Un vistazo a las principales figuras de la élite empresarial con sede en Catalunya muestra que no hay un respaldo homogéneo al proyecto independentista.
Jaime Palomera y Joan M. Gual. Coordinador de Commoniversity y miembro de Universidad Nómada
Pierre Vilar decía que el auge del nacionalismo catalán a finales de siglo XIX debía entenderse en el contexto de una crisis sin precedentes del Estado-nación español, simbolizada por la pérdida de las últimas colonias y la defunción de un imperio decadente. Aproximadamente un siglo más tarde resulta casi imposible no percatarse de cierto paralelismo histórico: en una coyuntura de depresión económica e institucional, la ‘independencia’ de la nación catalana ha conseguido erigirse como el único proyecto capaz de generar y capitalizar ilusiones colectivas. En poco tiempo se ha instalado una idea de Catalunya como comunidad homogénea y virtuosa. La Vía Catalana supuso su escenificación: una cadena formada por múltiples individuos felizmente fundidos en Uno, frente a un gran Otro usurpador de bienestar.
Se ha instalado una idea de Catalunya como comunidad homogénea y virtuosa
Ante esto, mucha gente, medios incluidos, han empezado a preguntarse si el independentismo es hegemónico. ¿Pero qué se quiere decir cuando se habla de hegemonía? Cabe recordar que para Gramsci esta se ejerce de arriba abajo: mediante ella, las clases dominantes tienden a universalizar su particular visión del mundo y someter al resto. En Catalunya, sin embargo, resulta complicado hablar en estos términos. Mientras que el soberanismo se extiende entre la población, quizás sea en los foros de la alta burguesía –lobbies, patronales– donde debe prestarse mayor atención, puesto que han intentado cuidarse de no manifestar una posición pública explícita contraria al proceso. ¿Qué se esconde tras esta actitud?
En Catalunya lleva tiempo escenificándose una división entre diferentes sectores de la burguesía. Prueba de ello son los desplantes e incluso las acusaciones entre los representantes patronales de las pequeñas y medianas empresas, por un lado, y los de las mayores empresas, por el otro. De un lado, un simple repaso de hemeroteca deja patente que la apuesta de los centros de poder político de la gran burguesía –Patronal del Foment, sobre todo– en ningún caso sería la de la independencia. Esta postura va de la mano con la de los sectores clave del gran capital catalán, que tienen su principal nicho de negocio en territorio español: el bloque financiero-inmobiliario (La Caixa/ ServiHabitat/ Banc Sabadell), el de infraestructuras (Abertis) y energía (Gas Natural). De otro lado, la postura del sector industrial es más compleja. Aparentemente tiende a ser más favorable –o menos escéptica– a la independencia, sobre todo si se tiene en cuenta la postura de las patronales de las PYMES, que son mayoría en este sector –60% de trabajadores industriales se concentran en ellas– y que confían en su creciente capacidad exportadora a la UE. Pero incluso en este sector hay importantes divisiones internas. Por ejemplo, SEAT, que genera más del 1% del PIB catalán, depende fundamentalmente del mercado español –aún se recuerdan las amenazas de Volkswagen ante la posibilidad de una independencia catalana–.
En este pulso entre diferentes ramas del capital, son los primeros, la burguesía de vocación más rentista y orgánicamente vinculada al crecimiento del mercado español, los que gozan de un acceso privilegiado al poder político. Sólo así se entiende que Artur Mas haya tenido a Alemany, presidente de Abertis, como máximo asesor y hombre de confianza en estos años de transformación. Como se sabe, Alemany fue elegido personalmente por Artur Mas para dirigir el CAREC (Consell Assessor per la Reactivació Econòmica i el Creixement), que se presenta vestido de organismo público pero actúa de facto como lobby para diversas ramas del capital catalán, habiendo promovido la privatización de recursos comunes como la sanidad o el agua.
Alemany, Oliu (Banc Sabadell) o Fainé (Caixabank) ejercen una estrategia discreta, lo que no es sinónimo de inacción ni de falta de posicionamiento, dirigida a buscar beneficios explicitados en Fin de ciclo. Tiempo nuevo, un escrito del Círculo de Economía, el lobby catalán por antonomasia del que forman parte, que postula una reforma de la Constitución Española ‘desde arriba’, con reforma fiscal incluida, para evitar tiempos convulsos y la desafección política ciudadana.
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