Análisis
Palets, sensores y la innovación social sin comunidad

El caso de Medialab-Prado muestra dos formas de ver la innovación social: la de las empresas que cubren nichos de mercado y la de la ciudanía que protege lo común.

, (@sirjaron) es investigador cultural
07/05/14 · 18:11
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Espacio de trabajo en Medialab-Prado / Medialab-Prado

En las jornadas sobre innovación social que acontecieron en recientemente en Zaragoza bajo el sugerente título de “Destrucción Creati­va” se hizo evidente que hay dos formas muy diferentes de entender la denominada innovación social. Este paradigma, que ha devenido central en los programas políticos y planes de desarrollo contemporáneos, postula que la sociedad en su conjunto puede entenderse como un ente capaz de solucionar problemas que acontecen en el entorno urbano. Por ello, las administraciones han promovido encuentros, ayudas y la crea­ción de espacios destinados a que los agentes sociales busquen soluciones a problemas que por lo general no han creado ellos mismos. Bajo la guisa de la participación, en el fondo lo que se promueve es que la ciudadanía asuma competencias que hasta ahora eran del Estado, pero que debido a los recortes y al auge de políticas de corte neoliberal han acabado siendo externalizadas al cuerpo social. Si en el proceso de solucionar estos problemas, uno es lo suficiente aguililla como para sacarse unos euros, el ciclo de la innovación social se da por culminado.

El paradigma de la innovación social sugiere que los derechos ya no son fruto de conquistas colectivas, sino que uno se los ha de ganar de forma individualCon este enunciado de la innovación social vemos que se agrupan antiguas ONG que han tenido que cambiar su modelo de negocio y auparse a la ola del “solucionismo”, espacios de coworking que intentan poner en positivo el hecho de que los precios de los alquileres obliguen a los autónomos a compartir mesa con otros trabajadores precarios, o todo el fenómeno de las smart cities, es decir, la lógica del “solucionismo” tecnológico puesta al servicio de mejorar las infraestructuras urbanas. Ciudades tan listas que centran toda reflexión en torno a la eficacia, desplazando así debates en torno a la desigualdad o el derecho a la ciudad. Sensores, dispositivos de recolección de datos, mesas compartidas, palets y tecnologías de control se ponen al servicio de la mejora del funcionamiento de las grandes urbes. Una legión de personas bienintencionadas y sus cacharros dispuestos a resolver problemas que no tuvieron la oportunidad de definir. Se deriva de esta lógica una idea problemática: los derechos ya no son fruto de conquistas colectivas, sino que uno se los ha de ganar de forma individual. Una competición por mejorar lo social.

La imaginación en colectivo

En cambio, como se vio en las jornadas citadas más arriba, se puede pensar en otro paradigma de innovación social. Un paradigma basado en la producción de espacios autónomos, de redes de producción y distribución de conocimiento político, de producción de software libre o basado en la invención de nuevos enunciados políticos con los que poner en crisis las ideas tradicionales de propiedad. Un paradigma que escapa de la dicotomía público/privado para pensar lo urbano desde lo común. Un conjunto de prácticas que no busca dar soluciones sino enmarcar problemas, que no intenta hacer la ciudad más eficiente sino un espacio incluyente de producción común. Sujetos que piensan que la reinvención de lo público no pasa por la privatización sino por la producción de espacios que doten a la ciudadanía de autonomía. Una mezcla de ética ‘jáquer’, ideas provenientes de la cultura libre y de movimientos de defensa del procomún que se vertebran para plantear otro marco para pensarse y crear formas de vivir en colectivo. En definitiva, y parafraseando a Rubén Martínez, un proceso de base social que busca responder demandas básicas bajo el que se fortalece el poder comunitario y se fuerzan cambios en las relaciones de poder.

Un proceso de base social busca responder demandas básicas fortaleciendo el poder comunitario y forzando cambios en las relaciones de poder
No es de extrañar que cuando se supo de la cesión gratuita de la Serrería Belga a Telefónica por parte del Ayuntamiento de Madrid para que creara un centro de innovación social saltaran todas las alarmas. La rápida respuesta por parte de colectivos afines al Medialab-Prado y por la ciudadanía en general nos ayudó a entender mejor la escisión entre estas dos formas de entender la innovación social. Una basada en el solucionismo tecnológico y que era la que aparentemente quería introducir la corporación, marcada por sujetos individualizados que buscan cubrir nichos de mercado introduciendo sus gadgets y cacharrería en lo social. La otra basada en comunidades organizadas, dispuestas a defender lo común y que considera que la privatización de lo público constituye un ataque al modelo urbano que nos puede hacer prosperar en colectivo. Gorrones oportunistas que se reparten las sobras del cadáver del Estado del bienestar versus ciudadanos/as conscientes del valor de lo público y con capacidad de inventarse nuevas formas de vivir y reivindicar lo urbano. Sujetos capaces de organizar una exitosa campaña de apoyo en escasos tres días en un alarde de ingenio y de creatividad social. Per­so­nas que creen que la innovación social ha de ser capaz de cambiar las relaciones desiguales de poder. Una ciudadanía crítica capaz de crear y difundir un mensaje muy claro: #SaveTheLab.

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