SALUD // EL ABUSO DE PSICOFÁRMACOS EN NIÑOS CON DÉFICIT DE ATENCIÓN
El lucrativo mito de los niños hiperactivos

El síndrome de hiperactividad está de moda.
¿Quién no tiene en su familia un niño o conoce
a alguno diagnosticado como hiperactivo
que toma metilfenidato por prescripción médica?
A primera vista, el hecho de detectar
una enfermedad y de tratarla puede resultar
positivo, pero la realidad es más compleja de
lo que parece.

03/04/08 · 0:00
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LE CORBEAU

El síndrome de hiperactividad o
TDAH (Trastorno por Déficit de
Atención y/o Hiperactividad) no es
una enfermedad. Son enfermedades
las dolencias con una base biológica
real, con un problema físico
objetivamente comprobable, como,
por ejemplo, un proceso infeccioso
o degenerativo. En cambio,
no existe patología orgánica subyacente
al TDAH, por lo que su
diagnóstico se basa sólo en la observación
del comportamiento del
niño, de ciertas pautas de conducta
consideradas anormales o inapropiadas,
como falta de atención,
facilidad para distraerse, impulsividad,
labilidad emocional,
desobediencia y problemas de
adaptación social. Por eso se cataloga
como síndrome, un conjunto
de síntomas que parecen tener
cierta identidad, porque aparecen
a la vez, pero que pueden tener
orígenes distintos.

¿Es culpable la genética?

Como era de esperar, quienes defienden
su carácter de enfermedad
intentan demostrar el trasfondo fisiológico
–sin éxito– y repiten machaconamente
que la prevalencia
en la población infantil es de un
8%, y que, si bien su origen se desconoce
aún, no se debe a problemas
ambientales, familiares o sociales,
sino que es altamente genético
y surge por un mal funcionamiento
de neurotransmisores –dopamina
y noradrenalina– en la
parte frontal del cerebro, la encargada
de la función ejecutiva.

Todas estas afirmaciones entran
en el terreno de lo hipotético, e incluso
el DSM (Diagnostic and
Statistical Manual of Mental
Disorders, la Biblia de los psiquiatras)
reconoce que no se han establecido
pruebas de laboratorio o
evaluaciones neurológicas que resulten
diagnósticas. Debido a la
ausencia de valoración objetiva,
ésta se establece a partir de la conducta
del niño, con toda la subjetividad
que esto conlleva. Es posible
que ciertas características genéticas
contribuyan al síndrome en algunos
casos, pero eso no significa
que sean su causa, sino que se suma
cierta predisposición genética
(temperamento nervioso,
por ejemplo) a un entorno
y aprendizaje poco
apropiados.

Al no ser el TDAH una enfermedad,
¿cómo justificar la prescripción
de fármacos? Si la causa es en
su mayor parte de carácter ambiental,
la solución también deberá moverse
en este ámbito. El metilfenidato,
el medicamento que suele recetarse,
es un estimulante emparentado
con las anfetaminas que aumenta
los niveles de dopamina y
noradrenalina y genera notables
efectos en todo el organismo. Si los
beneficios para los niños diagnosticados
con TDAH consisten en
que facilita concentrar la atención
en las tareas que están realizando,
no estamos ante nada nuevo: este
tipo de drogas siempre se ha tomado
con este fin, como saben
mejor que nadie los estudiantes.

A pesar de todo lo dicho, muchos
médicos siguen reiterando que el
TDAH es una enfermedad infradiagnosticada
y los medios continúan
difundiendo tal afirmación. Esta
violación de los principios de la buena
ciencia –y probablemente de la
ética– puede tener su razón de ser
en el lucrativo negocio que supone
la industria farmacéutica, que ha experimentado
un espectacular aumento
en las ventas de metilfenidato
en los últimos años. Podríamos
estar ante otro caso del fenómeno
conocido como tráfico de enfermedades
(‘disease mongering’), tratado
por el médico Antonio Palomar
en el número 15 de DIAGONAL
(“Cómo nos convierten en pacientes”)
y por Miguel Jara –autor del libro
Traficantes de Salud– en el número
29 (“Enfermedades inventadas
que abren mercados”). El alemán
Jörg Bloch ha aportado al tema
que nos ocupa la obra Los inventores
de enfermedades, en la que
cuenta que nunca antes se había
mantenido el mito del niño hiperactivo
con tanta pasión como en la actualidad,
y que las empresas farmacéuticas
y algunos neurólogos han
trabajado durante décadas para presentarnos
a los pequeños inquietos
y con dificultades de concentración
como personas enfermas que necesitan
tratamiento farmacológico. No
obstante, la red no se limita a médicos
y fabricantes de medicamentos,
sino que en algunos países los pedagogos
son un sector muy codiciado
por este lobby sanitario. De hecho,
en EE UU las escuelas reciben una
subvención de 400 dólares por cada
‘paciente’ detectado, se supone que
para compensar los gastos ocasionados
por los escolares especialmente
molestos.

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