Yo no fui un quinqui adolescente

Descampados, canutos, alguna noche de juerga pagada con un par
de tirones... La vida de los quinquis no fue fácil, aunque el cine, a
través de la visión neorealista de Saura o Eloy de la Iglesia
consiguió dotar a esta generación perdida de un encanto que hoy
recupera una exposición en Barcelona.

26/09/09 · 0:00
Edición impresa

¿Qué pensarían los propios
quinquis ante el interés que desde
hace un tiempo despiertan
sus andanzas? ¿Qué dirían al saber
que los comisarios son hoy
comisarias que simpatizan con
ellos? ¿Sentirían justamente colmados
sus enormes egos adolescentes?

JPG - 25.2 KB
Cartel de la película ‘Perros callejeros’ MATAIX

Ignoramos si el Jaro,
por ejemplo, habría aceptado representar
el papel del Jaro y
atracar, bardeo de plástico en
ristre, a los visitantes de la exposición
que un moderno museo
de Barcelona consagra ahora
mismo a los quinquis de los ‘80.
La razón de que no podamos saber
qué pensaría el Jaro es tan
simple como conocida, está
muerto. La razón del silencio de
los quinquis es que todos están
muertos. Los chavales del barrio
y los de la pantalla, con los que
tan a menudo se confundieron,
están todos muertos y son, en
ese sentido, “museizables”.
Hubo un tiempo quinqui y
también un espacio quinqui.
Una época y unos escenarios
que cualquier lector nacido en
la década de los ‘70 recordará.
El tiempo coincide con el proceso
de reajuste estructural de
la oligarquía española para
adaptarse a la liberalización
económica, proceso denominado
Transición.
Como es conocido, este proceso
acarreó la concentración y
la segregación en las afueras de
las grandes ciudades (en la banlieue,
que se dice ahora) de los
trabajadores que durante los ‘60
habían ido llegando de forma
masiva y que vivían en condiciones
miserables, normalmente en
chabolas construidas por ellos
mismos. Una década después
fueron trasladados a polígonos
levantados en plena crisis económica,
lugares mal edificados
y peor diseñados, muchas veces
sin equipamientos básicos.
Entre las series de bloques que
lucían ya avejentados el mismo
día de su erección, brilló el espacio
quinqui por excelencia: el
descampado.
Enormes solares en los límites
físicos y psicológicos de la
ciudad. Reductos de la flora y
de la fauna con más capacidad
adaptativa para sobrevivir en
condiciones extremas. Trepadoras
y roedores. Encuentros
inquietantes. Espacios no urbanizados,
es decir, no autoritarios.
Lugares no diseñados para
realizar en ellos una actividad
mercantil concreta, por lo que
cualquier actividad podía tener
lugar. En los descampados los
quinquis se pelearon y se amaron
al calor de una hoguera, con
el Seat 124 rojo y abierto para
escuchar mejor el casete, bebiendo
cerveza, fumando y vacilando,
sin ningún rastro del
optimismo de sus padres. A diferencia
de éstos, que cuando
llegaron del pueblo y levantaron
una chabola junto a sus paisanos
pensaron que su situación
sería provisional y que saldrían
adelante, sus hijos se
criaron en un entorno hostil y
anónimo, en un momento en el
cual el Capital no necesitaba de
su trabajo, y en el que el Estado
los abandonó a su suerte. El
descampado, las calles, los billares,
futbolines y las discotecas
fueron sus espacios abiertos
característicos. Los cerrados revistieron
la forma de reformatorios,
prisiones y hospitales
En 1975 un 25% de la población
mayor de 14 años estaba
fuera del sistema educativo y, al
inicio de los ‘80, prácticamente
la mitad de los jóvenes españoles
carecía de empleo. Lo que
convirtió esta situación de tensión
social, este problema político,
en una cuestión de orden público
–siguiendo con ello una regla
no escrita a la que se pliega
cualquier poder– fue la introducción
masiva de la heroína en los
barrios. Los jóvenes héroes se
fueron convirtiendo poco a poco
en espectros con chándal.
El consumo “problemático”
de heroína en España se inició,
curiosamente, poco después de
que el Gobierno franquista incluyese,
en 1973, un nuevo artículo
en el Código Penal por el
cual se castigaba el consumo y
tráfico de algunas drogas. Se
suele buscar una intencionalidad
política en el suministro de
heroína a la juventud urbana, y
ciertamente la policía se aplicó a
ello (tal y como lo cuenta, por
ejemplo, Pepe Ribas, el fundador
de Ajoblanco, en sus memorias),
