LA LABERÍNTICA TRAYECTORIA DE UN ESCRITOR DEL EXILIO
Max Aub, o la urgente necesidad de dar fe y comprender

Pocos autores han logrado aprehender la primera
mitad del agitado siglo XX, para expresar sus grandes
desgarros y conflictos como Max Aub. Pese a lo
discreto de su difusión y promoción, la obra de Aub es
extensísima y abarca todos los géneros conocidos.

28/11/08 · 0:19
Edición impresa

El siglo XX no es del
cine o los automóviles,
sino el de La
metamorfosis. Probablemente,
cuando Kafka
escribió su angustiante novela,
no podía ser consciente
de la potencia del símbolo
que estaba acuñando, del
calado de un texto que expresaría
perfectamente la
condición de millones de
personas en la era de los fascismos:
la de la víctima inocente
y pasiva.

Al igual que en el relato de
Kafka, hubo un día en que
millones de personas despertaron
siendo ya cucarachas,
es decir, habiendo sido
así metamorfoseadas por un
Poder enloquecido, que las
abocaba sin remedio a la
captura y la muerte. Bastaba
poseer la condición de judío,
o comunista, o trostkista, o
republicano… para que la
saña burocrática y homicida
del Estado te convirtiese en
un ortóptero ejecutable.
Ése fue el tiempo que le
tocó vivir a Max Aub; pero a
su condición de víctima, Aub
añadió también la de testigo
y combatiente, y lo hizo con
las exiguas armas que puede
alcanzar un exiliado vencido
exactamente en tres
guerras consecutivas: la escritura,
y la urgente necesidad
de dar fe y de comprender.
Sí, Aub vivió tres guerras
que determinarían su
vida de manera brutal. La
primera de ellas le sorprendió
en París, donde había
nacido en 1903 de padres judeo-
alemanes, hecho éste
que determinó su expulsión
de Francia en 1914, pese a
ser inocentes de cualquier
cargo salvo aquel que apuntaba
a su pasaporte.

Por suerte para la literatura
española, los Aub recalaron
en Valencia, donde el
joven Max se enamoró para
siempre del Mediterráneo y
de una lengua castellana
que, pese a su maestría a la
hora de escribir, nunca llegaría
a pronunciar correctamente.
En Valencia creció,
estudió el bachillerato y empezó
a militar en la vida cultural
de la II República,
transitando por las vanguardias
y la deshumanización
del arte promovida por
Ortega, bajo cuya influencia
empezaría su carrera literaria
con textos más o menos
ensimismados. Sin embargo,
su gran literatura es social,
y política, y tiene como
motivación fundamental,
como brusco resorte, la
irrupción abrumadora de la
Historia, esto es, de las guerras
civil y mundial.

Durante la primera de estas
guerras, Aub, entre
otras cosas, codirigió junto
a André Malraux el largometraje
Sierra de Teruel, cine
de urgencia y propaganda
que sólo podrían medio
terminar en el país vecino,
tras haber abandonado la
península por los Pirineos
en enero de 1939. Por segunda
vez Aub perdía una
guerra, era expulsado de un
país y se convertía de nuevo
en víctima, en exiliado. No
sería la última.

En 1940, en París, una denuncia
anónima (que le acusaba
de comunista y hebreo)
le haría entrar en la rueda
alucinante de las cárceles
francesas, metamorfoseándole
definitivamente en ortóptero.
Aub pasó así una
buena temporada en un infierno
de presidios y campos
de concentración, del último
de los cuales, Djelfa, en el
Atlas argelino (el más duro
de todos, donde vio morir a
infinidad de compañeros)
consiguió escapar en 1942
hacia Casablanca, para desde
allí viajar definitivamente
a México, la tierra de promisión
de tantos exiliados. Era
la tercera vez que Aub perdía
una guerra, y la tercera
vez que como consecuencia
de ello tenía que abandonar
un país, porque la II Guerra
Mundial no sólo la perdió en
la medida en que le supuso
prisión y dolor, sino también
porque la legitimidad de la
República no fue reconocida
por los aliados, ni Franco fue
derrocado, ni los exiliados
pudieron regresar ya nunca
a casa (al menos de forma
colectiva, de forma política).

La fiebre del testigo

Dar fe y comprender. Desde
su primer exilio Aub asume
que ésa va ser su función, su
ética y estética literarias, y a
ello se dedica obsesivamente,
acuciado por la fiebre del
testigo que no quiere que se
olvide aquello que ocurrió,
pero que parece increíble e
inverosímil que llegara a
ocurrir. De ahí que no sólo
sea preciso contarlo, sino
también que sea imprescindible
comprender por qué
sucedió.

De su ingente obra (Más
Aún, le llamaban en México),
El laberinto mágico se
destaca con sus seis volúmenes
como el más complejo
empeño literario sobre la
Guerra Civil. Aub, ahora
realista y testimonial, es un
escritor voraz, omnívoro, y
en su obra, que es galdosiana
y vanguardista al mismo
tiempo, caben todos y todo.
Todos los recursos literarios
y todo tipo de personajes,
unos personajes que están
más vivos que la vida y que
generan en su creador la
misma melancolía que la
gente de verdad, la misma
piedad y acaso el mismo
amor (como cuando se declara
enamorado de su personaje
Asunción, que permanece
joven mientras él
envejece).

Sí, la escritura es un arma
leve si la enfrentamos a la
dureza de un blindado, pero
es un arma del tiempo, capaz
de anular al tiempo y hacer
que la historia y la vida
sean recreadas infinitas veces,
y que los personajes literarios,
esos fantasmas de
palabras, sean seres en lucha
sorda contra el olvido. O
quizás no, porque no siempre
lo que es bello y justo se
impone sobre lo que no lo
es. Así, Max Aub, un escritor
apenas conocido, todavía
habitante de un exilio infinito,
incómodo para unos y
otros, postergado, con una
obra que durante decenios
ha sido difícil de encontrar
en las librerías. Construida
la restauración democrática
sobre la desmemoria, la impunidad
y la mentira, apenas
hay sitio en ella para una
sinceridad y una denuncia
radicales como la suya.

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