Utopías, el socialismo que puede venir

La narrativa de ciencia ficción posee unas características intrínsecas, al presentar mundos
posibles que parten de especulaciones sobre los conocimientos contemporáneos
(científicos, culturales, económicos o políticos), ideales para explorar sociedades utópicas.
Las utopías de corte socialista y colectivizador han sido especialmente objeto de ello.

31/07/09 · 13:25

Texto de A. G.-T.

Francia e Inglaterra eran, a finales
del XIX y principios del
siglo XX, los referentes de esta
narrativa de anticipación, que
tuvo muestras en multitud de
países, incluido España. Sin retroceder
hasta las manifestaciones
anteriores al siglo XIX
de la literatura utópica, la agitación
obrera de la segunda mitad
del siglo fue tan efervescente
que muchos autores se hicieron
eco de las inquietudes proletarias
y de los abusos de la sociedad
industrial y convirtieron
a la novela como vehículo explícito
ideológico de oposición
a su probable cumbre. Ellos vieron
en el género el molde ideal
en el que verter sus ideas y aspiraciones.
Estamos hablando de obras
como las inglesas La raza futura
(1871) de Edward Bulwer
Lytton, Dentro de trescientos
años (1881) de W.D. Hay, La
era de cristal (1887) de W.H.
Hudson, El año 2000, una visión
retrospectiva (1888) del
norteamericano Edward Bellamy,
y Noticias de ninguna
parte (1890) de William
Morris; además de las francófonas
La ciudad futura (1890)
de Alain Le Drimeur o Cartas
de Malasia (1898) de Paul
Adam. En el nuevo siglo, la
aparición de utopías se ralentiza
significativamente, y comienzan
a cobrar mayor protagonismo
las distopías (de
las que hablamos ya en DIAGONAL
nº 14, y cuyo texto
puede consultarse en la web
del periódico), las utopías negativas,
con su profunda crítica
del capitalismo imperante
y su moral.

En el punto de mira de todos
estos volúmenes utópicos está,
como elemento negativo, la industrialización
y, por otro lado,
como elemento positivo, el socialismo.
Las sociedades socialistas
plasmadas se rigen por los
principios básicos, comunes a
todas las tendencias, y se suelen
diferenciar por matices de
aplicaciones u observaciones
del comportamiento humano,
antes que por grandes discrepancias
en los postulados económicos
y éticos, y por la procedencia
burguesa de sus autores.
Por otro lado, el antimecanicismo
es muy notorio en esas
sociedades, tanto por su incidencia
en el medio ambiente
como por su destrucción del individuo,
más allá de planteamientos
luddistas (movimiento
que se opone a toda clase de
tecnología). Se las interpreta
como símbolo del avance del
capitalismo y del lucro; tal es el
caso de las citadas Noticias de
ninguna parte y La era de cristal.
Es más, existía el temor a
que la máquina se adueñara del
hombre. En una visión más
burda de la dominación maquinista
retratada posteriormente,
en Erewhon (1872) de Samuel
Butler –que juega con el propio
término de ‘utopos’ en inglés,
‘nowhere’–, podemos ver cómo
las máquinas, a pesar de su perfección
técnica, han sido destruidas
por ese miedo.
Estas narraciones utópicas
parten, como ha señalado
Agustín Jauregízar (quien ha
estudiado también las utopías
anarquistas españolas de entreguerras),
de que “el hombre
es naturalmente bueno y son la
educación que recibe y la sociedad
en que se integra las
que le hacen insolidario e infeliz.
Esta insolidaridad y esta infelicidad
se inician con el establecimiento
de la propiedad
privada y siguen con la creación
de la autoridad y las leyes,
esto es, con el sometimiento
del individuo al poder de otros
individuos sobre él”.
A ese entorno similar utópico
accede un personaje ajeno, que
es el protagonista, quien llega
sorprendido a la nueva sociedad
y la contempla y desentraña
con admiración y progresivo
convencimiento. Así visitamos
“un lugar completo y aislado,
articulado con ayuda de una visión
panorámica que permite
ver su organización social como
un contrasistema formal y
ordenado”, según Darko Suvin.
Se trata de un espacio fraternal,
donde el trabajo no es una
obligación sino una participación
en el desarrollo de la comunidad,
en donde la propiedad
privada está abolida. Una
sociedad sin clases, autárquica,
atea, perfectamente regulada y
equilibrada en la cual la armonía
y la felicidad son desbordantes.
Los autores, con una
exhaustividad inusitada, recorren
junto a unos pocos personajes
ese mundo desgranando
todos los detalles de la sociedad,
todas las soluciones que
propone y desbaratando toda
posible duda de su viabilidad.
De hecho, Raymond Trousson,
en Historia de la literatura
utópica, considera que “a la
obra utópica misma, género híbrido,
nadie la tomará en serio
en definitiva: el historiador de
la literatura considerará esas
novelas demasiado didácticas,
el economista y el sociólogo las
juzgará demasiado poéticas y
demasiado fantásticas”. Y así
es. En un análisis literario, el
discurso ideológico condiciona
tanto el artefacto literario que
llega a arruinar el libro como
novela. Por ello las tramas desaparecen
y se reducen a una
exposición exhaustiva de las
virtudes de las utopías a cargo
de personajes planos. De ahí su
conflictivo lugar en los estudios
literarios.
Sin embargo, cabe preguntarse
si esta simplificación por
el afán de difusión produjo resultados;
si el pueblo trabajador,
destinatario de las historias,
accedió a ellas, las entendió
y asimiló esas ideas. No podemos
sino ser muy escépticos
al respecto. La clase obrera era
en su práctica totalidad analfabeta
y, aunque sí tenemos constancia
de la repercusión entre
otros burgueses progresistas de
estos libros (como ocurrió con
la obra de Bellamy o las ideas
de Morris), debemos cuestionarnos
la incidencia entre los
trabajadores.
A día de hoy, tristemente, estas
narraciones continúan siendo
ficciones no reales, aunque
constituyen referentes hacia los
que poder avanzar, antes que
meros testimonios.

 

 

La Solarística resucita mitos desaparecidos
hace tiempo; expresa una nostalgia mística que los
hombres ya no se atreven a confesar abiertamente; la
piedra angular, profundamente enterrada en los cimientos
del edificio, es la esperanza de la Redención.
Stalisnav Lem (1961), Solaris

Los viajes de Gulliver (1726). Planteada
como un libro de viajes, la obra de Jonathan Swift
explora diversos mundos entre los cuales sólo aquel
dirigido por los caballunos Houyhnhnms se debe
considerar una utopía, dentro de la cual los repelentes
yahoos tienen el rastrero papel que merecen.

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