pero la heroína es, además
de un agente desmovilizador y
de control orientado a justificar
la represión mediante la aparición
de delitos con los que se relaciona
tautológicamente, una
mercancía económicamente
muy rentable para la banca y para
sus “clientes especiales”. De
hecho, como Burroughs seguramente
dijo alguna vez, la heroína
es la mercancía perfecta. Y
crea al consumidor perfecto,
aquel que ha reducido todas sus
apetencias a una y que está dispuesto
a hacer cualquier cosa
para satisfacerla. En la primera
mitad de los ‘80 el consumo de
lo que empezó siendo parte de
un cóctel lúdico compuesto también
por anfetaminas (Bustaid,
Minilips, Dexedrina… que se
compraban en las farmacias españolas
en los ‘70 y en las portuguesas
en los ‘80), alcohol
(vinazo, whisky, coñac…), trocolos,
canutos y pericanutos, fue
convirtiéndose en el auténtico
motor de la delincuencia y en el centro sobre el que comenzó a
girar el universo quinqui. A nadie
pareció importarle la auténtica
matanza que empezó entonces
y que llegó a su punto máximo
a principios de los ‘90.
Sumidos por el Estado y por sus
hastiados vecinos en el abandono
más criminal y pacato, 1.700
jóvenes murieron cada año en
los descampados de las ciudades,
en los centros de almacenamiento
de yonquis denominados
cárceles y en las salas de
apestados de los hospitales. El
consumo de heroína adulterada
se convirtió en la principal causa
de mortandad entre la juventud
urbana española.
Pero antes de ser inmolados
en masa en el altar de la modernidad,
los denominados delincuentes
juveniles vivieron su
momento de gloria. Los medios
de comunicación, tal y como
han recalcado las comisarias de
la excelente exposición del
CCCB, contribuyeron a la creación
del mito del moderno bandolero,
cuya representación canónica
se dio en el cine. Entre
1975, año del estreno de Perros
callejeros y 1987, cuando La estanquera
de Vallecas puso punto
y final al género, se rodaron
en España una veintena larga
de películas que constiuyen lo
que el crítico polaco Marinowski
llamó neorrealismo español.
Aquí como en la China,
o como en la Italia postfascista,
fue durante una época de libertades
formales que sucedía a un
régimen autoritario cuando
surgió un tipo de cine que narraba
sin hipocresía paternalista
las violentas aventuras de los
pobres, de los chavales pobres
y de sus familias pobres (hoy
“familias desestructuradas”). El
cine quinqui no pertenece a la
serie B, aunque entre sus títulos
haya subproductos de explotación,
y en el caso de Saura
o de Eloy de la Iglesia, está más
cerca del Pasolini de Accatone
(repárese en el tratamiento musical
dado a las secuencias de
violencia en Navajeros que
erróneamente se suele relacionar
con La naranja mecánica)
que del cine de acción convencional.
La mirada de Eloy de la
Iglesia reprodujo la fascinación
pasoliniana por los jóvenes
marginados en un contexto diferente
y creó una poética, protagonizada
no por actores sino
por verdaderas criaturas del
arroyo, llena de momentos de
notable lirismo. José Luis
Manzano, Ángel Fernández
Franco, Berta Socuéllamos o el
genial Pirri, hicieron creíble el
cine quinqui y se transformaron
en los héroes con los que
los chavales de los barrios se
identificaron al tiempo que se
esforzaban en imitarlos.
Sesiones dobles con los entusiasmados
espectadores bebiendo
y fumando, dando palmas
y pasándolo en grande,
jaleando al Torete y al Vaquilla,
al Fitipaldi, al Pesicolo y al Jaro.
Fue un tiempo violento y fugaz.
Rápidamente, inventos como
la Movida madrileña, creados
por las instituciones para
coronar su Transición con un
epílogo cultural pretendidamente
moderno y que funcionase
al mismo tiempo como señal
inequívoca y colorista de que el
Estado español estaba preparado
para la sociedad de consumo,
fueron arrinconando la
explotación comercial del fenómeno
quinqui, que poco a poco
dejó de ser cool, aunque al parecer
ahora lo sea de nuevo.

Artículos relacionados:
- [Quinqui sound (vieja y nueva escuela)->8861]

Tags relacionados: Número 108 Audiovisual
+A Agrandar texto
+A Disminuir texto
Licencia

comentarios

1

  • | |
    01/07/2014 - 3:47am
    Excelente artículo!
  • Cartel de la película 'Perros callejeros‚Äô MATAIX
    Cartel de la película 'Perros callejeros‚Äô MATAIX
    separador

    Tienda El Salto