"Si miramos atrás, la gente ha estado haciendo autorretratos fotográficos desde prácticamente el día en que la fotografía fue inventada en 1839" comenta Christopher Phillips, el coordinador en Nueva York del Centro Internacional de Fotografía.
Entre el 23 de febrero de 1987 y el 26 de marzo de 2010, el artista Karl Baden se hizo una fotografía a sí mismo diariamente. Entonces, editó un vídeo compilando el proceso.
El resultado no sólo demuestra que el selfie tiene en el autorretrato fotográfico su antecedente, sino el misterio que es capaz de evocar lo que resulta fascinante en un selfie: lo que no vemos, lo que permanece oculto, aquello que imaginamos para completar los vacíos de una historia que nos es ajena y conocida a la vez.
Pero es cierto que el selfie aporta una serie de características que quizás no tuvieran sus predecesores:
- La tecnología es radicalmente distinta. A diferencia de las cámaras de fotos antiguas, la gran mayoría de selfies están tomados con teléfonos móviles cuya ligereza nos permite sacarlo y usarlo en casi cualquier contexto y cuya conectividad nos permite publicar la imagen y distribuirla rápidamente.
- Es un formato extremadamente popular. "Selfie" fue la palabra del año 2013 según el diccionario Oxford. Los antiguos autorretratos no eran diseminados para que cualquier desconocido los viera. La notoriedad del término y la expansión de su uso en los dos últimos años es impresionante.
- No es intencionadamente artístico. Muchos de los antiguos autorretratos tenían pretensiones artísticas. La mayoría de los selfies no y no están hechos por artistas (aunque muchos de ellos tengan un alto valor artístico, aunque en ocasiones esto suceda de forma involuntaria).
- Se expande instantáneamente. El selfie busca representar "el ahora". El "está pasando". El "estoy aquí". Los antiguos autorretratos podían tardar meses en ser compartidos a otras personas una vez eran realizados.
- El valor de la imagen es muy bajo. Desde su nacimiento, las fotografías eran objetos de gran valor y proyectaban trascendencia. La escasez en el acceso a las mismas marcaba este carácter esencialista. Ahora, producimos tantas fotografías y hay tanta abundancia de imágenes de nuestra propia identidad, que el valor de una fotografía es muy bajo.
- Implican dramaturgia y un cierto control performático. El autorretrato era un género producido por artistas, no por cualquier persona. El selfie como género demuestra la socialización de técnicas básicas de performatividad y dramaturgia. El selfie no se publica sin haber revisado por un consejo de redacción que suele estar formado por...una persona.
- Generan conversación. Quizás ésta sea la gran distinción con respecto a los antiguos autorretratos. Los selfies están concebidos para ser compartidos. Los selfies se publican. Los selfies nos conectan con los otros.
Y sobre este eje gira el análisis más interesante, expuesto de forma brillante por Jerry Saltz en Art at Arm’s Length: A History of the Selfie. Según Saltz, el autorretrato fotográfico era mucho menos espontáneo, improvisado y casual que los selfies. El selfie está codificado para generar un diálogo en torno a sí mismo. Su propósito primordial es "ser visto ahora, por otra gente, mucha de ella desconocida, en redes sociales".
Algunos críticos han afirmado que los selfies son la prueba de que la nuestra es la era del narcisismo. Incluso el New York Post llegó a publicar un artículo en la que se decía que los selfies son "la gran calamidad global de la decadencia de Occidente". Ahí es nada.
Mucha responsabilidad para los selfies, siendo algo tan popular, ¿no? Marina Galperina, quién presentó junto con Kyle Chayka una exposición sobre selfies, decía acertadamente: "Los selfies no son tanto narcisismo como parte de nuestro avatar digital. El narcicismo es muy solitario y los selfies no lo son".
El actor James Franco, auto-declarado "rey de los selfies" dijo en una ocasión en un artículo en el que reflexionaba sobre los selfies que éstos no son tanto "rastros de vanidad como herramientas de comunicación (...) Mini-yoes que envío a los otros para explicarles quiénes somos". Los selfies serían nuestras cartas al mundo. El crítico David Colman escribió en el NY Times que "el selfie es tan común que está cambiando la fotografía en sí misma, transformando la función memorística de la fotografía en un dispositivo de comunicación".
No obstante, parece evidente remarcar que aunque existe esta visión generosa de los selfies, lo cierto es que, como dice Rubén Díaz, "los selfies forman parte de la espectacularización de la vida, es la realización de cómo sabemos manejar las estrategias narrativas de la ficción para contar nuestra propia (a menudo triste) realidad".
El selfie es una sublimación infantil de nuestros impulsos consumistas. Vale. Bajonazo. "Todo es capitalismo". Sí, sería injusto dejarlo fuera del análisis. Y como todo objeto cultural, es complejo. Así que analicemos los matices de algunas de las contradicciones culturales que comportan los selfies.
Vivirlo o contarlo
Suena cómico, pero es bastante trágico. En el último año, ha crecido exponencialmente el número de personas que han muerto por culpa de intentar hacerse un selfie espectacular.
Nuestra obsesión por narrar la realidad y compartirla en redes sociales a veces nos distrae de lo esencial: vivirla.
Relaciones Públicas o Cultura Popular Conectiva
Muchos famosos usan el selfie como una forma de hacernos ver que "ellos son como los demás". Pero, en el fondo, esto no es más que una forma sofisticada de las antiguas Relaciones Públicas. No sería justo decir que los famosos son quienes han popularizado el selfie porque es su inserción dentro de la cultura popular conectiva lo que ha masificado su uso.
Pero es cierto que, en ocasiones, como indica Saltz, somos "paparazzis de nosotros mismos" y distinguir entre si estamos conectando con otros o haciendo un ejercicio de relaciones públicas es complicado.
Intimidad compartida o Dramatismo impostado
Los selfies son una posibilidad que abre una ventana que permite a otros, en ocasiones y como decíamos anteriormente, extraños, husmear en nuestra intimidad. Compartimos un fragmento de nuestra cotidianeidad.
Pero el hecho de que contengan un diseño editorial, a veces casi milimétrico, sumado a la invasión de la sobreactuación en nuestras identidades digitales, nos debería hacer dudar de la defensa de la espontaneidad del formato y de que supongan realmente un acto sincero de cesión de nuestra intimidad.
Me, Me, Me o Us, Us, Us
Y quizás ésta sea la gran pregunta. ¿Son los selfies la degeneración de una sociedad consumista y entregada al exhibicionismo banal y narcisista? ¿O son los selfies la representación de un sociedad que dialoga, que comparte y que conversa?
En cualquiera de los casos, como ocurre con casi cualquier objeto cultural que se populariza, los selfies, además de seguir poblando nuestras identidades digitales, continuarán complejizando lenguaje visual y por tanto, recodificando nuestra cultura.
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